Síntesis de palabras del artista León
Ferrari:
La Iglesia esta presionando para que se cancele la retrospectiva que
se presentó el 30 de noviembre, a las 19 horas, en la sala Cronopios
del Centro Cultural Recoleta.
En esa muestra hay dibujos, esculturas
y collages que hice en los últimos 50 años. Una parte
de esas obras es una crítica a la idea del cristianismo de castigar
el diferente. Han llegado un centenar de mensajes pidiendo se suspenda
la muestra. Les pido que nos ayuden a defenderla enviando un mensaje
a la directora de Recoleta, Nora Hochbaum, a las siguientes direcciones:relpublicas@centroculturalrecoleta.org;
aaccr@centroculturalrecoleta.org ;prensa@centroculturalrecoletaorg ;
produccion@centroculturalrecoleta.org; rubinstein@centroculturalrecoleta.org
; lpineiro@centroculturalrecoleta.org Muchas gracias y un abrazo
León Ferrari
Si, León, contá conmigo...
Intenté verla, la muestra digo, y la cola era impresionante.
Como siempre en estos acontecimientos, se mezclaban señoras serias,
adolescentes ruidosos y familias jóvenes con chicos que correteaban
incansablemente tratando de achicar el aburrimiento al que los padres,
interesados, los iban a someter. Toda gente que, como nosotros, quería
saber cual era el motivo de tanto escándalo e intentar, ante
las obras, decidir por sí mismos el valor del mensaje y la dimensión
de la polémica. Loable.
Un cartel decía: "Por razones de seguridad solo se permite
permanecer en la sala a grupos de no más de ochenta personas".
Y la espera era larga.
Nos fuimos. Afuera, un vallado pretendía contener posibles desmanes
y en los zócalos del Centro Cultural, sobre la vereda, se amontonaban
ramilletes de flores, velas encendidas y estampitas, junto a carteles
que instaban al desagravio.
Minutos después (y me enteré por el diario del día
siguiente) un grupo de desorejados rompieron una obra y fueron detenidos
por la policía. Más escándalo y más máquina
para avivar la discusión fomentada, como siempre por la desaprensión
de los medios de comunicación que, respondiendo siempre a oscuros
intereses, solo saben ver lo negro y prejuicioso.
Por la noche, ese domingo, Mariano Grondona dedicó una buena
porción de su programa Hora Clave al "debate" sobre
el tema. El título de la sección era "León
Ferrari - ¿Arte o Blasfemia?". Y discutieron por varios
minutos con el estilo dudosamente objetivo que habitualmente impone
el periodista, dejando escuchar voces diversas (curas contra funcionarios,
religiosos de otros credos contra artistas afines, abogados agraviados
contra periodistas tendenciosos, etc.) sin, por supuesto, llegar a ninguna
conclusión aclaratoria para el espectador desprevenido.
No me convencieron, por supuesto, pero sí motivaron que me pusiera
a pensar seriamente en este enésimo caso de intolerancia e irreflexión
que propone el escandalete.
No vi la muestra, repito, pero a todo efecto no es importante que yo
la haya visto. Lo importante es lo que con ella se está haciendo,
más allá de los sentimientos o impacto que pudiese despertar
en mi peresona.
Dos preguntas flotan en el espacio de la cordura colectiva y otra más
que yo me hago y, en el intento de respuesta quizás surja algún
tipo de aclaración.
Una: ¿Arte o Blasfemia?
Blasfemia: Palabra injuriosa contra Dios o sus santos. (Diccionario
de la RAE). Punto. No hay más. Y es suficiente.
Definir el Arte es algo más difícil, y la RAE dice: "Virtud,
fuerza, disposición o industria para hacer alguna cosa / Todo
lo que se hace por industria o habilidad del hombre y en este sentido
se contrapone a la naturaleza / Conjunto de preceptos y reglas necesarios
para hacer bien alguna cosa..."
Y es en esto, en hacerlo bien, en que se diferencia la virtud de un
artista en contraposición a lo que se hace mal o no se hace.
Arte, en definitiva, es todo aquello que bien se hace, sea en concordancia
con algún precepto o, lisa y llanamente, en contra de éste
(aún de la naturaleza).
Hay arte en el programa del Dr. Grondona, que aunque no me guste lo
hace muy bien. Hay arte en los dichos de cientos de escritores, en las
imágenes de cientos de pintores, en las acciones de cientos de
actores, en los sonidos de cientos de músicos, en los ingenios
de cientos de científicos, empresarios, intelectuales o personas
comunes; que pueden denostar o criticar las acciones de aquellos con
quienes no concuerdan. Pero lo hacen bien y son sinceros y coherentes
con su pensamiento, mostrando (o deseando mostrar) una visión
diferente - quizás impía - pero siempre original, de lo
que otros, tal vez en afán de inmovilismo o decadencia, no se
animan a decir ni a mostrar.
