HoracioZabala


"El arte o el mundo por segunda vez"

Rosa María Ravera Introducción

Horacio Zabala consigna como "improvisaciones estéticas" su producción reflexiva a quí presentada, en edición de la U.N.R. En realidad un discurso por cierto no improvisado que ofrece un continuo y pertinaz diálogo entablado con textos precedentes, textos de la tradición y sus transgreciones, textos de modernidad y de contemporaneidad que no dejan caer en el olvido, por otra parte, la téchne griega ni varias teorías e ideologías que acontecieron a lo largo del tiempo y que por uno y otro motivo se ha creído conveniente - con acierto- recuperar. Todo ello hasta hoy. Esto es, evaluado, pensado y sentido desde un posible "habitar" contemporáneo. Que el autor se ubica en una visión actual de los problemas caben pocas dudas. Lo certifica una escritura fragmentada, inscripta a modo de aforismos que rechazan, desde el vamos, una imposible visión total y unitaria. El centro de la escena lo ocupa el tema de la experiencia estética, o mejor, la petición del espacio de su alumbramiento.

A partir de ese interés constante se hace oir, tácita pero imperiosa, la pregunta por "la cosa", de envergadura largamente filosófica. Se introduce un distingo: el que separa las cosas triviales de las bellas y aún las feas; ambas. ¿Qué es lo que caracteriza aquéllas y éstas? Las que importan, las últimas remiten al sujeto. Una certidumbre de Zabala que repercute en todo el libro es el de la convivencia y resonancia mutua entre nosotros y las cosas del mundo. Se trata de la posibilidad estética. Puede proporcionarla la obra -en algún párrafo se leen términos como calidad y valor- pero puede suscitarse también ante el cielo estrellado y otras vivencias que invitan a la meditación y al asombro. Sustancialmente -esto es fundamental en el escrito- es la emergencia de una mirada que el autor no hesita en considerar como extraordinaria. Sin la presunción de perfección o completud, se solicita entablar un vínculo o enlace, una cohabitación efímera pero global, entre el modo de ser del sujeto y el modo de aparecer de la cosa. Las cosas triviales, en cambio, se desentienden del hombre, son independientes de su mirada, ignoran las ruinas y el infinito. Hay para ellas una palabra por demás adecuada: indiferencia. Habrá que prestar atención, entonces, a la "diferencia".

Corresponde apreciar que el horizonte teórico del texto de Zabala no lo acosa sino por el contrario le permite aunar justeza conceptual y libertad expresiva. Así la obra llega a significar "el efecto visible de un ejercicio y de una técnica, de una sospecha y de una mirada". Por la mirada somos llevados no tanto a percibir una presencia sino más bien a presentir una inminencia, la del aparecer bello. La mirada plantea enigmas de ella. Siempre habría un "detrás" de la mirada. No es la única oscilación que perturba el intento de comprensión. Una pregunta ha quedado flotando: ¿Son las cosas mismas o el la mirada la que despierta el inicio de lo extraordinario? En algún momento la duda se disipa, como al pasar. Es el sujeto, es Narciso, en su intención de desencadenante del objeto no indiferente. El hombre busca su imagen y se espeja en las cosas cuando las intuye aptas para la proximidad y el reposo. Aptas para el ejercicio de una intimidad, piensa Zabala. El responsable de la preciosa faceta de lo extraordinario es entonces el sujeto y sus transformaciones. Una esquemática pero llamativa cita de Luciano Berio ilustra lo dicho: "la música es todo lo que escuchamos con la intención de escuchar música".

Con tales anticipos es evidente que las propuestas en cuestión poco tienen que ver con nociones tradicionales. El vaivén de la argumentación, su ir y venir continuo e insistente revela el trasfondo polémico de conocidas posiciones filosóficas. Lo sustentado no es ni fuerte ni débil, ni tardo moderno ni posmoderno, pero tampoco partidario de la razón instrumental que mide, calcula y proyecta pretendiendo el dominio de las cosas. Sin que el autor juzgue necesario brindar mayores explicaciones (no son requeridas por la índole y el tono de la escritura), sortéa obstáculos y avanza su opción: no- moderna, escencialmente no-metafísica, sin voluntad de Verdad, negadora del Sentido pleno previo a la concreción de los eventos. En la lucha por el significado plural y disponible -en conexión con los conceptos de la "obra abierta" y de al lectura plural a los que demuestra adherir sin reservas-, la experiencia estética perfila sus características. Y lo hace a través de una significativa tríada: contemplación, interpretación y creación.

El tiempo de la contemplación obtiene privilegio. Es una contemplación que hace contemplando, o sea en devenir, en tránsito, alentada como actividad que suspende y olvida, como actitud básicamente referible a una interioridad silente. Esta convicción muy personal y no edmasiado frecuente en planteos contemporáneos, es sostenida con énfasis emotivo y profundo. Más dubitativo se presenta, en cambio, el concepto de interpretación. Si bien se subrraya que fatalmente empobrecería la obra, en páginas sucesivas es luego redimensionada esta idea de una hermenéutica más bien cásica, para dejar sentado que si el arte responde a un acto de libertad, la interpretación misma se torna en una obra de arte, a su vez interpretable. La perspectiva logra bosquejar eficazmente el horizonte de una semiosis infinita donde lo interpretado, convirtiéndose en premisa de siempre renovadas interpretaciones devela su naturaleza mortal, por lo mismo no definitiva ni definitoria. Sucesivos desarrollos permiten comprobar que quien escribe,artista afianzado en planteos anti-intelectualistas, al lograr desbordarlos entiende que toda obra de arte entraña una teoría y una visión del arte y de las cosas del mundo. Practica sí arte y teoría, al unísono, aprovechando, cabe destacarlo, todo lo que la filosofía y las investigaciones de diversa índole le aportan a los fines de enriquecer su particular contextualización de los problemas. Es así como las arremetidas contra una estética metafísica se completan con enfoque de la Historia y de la Historia del arte en la medida en que aceptan el tránsito, el azar, el caos, la desvastación y, obviamente, la transgrasión y los desvíos, siempre y cuando no sean fruto de mero capricho.

