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MUROS SIGLOS-XX y XXI

FRONTERAS DE BUENOS AIRES

María Carman

18.48 El tren blanco sale de José León Suárez rumbo a Retiro, la estación terminal de Buenos Aires. No acepta pasajeros. Solo lleva a los cirujas y sus carros, para quienes se han dispuesto cuatro vagones sin asientos.

19.11 Sentada sobre la arena de la plaza de la estación Belgrano R., escucho la bocina arcaica del tren blanco, atestado de carros como si se trasladara a alguna batalla. La imagen se confunde con los balbuceos de mi hijo que tampoco entiendo.

19.13 Ya pasó el temblor, aunque mi hijo sigue saludando al vacío. Se abren las barreras y pasan los autos como si nada hubiese sucedido y las vías no trajesen un mundo continuo de otro lado.

21.30 Belgrano R. es un barrio aristócrata, alegre: en estas noches de verano, las familias de clase media cenan los platos europeos de los restaurantes que dan sobre la plaza. A sólo media cuadra de ahí la estación de tren congrega otros comensales: los de la basura. Son familias enteras, también, o pedazos de ellas: mujeres con bebitos, hombres solos, adolescentes, un ejército descansando. La noche es la frontera donde los pobres se adueñan de los barrios prósperos.
Los carros son más de cincuenta, apilados como ataúdes. Tienen dos neumáticos, una estructura de hierro con manijas y unas bolsas blancas que se prenden con ganchos.

-Vos siempre ponés la carreta mal. Dale correte la gente tiene que pasar!
-El también me estaba haciendo lugar.
-Correte para allá loco estás zarpado vos eh!
Adentro se guarda aquello que alguna vez costó dinero, hoy ya está viejo pero todavía puede reportar algo: diarios, escobas, un triciclo, una lámpara...

-Viniendo solo los domingo’ junto trescientos kilos
-Yo enseguida lo cago a puteadas o le meto una patada en el orto; no quiere saber nada de juntar hierros

Los cirujas revientan la “R” de Belgrano Residencial. Extraños alquimistas. ¿Antes de la medianoche, la basura se transformará en oro? O quizá solo en unas monedas para volver a rastrillar al día siguiente lo que la ciudad desprecia y ellos no.

21.40 Miro desde el andén desierto de enfrente a los nómadas del desperdicio; las vías en el medio me protegen de ellos y de mis propios sentimientos de fascinación.

21.55 Cruzo la frontera. Voy atravesando olores y caras a medida que avanzo por el andén atestado. Rozo a la señora inclinada sobre la bolsa-almohada de basura y también a los chiquitos que se acuestan arriba de las ruedas, como si el carro fuese una prolongación del cuerpo o fuera a explotar, a desaparecer. Creo que en cualquier momento caigo sobre el agujero de las vías. Siento a este andén como la parte visible, pública, de mi propia basura.
Los carros huelen mal. Las bolsas llenas de cosas ocultas cobran vida, como la panza de una embarazada. Unas mujeres husmean la parte alta de una bolsa y sacan de la multitud de desechos un vibrador blanco, eléctrico, un pene con un cablecito. Las mujeres lo miran, lo llevan a la boca, se ríen, luego lo enrollan y reparten el botín de unas galletitas.

-No la merca te hace mierda la nariz
-A esta no la traigo más (la madre resopla con la hija que se porta mal)
-Y la asistente social de la escuela me dijo que mande a la nena porque....

22.05 En Belgrano R. se bifurcan las vías: hacia la derecha van al conurbano rico, a Olivos; y a la izquierda van a Suárez, el destino de los cirujas. A mí también se me abren varios mundos en Belgrano R. Aquí tomaba el tren con mi primer novio para acompañarlo a jugar al golf; aquí vengo a los treinta años, a traer a mis hijos a la prolija plaza de la estación... y ahora es la basura por la noche y el temor al contagio, a que la claridad no vuelva. Me cuesta creer que es un mismo espacio, sólo que a distintas horas. Apostada en un idéntico lugar, como un pintor impresionista del siglo XIX, sigo el régimen de la luz: las personas introducen distintas temporalidades.

22.10 Viene el tren de los canas a buscar la recaudación. Es fácil de reconocer porque tiene las ventanillas de metal bajas y pone la trompa sobre la boletería, casi como si no quisiera entrar a la estación.
Bajan varios canas con chaleco antibalas y ametralladoras. Ninguno de los cirujas les quita los ojos de encima. Hay un aire cargado de metralletas hasta que los canas suben al tren ya en movimiento con un paquetito amarillo, apuntando las armas hacia donde hay gente, y se van.

22.20 Cada vez llega más gente a la estación. Muchos chicos arrastran carros que los doblan de tamaño. Una nena se cuelga de las ruedas y se trepa como si fuese un caballo; otros adornan la carreta con bolsitas transformándola en un árbol de Navidad.

-Má vamos!!
-No esperá que vengan tus hermanos. Ahora viene el otro en el que vienen los chicos. Sea la hora que vengan yo subo...
-Má... si no vienen en este subimos?
-Venís o te sentás al lado mío o te doy un cachetazo.