Y hay arte, sin duda en la obra de León Ferrari (la que conozco
parcialmente por haber trabajado algún tiempo en la cercanía
de la plástica y sus cultores, incluyéndolo (*)).
Nada tiene que ver esto con la blasfemia. No son términos que
se puedan atar en una comparación directa y, a todas luces, tendenciosa.
No cabe la disyuntiva.
Ni siquiera cabe el mote de blasfemas a las obras que (ya comienzan
a circular por otros medios) se muestran como "habilidad o industria"
de León Ferrari, ni al gesto de su discurso ni a la factura de
sus ideas. Si cabe el de crítica. Una crítica mordaz y
despiadada a la actitud desplegada por la Iglesia frente al concepto
que el artista tiene de ella.
No injuria a Dios o a sus santos; solo denosta a la Iglesia (que no
es Dios o sus santos).
Y entonces la respuesta a los supuestos es el ataque directo e irreflexivo,
que termina confirmando el espeso grado de fundamentalismo que invade
las mentes desnaturalizadas de los que no saben - o no quieren - distinguir
entre el "peral" del arte y el "olmo" del temor
o la intolerancia.
Dos: ¿Tiene el Estado que patrocinar este tipo de mensajes?
No. No tiene que hacerlo. Pero puede hacerlo... y lo hace...
Llego a pensar que hasta debe de hacerlo. Y en esto me viene a la mente
el conocido ideal de libertad y democracia que reza: "No concuerdo
con tu idea, pero daría mi vida por tu derecho a defenderla".
Y es el Estado quien debe, en todos los casos "dar la vida"
(aquí es solo un espacio y pocos pesos) por el derecho a defender
las ideas de todos, máxime cuando se trata de individuos que,
desde la probada habilidad de su arte, dicen cosas que proponen una
nueva, diferente, intensa y arriesgada manera de pensar. No solo con
relación a la Iglesia y sus ofendidos, sino también con
relación a muchas de las penurias que - a sus ojos - soporta
la sociedad en varias otras áreas.
Es el Estado quien debe hacerse cargo de este riesgo. Es en la diposición
a la apertura y el donativo de cultura con que el Estado debe convencernos
que trabaja para nosotros. ¿O es que acaso el Estado no somos
todos?
Y todos tenemos derecho a saber que es lo que opina uno de nuestros
hombres más sensibles y dedicados; de la misma manera que se
ha promovido a otros tantos que nos han dicho cosas que quizás
tampoco quisieramos haber oído (Berni o De La Cárcova,
por citar solo dos entre los plásticos).
Tres: ¿De qué tiene miedo la Iglesia?
¿De perder su egemonía en el pensamiento, en la cultura,
en la educación, en el control de la masa de fieles seguidores
y de la humanidad entera? ¿De ver corrompido su poder por la
crítica a sus actos? ¿De permitir el cuestionamiento de
las verdades incontestables que le dieron ese poder por más de
dos mil años? No lo creo.
No alcanza con la obra de un solo artista, por más irreverente
e inteligente que este sea, para poner en tela de juicio todo lo que
hasta aquí ha hecho de bien o de mal.
Quizás tenga miedo que se comience a ver, en la crítica
propuesta, la equizofrenia de los preceptos de poder que han urdido
muchos de los hombres de esa Iglesia, con el solo fin de cimentar poderes
personales asentándolos sobre la base de la consuetudinaria ingenuidad
de la gente que cree y necesita creer.
Equizofrenia provocada por los mensajes dobles, los condicionamientos
sin salida, los mandatos sin explicación que, lejos de confortar
al hombre común lo llenan de dudas, de angustias y pesares conduciéndolo,
poco a poco a caer en brazos de otros "iluminados" quizás
menos preparados y más ambiciosos que terminarán captando
su voluntad y disposición de alma para fines más perversos
aún.
Y es esto lo que propone León Ferrari. Desbrozar la perversión
hasta convertirla en un patético cuadro de iniquidades que despierten,
brutalmente por cierto, las almas confundidas y permitan el libre pensamiento
en todo aquello que duele y que realmente aleja al hombre de la idea
de un Dios justo, tolerante, imprescindible.
Los que se oponen con violencia a este discurso son, en realidad, los
que atentan contra la idea de la paz, la armonía y el entendimiento.
Si Dios es tolerancia, entonces, ellos son los que blasfeman.
Daniel Migone
(*)ver www.arteuna.com