En coherencia con lo apuntado no podía faltar la evaluación -en más de un aspecto severa, pero justa -de la sociedad del espectáculo. Sin olvidar las observaciones de Guy Debord y objetando los procedimientos de la industria mediática, los excesos del circuito comunicacional son denunciados sin reservas. Sería imposible no admitir que incrementan la velocidad y eliminan justamente lo solicitado: detención, demora, intervalo, memoria.El reconocimiento del arte como acontecer eminentementemente pluralista peligra. Se torna necesaria, por consiguiente, la explícita condena de la visión única y homogeneizante, con la negativa a otorgar iniciativas excluyentes a la sociedad de la información y a la comunicación. La organización tecnológica del mundo, declara Zabala, es tan imprescindible como insoportable.

No está demás señalar que este lenguaje, en ocasiones terminante, implica facetas diversificadas que suelen complementarse con éxito. La afirmación de una experiencia dotada del ejercicio de una intimidad irreductible, capáz de acoger bellamente tanto la proximidad como la distancia, no se desentiende en modo alguno de los aspectos concretos, culturales e históricos de las prácticas. Es en efecto una compleja red de relaciones la que otorga al artista la legitimidad que sólo puede provenir de las instituciones sociales. Este registro por otra parte tampoco es obstáculio para desdibujarlo que a Zabala mucho le importa, el costado no-visible, no comunicable del evento del arte. Un perfil que niega al simple aparecer y promete simultáneamente el lanzamiento a una superficie (no superficial). Conclusión: hay secreto, y su desconocimiento coloca a la obra en los niveles de lo insignificante. El arte, que no es ausencia, revelaría ser ansiosa y desesperada búsqueda de presencia, de una presencia que no se da ni se dará nunca.

Estos auténticos desafíos culminan con el esclarecimiento de la relación repetición/reiteración. No es un tema más. Cuando lo uniforme desaparece junto a la obediencia a las normas y la ausencia de novedad, ya no hay repetición sino reiteración, verdadero leit motif de lo que piensa y produce el autor. Es ahora cuando realmente tiene cabida "la diferencia". El deseo, la voluntad de reiterar desborda, intensifica lo que fue una primera vez. La reiteración transgrede, cambia, inventa. Una visión del mundo siempre implicada en el arte es, necesariamente, una re-visión, que peticiona, asimismo de modo inevitable, una re-presentación. Reiteración y repetición podrían hoy configurar una poética de nuestro tiempo.

Conviene advertir que la elaboración de estas ideas accede al corazón mismo de vivencias particularmente vitales y existenciales, concretadas en la práctica teórica y el ejercicio específicamente plástico, ambos conjugados, exhibidos, verdaderamente jugados no sólo en la meditación de estas reflexiones sino en la presentaxción de múltiples muestras que el artista ha realizado en nuestro país y en algunos de los más importantes centros internacionales de arte, ya desde hace años. Reiteración: mucho más que una estrategia o una táctica impuesta por el artista a la obra, es marca de una personalidad que declara imprescindible una visión del mundo -siempre re-visión-, la mirada puesta en la belleza que espera la creación del mundo por segunda vez. Palabras que recuerdan otras palabras, eco, huella y resto de teorías filosóficas transmutadas e inorporadas a un lenguaje intrasnferible.

Es, definitivamente, la decidida toma de posición contra una dictadura, la de cierto tipo de visión actual exesivamente apresurada, sin garantías de una superficie profunda que el texto reclama y ambiciona,con una respuesta no-metafísica, de giro post-heideggeriano. Hay que reconocerle al artista y al escritor, entre otras cosas, manejo dúctil de la palabra fluída, en devenir, propensa a la reversibilidad y a la dialéctica, pletórica de equivalencias y de contrastes, así como de correspondencias constantes. Un lenguaje abierto y paródico, dotado de ambiguedades que legitiman el intertexto, que se afianzan en la confrontación pero que aspiran al secreto, a la proximidad, no sin el deseo de silencio. Zabala parece descreer de las teorías, pero las presupone, las ha asimilado y apropiado con elecciones indiscutiblemente propias. Es el suyo un alegato en favor de la sensibilidad. La pérdida de ésta le es, sin indulgencia alguna, intolerable. La postulación de un pluralismo estético, de la complejidad e irreductible heterogeneidad del arte llega a ser una pasión sin ilusión. Pasión, sin más, que sitúa las raíces del arte en la imaginación y memoria. Una emoción que, negándose a relegar el carácter inolvidable del pasado quiere poner las bases de una poética de nuestros días, efímera pero fértil.

Es éste un libro que da pistas pero que también se las arregla para borrarlas, aunque no totalmente. Uno de sus méritos, no el menor, seguramente, es el haber sabido inducir a recobrar, desde nuestra lectura, las propias fuentes. Un texto provocativo que incita a cotejarlas, que invita a alentar, a aplaudir, a disentir también. A armar el propio rompecabezas, siempre en el contexto de pensar y sentir el arte.

Rosa María Ravera
Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes
Presidente de la Asociación Argentina de Estética

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