Viene el tren a Suárez pero nadie sube ni se muestra animado. Algunos se acuestan sobre el piso y toman agua, mate, fuman, miran la nada, un nenito hojea un libro enorme con desgano, otros juegan con el enrejado o con piedritas y uno más viejo duerme.

-El próximo es nuestro
-No tené agua flaco?
-Agua quiere doña? -se adelanta el flaco y le acerca una botella y charlan, aunque es evidente que no se conocen.

23.11 La gente que espera el último tren a Olivos se arracima alrededor de la boletería y el kiosco de revistas, único sector del andén techado, con luz y música funcional. Yo también viajo a Olivos pero hoy me quedo con los cirujas. Aunque mi basura sea inútil, aunque ni siquiera se recicle. Y la vida se vuelve interesante cuando uno se pierde el último tren a casa.

23.40 Llega el tren blanco. Los cirujas a bordo duplican la bocina con silbidos lejanos para que sus parientes los identifiquen a distancia. El lugar de encuentro no es la estación, como yo pensaba, sino el tren mismo.

-Ahí viene el tren blanco! Vamo’ vamo’
-Vení Jorge dejala a ella. Ahora le voy a decir a mamá que no viene más con nosotros
-Vení que así estamos más cerca del tren. -Dale boludo eh!
-Má dijo que suba

Gritan, silban, ríen, se mezclan con hombres y mujeres que vuelven del centro con caras de cansancio, carteras y portafolios. Un cartón queda atrapado en la puerta, hasta que alguno lo libera y el tren arranca. Saludan triunfantes a los que quedan abajo, esperando al resto de la familia que vendrá más tarde. Un nenito desde adentro, con medio cuerpo afuera hace fuck you para indicar que ahí está el furgón.

-Sí entró
-No puede subir!
-Dale empujalo más
(toca la bocina el locomotorero)
-Ehhh para eh! Hijo de puta
(a un chico le cuesta subir un enorme carro)
-Eh boludo tenés que pasear ratas no sabés pasear cosas como ésta
(otra vez bocina)
-Pará negro pará!!

Las ruedas de los carros, que deambulan por los caminos zigzagueantes de la basura, suben a las ruedas del tren, cuyo recorrido es monótono.

-(a mí) Estás sacando fotos para un diario, no? (alguien me toca el brazo y siento miedo)
-Dale que entra!! (van metiendo más carros en el furgón) Aguantá... listo
-(intento subir y me detienen) Este tren no lleva pasajeros
-Erica la podés traer
-Vos subime a la nena. Y ahí hay una monedita.
-Te dije que no jugués con eso Marcelo, no la asustés Marcelo
-Vamo’? Eh ya está? Listo vamo’
-Que vigila ortiva, ese guarda hijo de puta

Los policías miran, pero no intervienen. La disparidad numérica es ostensible. Los cirujas deciden cuándo arranca el tren. No sacan boletos y nadie se los pide. Ellos son los dueños de los trenes nocturnos a Suárez y especialmente de esta ballena blanca, esta Moby Dick del cuarto mundo rellenada con basura.
Qué envidia esa basura que se pasea muy oronda mientras yo no logro sacar la mía. La admiro yendo en los carros desnuda, fresca, suelta de cuerpo.

23.48 Pasa un tren de carga, esos que todavía llevan cosas “útiles”, larguísimo, hermoso con la noche y que hace temblar el piso... A mí me tiembla el piso. La basura c´ est moi. Ya no importa llegar a casa.

23.50 Un nene de tres consuela a su hermanito de uno diciéndole que la madre ya va a llegar, lo alza y juega a zamarrearlo en el precipicio del andén; simula que va a tirarlo y el cuerpo del más chiquito oscila entre el hueco y el borde bajo la luz de la locomotora que se acerca. No puedo dejar de estremecerme al imaginar la cara de mi hijo en el más pequeño, mi hijito durmiendo ahora entre sábanas limpias.

23.58 No pude irme hasta que no pasó el último tren a Suárez, casi a medianoche, justo antes de transformarse en una carreta con calabazas.

