MarceloPacheco
Oscar Bony:
Fusilamientos y suicidios
"Cuando
no mato, me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el universo y
alejar el tedio. Cuando estáis todos aquí, me hacéis sentir un vacío sin
medida donde no puedo mirar. Sólo estoy bien entre mis muertos." (Albert
Camus, "Calígula")
Oscar Bony (1941) aprieta la realidad en esta trampa perceptiva que es
la fotografía: imágenes falsas que juegan en su valor de duplicación,
en su guiño de lo real, en su carga de registro veraz y de evidencia.
El artista atrapa enunciados de lo cotidiano y dispara sobre ellos. Vidrios
molidos entre calibres de guerra y marcos de hierro. La gran ciudad, ese
espacio de convivencia y de soledad, esa misteriosa imagen de la contemporaneidad
que encierra Nueva York en el imaginario de lo culto y de lo popular;
pantanos que son aguas primeras, aguas lustrales y aguas mortíferas, aguas
del enigma y de lo monstruoso, pantanos para ser custodiados, ambigüedades
que condenan certezas y afirman fragilidades; cielos que son paisajes
naturales y paisajes interiores, cielos sin geografía y cielos que citan
los propios cielos del artista en los lejanos setentas, estrellas clavadas
en balas que hieren vidrios y cartones; autorretratos, la imagen del otro
mismo que se vuelve desafiante, que mira desde su espacio estallado y
sus balazos mortales, el artista que dispara sobre su existencia corporal,
fotografías que retornan desde la adolescencia misionera y fotografías
que cargan con la historia de los noventas, la memoria y el borde, el
límite que es contorno para pararse en el vacío, Bony que observa y dispara
sobre su discurso artístico; Lucio Fontana en la laceración que corta
y suspende el juicio entre constelaciones, tiros de gracia y agujeros
negros de terciopelo; una calavera y una vela, caducidad y permanencia,
alquimia y anatomía, Caravaggio y Zurbarán, cita y alegoría: "Todo lo
que la historia desde el principio tiene de intempestivo, de doloroso,
de fallido, se plasma en un rostro; o, mejor dicho: en una calavera. Y,
si bien es cierto que ésta carece de toda libertad 'simbólica' de expresión,
de toda armonía formal clásica, de todo rasgo humano, sin embargo, en
esta figura suya (la más sujeta a la naturaleza) se expresa plenamente
y como enigma, no sólo la condición de la existencia humana en general,
sino también la historicidad biográfica de un individuo. Tal es el núcleo
de la visión alegórica, de la exposición barroca y secular de la historia
en cuanto historia de los padecimientos del mundo, el cual sólo es significativo
en las fases de su decadencia."
Bony regresa después de sus fotografías autobiográficas y de su memoria
entre objetos e imágenes sepias de su historia personal, de sus balazos
estallando vidrios en marcos dorados y palabras grabadas en placas de
plomo, de su muro-límite y su muro-concepto construído con cemento y liberado
de lo simbólico, de sus perfomances entre ataúdes y matronas nutrientes
en cementerios y góndolas funerarias.
Bony regresa alimentando su discurso en la simiente de lo alegórico, su
violencia es "la violencia con que el movimiento dialéctico se agita en
este abismo de la alegoría."
La naturaleza sujeta a la muerte, la presencia y la evidencia del luto,
la devaluación y la santificación de lo profano entre tiros que matan
y marcas que rescatan, la antinomia entre lo secreto y lo público de cada
pieza, la síntesis dialéctica entre una técnica "fría, prefabricada, y
la eruptiva expresión de la alegoresis", las tensiones entre una convención
codificada y la expresión en la que "cada persona, cada cosa, cada relación
puede significar otra cualquiera", el dominio del fragmento, las ruinas
y los escombros, la tendencia de los disparos a instalar el valor de la
escritura grabada sobre la imagen, la caducidad de las cosas y la presencia
de la historia como declinación, la concepción de la naturaleza como naturaleza
caída y de la culpa como nutriente, la "mortificación" de las obras explicitada
en sus sucesivos y reiterados fusilamientos, la estrategia de los balazos
violentando los contenidos y obligando a la lectura de la imagen sólo
desnuda y degradada, son todos elementos que se abren sobre el pensamiento
alegórico.
