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RicardoLonghini


Ricardo Longhini: La videncia
J. C. Distéfano

El umbral de mármol adelgazado con las propias pisadas y las pisadas familiares y amigas, el umbral, testigo de tantas vivencias comunes, guarda en su interior su forma definitiva. Los amigos que habitaban la casa se han desparramado por el mundo, pisan otros umbrales. Pero aquel umbral, mármol blanco, cargado de tantos significados para el artista, a su debido tiempo muestra su corazón: "El llanto de la ballena", llanto por lo que se extingue, llanto por lo que se tuvo, llanto por lo irrecuperable, llanto por el niño que fuimos.

El alma del umbral, ahora en su forma verdadera, está acogotada con cáñamo oloroso a río y gime enclavada en la pinotea, pinotea también de la vieja casa.

La herramienta ha tallado el mármol, ha cortado la soga, ha serruchado, la madera, y la mano del artista ha cicatrizado cada tajo diciendo que no todo está perdido: eso que fui, que fuimos, todavía está aquí, en el corazón del material, en esta forma, en esta metáfora de la extinción.

El artista vidente no mira, ve. Esta formas no serían lo que son si el poeta no estuviera involucrado hasta el tuétano con su material. Nos habla al oído de lo que adivina primero, luego de lo que conoce y nos hace conocer. La obra resultante es la llave que abre las puertas y también el bisturí que se hunde en la carne para mostrar el hueso cuando es necesario.

Todos los materiales de las esculturas de Ricardo Longhini tienen su historia y esa historia determina la forma que tienen. El artista le roba a los materiales su forma necesaria. Es un delincuente de la belleza. Belleza - en la tragedia de la existencia- para hablar de lo que nos pasa. Belleza como vehículo para que compartamos una ética.

El artista me ha hecho ver: en el sagrario, el ensartado coral, colgajo sanguinolento, "Para argentinos bien obedientes e indultados";

el "Retrato de la Mujer apasionada", una esbelta columna de base firme, mármol blanco - ámbar robado a la ballena-, mármol aprisionado en plomo que el artista con su alquimia transmuta en oro;

la firmeza de "El buen overo" (overo por obrero, como gritaba una pintada en una pared de barrio, pintada furtiva que olvida la ortografía en el apuro y el temor); firme está, la cabeza aherrojada: que no piense. Firme está con su potencia intacta para todo servicio. Firme está como se lo necesita. Firme está, obreros hay muchos y podemos elegir; una cuna del infierno, "Una cuna de líderes argentinos". Es una máquina de matar;

"La madre de corazón arrancado"; esperará siempre que le devuelvan al hijo. Esperará todos los días una noticia. Todos los días, en el momento más negro, imaginará para él un final. Y ningún final es cierto, pero todos son posibles;

la cabeza estallada. "La iluminación del maestro Marotta", arroja fuera de sí lo superfluo, incluso todos los códigos, todos los mensajes, todos los quipus de la memoria. Quizás ahora estés, maestro Marotta, con una visión de la sólida oscuridad;

un tiempo también para "La alegría". La fuente de la vida surge turgente, luminosa negrura, desde un pubis dinámico y estalla en cuentas de colores como escuchando a Mozart: a pesar del dolor, de las tristezas, otra vez no todo está perdido.

En el patio de su taller, Ricardo Longuini, vidente, atesora los materiales cuya forma definitiva vislumbra. Sabe la historia de cada uno de ellos y al saberla se descubre a sí mismo. A su debido tiempo los tocará. Unirá el hierro con la madera. Unirá los tientos, el cáñamo, el mármol y el plomo. Cada uno aportará su espíritu, su pasado. Cada unión será un rito necesario y estricto. Y lentamente el artista, nos dará la forma. Cada una de estas esculturas es un aleph. Hace que cada uno de nosotros también seamos videntes.

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