00.05 Ir a remover la bolsa de basura de los recuerdos... rasgar un poco el fondo aunque todo esté podrido adentro y rescatar lo que se pueda, aquello que seguimos soñando ahora que somos grandes y nos persigue desde chicos porque la infancia está viva, despierta cada noche por más que uno cierre la bolsita y la deje en la vereda, lejos, para que la recoja el basurero. ¿Qué pasa con los recuerdos sepultados? Vuelven; si uno no se zambulle en la mierda vuelven. Y no es cuestión de aniquilar los recuerdos sino de acompasar las pesadillas a la vida, incorporar el mal olor y los gusanos y saberse uno también gusano. Es como el tipo de Belgrano R. que tira la revista “Caras” y un ciruja que él no ve –porque las clases sociales se rozan sin mirarse, mediados por moneditas o basura- y un ciruja que él no ve, decía, rompe la bolsa y junta esos papeles con otros que luego volverán al tipo de la “Caras” y a mí que pensamos que nos habíamos sacado la mierda de encima, vueltos papel higiénico, luego de tortuosos periplos en tren a la provincia donde los hermanitos viajan solos, uno le muerde la cola al otro y cada quien se cuida a sí mismo de no caer. El glamour de la “Caras” hecho papel para limpiar nuestro culo previo paso por un vaciadero junto a otra multitud de objetos inútiles vueltos dinero o morfi, o bien mucho cansancio y poco alivio para los pobres.
Y los recuerdos también: uno saca la bolsita que no quiere de su cabeza. Hace un nudo. Quizá añade pimienta para que no la desgarren los gatos. La bolsita se aleja en el camión pero el malestar persiste, es aquella persistencia de lo que uno es cuando todo está oscuro y pensamos lo que quisimos olvidar. Y la bolsita con la mierda vuelve, nos recuerda quiénes somos y cada vez se pudre más.

(Columna para “Fronteras de Buenos Aires”)


Pi-ojos

“se alimentan de sangre, inyectan su saliva irritante y depositan su materia fecal sobre la piel...”
(Prospecto del piojicida “Nopucid”)

Hay unos espías tan cerca y tan lejos. Los puedo tocar pero son inabordables y no les puedo dar muerte. Tampoco puedo putearlos y que me escuchen. Son sordos, mudos, estúpidos... pero ahora son videntes.
Unos animalitos anidan en las raíces de mis pestañas y sus bocas chupan de mí. Apenas me dejan mirar el mundo: ellos lo descubren desde la orilla de mis globos oculares.
No quieren ser ciegos: quieren dejarme ciega a mí.
Es un enemigo imposible. Es un enemigo invisible. Cada día los más grandes echan miles de huevos. Nacen; luego caminan y flotan. Los siento apretarse en el bosquecito de mis pestañas buscando calor.
¿Cómo volaron sin alas hasta mí? Con su taladrito me roban colores, formas, recuerdos y se transforman en la única memoria posible. Ven todo excepto a mí, como yo no los veo a ellos.
Empiezo a odiar este mundo que se vuelve borroso. Cuando todavía puedo hacerlo, miro con envidia los ojos limpios y bondadosos de los demás. Nadie sabe la basura que oculto debajo del párpado.
Ya no estoy sola. Crío monstruitos. Perdí la intimidad con mis pensamientos. Perturban mi sueño con sus viajes de un extremo a otro, sus fiestas o murmullos. Hay algo en esto de mirar el mundo juntos, como desiguales siameses que me hace despreciar cuanto veo; yo les presto mi don maravilloso y ellos a cambio me inyectan su avaricia.
Logran su fin: no puedo pensar más que en ellos. Mi cuerpo y los sentidos que me restan quieren echarlos pero no logro impedir que sigan armando su colonia, criando sus hijos, armando una gran familia sobre mi cara bajo la persianita del párpado.
No soporto sus rush hour. Solo veo una nubecita que tapa lo de afuera, si ese afuera existe todavía. Quisiera, si ya no erradicarlos, trasladarlos a otra parte, armarles las condiciones propicias de humedad en las cejas, el pubis, las axilas... pero ellos no quieren quedarse sin ese cine de la vida que le proveen mis ojos.
¿Por qué no puedo tener piojos en la nuca o detrás de las orejas como cualquier hijo de vecino? Probé de ponerme rimel y también me adoran. Estos okupitas del sexto mundo rompen candado en una linda habitación, despliegan su cuerpo para vivir... y andá a cantarle a Gardel.
Pensé que escribiendo quizá se iban. Pero el tren pasa, se lleva a los cirujas y sus carros y ellos se vengan de mi excesivo interés y me dejan lo único que les sobra: sus cirujas al cuadrado, sus cajitas chinas:
“¿Vos querés conocernos? ¿Querés un verdadero comercio, un intercambio de regalos? Tomá los pi para un trabajo de campo intensivo. Viví lo que nosotros vivimos: sentí que la sangre se seca y duele cuando se va, que en nosotros es el hambre y en vos sólo unas decenas de emisarios: nuestras mínimas palomitas de la paz”.
Y el pi-ojo ama la vida, hace el amor y no la guerra y se reproduce ad infinitum como el Pi griego: trescomacatorcedieciséis.


GLOSARIO

Boludo: (lunfardo) estúpido, idiota.
Cana: (lunfardo) agente de policía.
Ciruja: (Argentina) buscador de residuos en vaciaderos de basura, cartonero.
Lunfardo: Jerga que originariamente empleaba, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, la “gente de mal vivir”. Parte de sus vocablos y locuciones se difundieron posteriormente en la lengua popular y en el resto del país.
Merca: (lunfardo) cocaína.
Morfi: (lunfardo) comida.
Orto: (lunfardo) culo.
Puteada: (Argentina, Paraguay y Uruguay) insulto, palabrota.
Vigila: (lunfardo) apócope de vigilante. Agente de policía.
Zarpado: (lunfardo) desubicado.

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