Bony carga sus armas sobre la naturaleza y sobre la historia: deshace
paisajes y ciudades, cielos y retratos, emblemas y memorias. El artista
convierte a sus imágenes en escrituras visuales, en tachaduras: las fotografías
aparecen por detrás de los vidrios rotos, el espacio negro flota enigmático
en su perforación, el gesto se inscribe sobre superficies morosas con
el valor de quien construye algo diferente. Las imágenes y sus significancias
culturales son baleadas y desbordados en un otro texto; la ambivalencia
surge en la tensión estructural entre el sentido primero y un sentido
nuevo impuesto por la acción del artista: la alegoría trabaja sobre los
vidrios fracturados y las fotografías penetradas, sobre el lugar común
de ciudades y pantanos, calaveras y velas, cielos y constelaciones, retratos
y paisajes. Bony no retrocede ante la sensiblería, por el contrario, se
para en el lugar mismo de lo dicho y lo obvio para operar sobre ellos
y desterrar las trampas de la modernidad. Sus acciones no son para la
eternidad sino para el aquí y el ahora: una nueva escritura sobre textos
antiguos mientras el tiempo acumula ruinas y desbarata el orden legal
de lo artístico.
El cadáver expuesto después de suicidios y fusilamientos es el comienzo,
es incansablemente el objeto al que el luto rodea y que reanima el mundo
vacío con un nuevo significado. " {...} la alegorización de la physis
[naturaleza] no puede llevarse a cabo con la suficiente energía más que
gracias al cadáver. Y los personajes del Trauerspiel [drama alemán] mueren
porque sólo así, en cuanto cadáveres, pueden ser admitidos en la patria
alegórica. Perecen, no para acceder a la inmortalidad, sino para acceder
a la condición de cadáveres."
La impúdica exhibición de cadáveres, la extrema decisión de balear fotografías
-esa extraña y sugerente duplicidad de lo real- se carga en la contemporaneidad
con un significado moral: la entrega de cuerpos para un ritual social
que recupere el sentido de una comunidad fracturada entre la violencia
y los desencuentros. La dimensión de lo ético se abre entre fragmentos
que no buscan nombrar la verdad sino profundizar la caída de la criatura
desterrada del Paraíso. "Todo fenómeno moral está ligado a la vida en
su sentido extremo, a saber: allí donde ésta se encuentra consigo misma
en la muerte, la sede del peligro por excelencia." El artista se aleja
de cualquier representación de la muerte que eluda lo real. Sus enunciados
no metaforizan la presencia de la muerte ni evitan la violencia anestesiada
en estrategias que (en)cubran la tragedia de destinos y de castigos anónimos
y fatales. Los disparos no quiebran enunciados vacíos sino que se extienden,
entre azarosos y controlados, sobre superficies plenas de significado
y en un contexto cargado de historias que retornan y de heridas que supuran.
La militancia del artista ilumina sobre una comunidad desbastada; el artista
intenta corregir el destino amable del arte pero alejado de certezas y
autoridades.
Oscar Bony vuelve a escena. Una historia de desencuentros y provocaciones;
algo de rebeldía y mucho de desencanto. Un hombre que toma la palabra
para preguntar. Un artista que insiste sobre el carácter problemático
del arte. Buenos Aires no se acostumbra a su presencia; a Bony no le gusta
acurrucarse, prefiere decir, incomodar. Antes fueron las analogías y las
similitudes, las cosas atadas a sus latencias; ahora los balazos se asoman
en el terreno de la alegoría para demoler falsas apariencias y alejar
intuiciones que pretenden el lugar de la verdad.
"Conseguí hacer desaparecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre
cualquier alegría, para estrangularla, di el salto sordo de la bestia
fiera.
Llamé a los verdugos para que, al parecer, pudiese morder la culata de
sus fusiles. He invocado los desastres para ahogarme con la arena y la
sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el cieno. Me he
secado con el aire del crimen. Le he gastado buenas chanzas a la locura."
(Arthur Rimbaud, "Una temporada en el infierno")
1 Walter Benjamin, "El origen del
drama barroco alemán", Madrid, Taurus, 1990, pág. 159
2 Benjamin, op. cit. pág. 158
3 Benjamin, op. cit. pág. 214
4 Benjamin, op. cit. pág. 93
Texto
publicado en "Oscar Bony fusilamientos y suicidios", catalogo, Fundacion
Federico Klemm, Buenos Aires, Septiembre-Octubre 1996
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