Desde
hace unos años -no muchos- los trabajos de Luis Niveiro se han vuelto inconfundibles.
Quizás porque a todos nos implica en un juego que más allá de serlo despereza
los recuerdos: este artista recurre al Pinocho, de Carlo Lorenzini -más conocido
como Collodi-, para hacerlo protagonizar episodios de nuestro tremendo y nacional
fin de siglo, y esas escenas locales tienen un alcance sin fronteras porque
los males nuestros son también ajenos.
Valgan algunos ejemplos sobre lo dicho: la corrupción, la matanza indiscriminada
de animales, la globalización niveladora, la canasta familiar (después del día
15). Caperucita Roja como un símbolo que puede hermanarse al de las muñecas
Barbie, la televisión, el año 2000 ...
Un rompecabezas que hace arder la cabeza no bien se lo ve armado por Niveiro,
pero lo curioso es que esa sensación se ve morigerada por una adición humorística
certera. Este detalle intelectual es lo que convierte en obra de arte a estas
técnicas mixtas concretadas a través de un material exquisitamente elegido (y
recuperado). Dejemos de lado las referencias al "arte pobre" -que tan poco duró-
y vayamos mejor por la orientación del arte conceptual tomado como un ejercicio
lúdico: que no es otra cosa que la enunciación gráfica del pensamiento profundo,
como un lenguaje reconocible inmediatamente.
En Niveiro la ingenuidad se antepone a la reflexión crítica, en este sesgo de
su producción -porque obviamente ex profeso su vasta labor de dibujante-, es
como el humor negro, lo opuesto a la tragedia. Pero la tragedia está, sólo que
nuestro artista no exacerba la sensibilidad del contemplador, es más la dulcifica
lo tremendo que señala, casi como una disculpa.
Como esa risa ingobernable que suele preceder a la furia. En el infierno contemporáneo
hay dos artistas que me interesan por el humor y la ironía y por la forma en
que las participan: uno es Niveiro y el otro es el escultor norteamericano Tom
Otterness, ambos parecen haber conservado la mirada infantil al trabajar y gozar
haciéndolo. Ambos tienen un discurso honesto y sin intereses, lo cual es casi
un milagro en este momento del siglo que se va.
El independiente Niveiro se sale del mundo cerrado del arte y se deja guiar
por inciertas estrellas fugaces, que le prometen una revelación siempre aplazada,
la misma que él nos entrega a nosotros. Nos propone la contemplación del espectáculo
de una fecundación: son los colores y los materiales los que inventan un espacio
carnal y espiritual que no existía antes de ese abrazo amoroso. Ese espacio
carnal y espiritual que fructifica con la obra de arte en la tierra inmaterial
de nuestra conciencia atormentada.
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