FabiánLebenglik
Bruce Nauman: El
insoportable
Wolfsburg está ubicada en el centro Norte de Alemania, en Baja Sajonia.
Es la ciudad de Volkswagen, centro de la industria automovilística alemana,
que recibió su gran impulso con la política industrial de Hitler. Todo
en Wolfsburg está construido y financiado por la fábrica de autos: se
trata de una ciudad con sponsor permanente o, tal vez, de una planta industrial
con una ciudad ad hoc. Entre los servicios que presta la ciudad hay una
línea de transporte público gratuito, en modernísimas unidades VW, que
recorren frecuentemente los principales puntos urbanos. Una de las construcciones
más notables de la ciudad de Wolfsburg, entre las realizacas durante el
siglo XX, es el espectacular Museo de Arte Moderno, inaugurado a fines
de 1993. Es un edificio de alta tecnología, gigantesco y elegante, pensado
para exhibir arte moderno y contemporáneo. Desde su fundación el museo,
sumó a su patrimonio obras de artistas como Mario Merz, Tony Cragg, Gilbert
& George, Jeff Koons, Jörg Immendorff, Carl Andre, Anselm Kiefer y Panamarenko,
entre muchos otros.
La retrospectiva de Bruce Nauman que cerró a fines de noviembre en Wolfsburg
y abrió el 9 de diciembre en el Pompidou, tiene el título "Imagen/texto
1966-1996". Está estructurada en dos ejes. Por una parte, los diferentes
usos que el artista hace de los lenguajes, en un sentido polirrítmico
(musical) y polifónico (muchas voces, varios discursos en interacción).
El otro eje es el del cuestionamiento del papel del espectador en relación
con la obra: frente a las obras de Nauman el espectador queda fuertemente
afectado.
"Imagen/texto" está a cargo de Christine Van Assche, curadora del Pompidou,
y es una muestra itinerante que luego de Alemania y Francia, pasa a Gran
Bretaña (la Hayward Gallery de Londres) y a Finlandia (Museo de Arte Contemporáneo
de Helsinki).
Las obras de Bruce Nauman siguen el esquema de un juego violento con estructura
narrativa. La secuencia de los videos y las combinaciones entre pantallas,
imágenes y sonidos, sigue la forma de un relato con una o varias voces
y casi siempre con mútlples puntos de vista. Discusiones, contrapuntos,
mimos, payasos, actores (y él mismo) en actitudes psicóticas, personajes
desesperados, voces, gritos, esculturas luminosas, consignas y frases
hechas con tubos de neón, que se encienden y apagan en secuencias complejas:
todo tiene un ritmo acelerado y parece conducir hacia un crescendo previo
al estallido.
El ruido y el griterío que se oye al entrar al museo, proviene de las
obras. Frases cortas, repeticiones insoportables, órdenes, deseos, invocaciones,
descripciones, gritos, amenazas, interjecciones, centenares de tubos de
neón intermitentes. Todo superpuesto, generando un coro destemplado y
desesperado. Nauman alterna complementa y experimenta con lo visual, lo
lingüística y lo musical. Un coro inarmónico, hecho de individualides,
donde el conjunto es una suma impefecta. La individualización de las partes
conforma un todo caótico y enloquecedor. Al punto que una de las discusiones
que generó la muestra en la ciudad de Wolfsburg es la salud de los guardias
del museo que tiene que cumplir con un horario prolongado sometidos a
esa experiencia límite. Bruce Nauman nació en Fort Wayne, Indiana, Estados
Unidos, en 1941. Se dedicó a los estudios académicos de la matemática,
la física, las artes visuales y por su cuenta, de manera asistemática,
estudió música (especialmente Beethoven, Webern, Berg, Schönberg) y filosofía
(especialmente el Tractatus Logico-Philosophicus y las Investigaciones
filosóficas, de Wittgenstein). Se inició como pintor a mediados de la
década del sesenta pero pronto cambió por la escultura, las performances
y el cine. Su primera exposición, en Los Angeles, data de 1966, el mismo
año de su primera exhibición grupal, "Abstracción excéntrica", en Nueva
York. Desde entonces se entusiasma con obra de Samuel Beckett y, con el
dadaismo -muchos críticos hablan de la relación con Duchamp y ven en Nauman
a un nuevo Duchamp- y con la retrospectiva de Man Ray que se raliza en
aquellos años en Los Angeles. Desde hace treinta años los materiales de
sus obras son la fibra de vidrio, la goma, el hormigón, tubos de neón,
cera, cables, video y sonido.
En 1968 se encuentra con la bailarina, coreógrafa, cantante y compositora
Meredith Monk y con el influyente compositor de música mínimal, Steve
Reich, con quienes trabaja sobre la obra de los músicos de avanzada John
Cage y Karlheinz Stokhausen y con las coreografías de Merce Cunningham,
que conforman el sustrato polirrítmico y sonoro de toda su obra posterior,
de ese infierno auditivo que proponen sus trabajos. Se dedica intensamente
a la realización de videoarte y hace su primera muestra individual en
Nueva York, en la Galería Leo Castelli (1968). Viaja a Europa, exhibe
en Alemania y participa de la Documenta 4. A partir de la década del setenta
comienza a convertirse en un artista conspicuo y muy influyente, que exhibe
su obra en los museos más importantes de arte moderno y contemporáneo.
Obra cruda, salvaje, imperfecta. Los que gritan, dan órdenes o amenazan
desde los videos de Nauman agitan un discurso categórico, enfático, unívoco:
pontifican. La repetición hasta el infinito perfora la paciencia y actúa
sobre la conducta del espectador. Nauman sabe que es imposible no entender
el lenguaje hablado y juega con la ansiedad por oir y entender del espectador.
En este sentido el trabajo del espectador (y del oyente) es enorme y agotador.
En algún sentido Nauman es el artista contemporáneo que más trabaja la
dimensión sonora de las artes plásticas. Su gran exposición en el MoMA
hace dos años presentaba un catálogo con una oreja en la tapa y en la
retrospectiva de Wolfsburg la tapa reproduce una secuencia de una cabeza
que gesticula y grita crispada: la relación con el sonido es fuerte y
directa.
La letanía, por una parte y la pontificación de sus videos, así como el
dogmatismo de las frases, acercan el aspecto sonoro al discurso violento
y autoritario, pero al mismo tiempo la coexistencia, la yuxtaposición,
el resultado coral, reúne las vociferaciones transformándolas en una suerte
de asamblea: mientras se discute se aplaza la batalla. Los espacios de
exhibición tienden al encierro. Por una parte las obras con neón remiten
al paisaje urbano nocturno, al exterior, mientras que por la otra, las
secuencias verborrágicas, resultan asfixiantes. Las obras de Nauman no
dan tregua. Son imágenes y sonidos machacones, contínuos y rituales, siempre
en conflicto.
Las experiencias sonoras de Nauman, muchas veces cínicas, tienen en cuenta
la puesta en contexto, los gestos, los componentes no verbales de la actividad
discursiva: todo aquello que tanto el hablante como el oyente ponen en
juego durante el diálogo, incluyendo la potencia metalingüística que todo
lenguaje tiene cuando se describe a sí mismo. La naturaleza del caos que
pone en escena el artista está en la base del comportamiento humano. Bruce
Nauman produce una obra directa y conmocionante y ante su retrospectiva,
el espectador sufre una sobredosis de estímulos, como si entrara en una
clínica en la que todos los pacientes tiene un brote psicótico al mismo
tiempo. El complejo sistema de entrecruzamientos visuales y sonoros de
su obra, repetitiva y cíclica, se vuelve mecánico: como si las conductas
exasperadas fueran parte de la física. Un grito sería equivalente a una
piedra que cae, pertenecen al orden de los fenómenos naturales, a la maquinaria
de la naturaleza. Pero estos temas el artista los trata con alta tecnología,
con complejos montajes y secuencias sobre diferentes superficies. La importancia
que adquirió Nauman en el arte internacional la da el dato de que la gran
muestra retrospectiva que organizó el MoMA hace dos años fue la tercera
de esta envergadura en la historia de ese museo, luego de las de Picasso
y Matisse y es la primera que glorifica a un artista vivo.
Artículo publicado en la revista Artinf n°100,
verano de 1998.
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c r i t i c a
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