DDDCon luces y con sombras, los años
’70 son para mí los de mi formación en la Facultad
de Filosofía y Letras. Policía en la puerta de la calle
Independencia, entradas y salidas separadas para alumnos y profesores,
revisión de carteras e inevitable pregunta sobre mi flauta
traversa de bambú, un arma extraña en esos años.
DDDUna gran pobreza académica
la de la dictadura, pero no menos pobre fue la breve democracia en
mitad de la década. En 1973 leía a Paul Nizan, que comienza
su libro Adén Arabia diciendo “Tenía 20 años,
y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa
de la vida”. Me sentía completamente identificada con
eso. La calle ardía pero en la Facultad (ya no en Independencia,
ahora en las ruinas del viejo Hospital de Clínicas, donde hoy
está la plaza Houssay) se vivía una especie de alegre
irresponsabilidad primaveral. Muchas materias tenían una única
bibliografía: los libros de Perón. Yo sentía
avecinarse el costo de ese largo recreo, creía que estudiar
era también un modo de resistir la opresión, como luchar.
DDDEl terror llegó con la muerte
de Perón, una irrupción de lo siniestro. Participaba
en una cooperativa de estudiantes para la edición de apuntes.
Un joven profesor que hablaba de las luchas populares por la liberación
latinoamericana vino a pedir su comisión por recomendar nuestros
apuntes en la cátedra, y yo debí escuchar eso. La lucha
entre la tendencia y la lealtad se llevaba toda la energía
de los pasillos, polarizaba el aire, no había lugar fuera de
eso.
DDDCuando había cadenazos o balazos
había que ponerse a resguardo, luego se podía continuar
con la rutina. En el ‘75 la policía entró a la
Facultad y la cerró. Se robaron los mimeógrafos de la
cooperativa, los vitrales de la capilla (que todavía está
en la plaza, pero con vitrales nuevos), las bebidas del quiosco del
patio que atendía Totín. Cuando volvieron a abrir, Totín
acusaba a los gritos a la policía. Un auto lo pisó misteriosamente
cuando volvía a su casa y nunca se supo quién fue.
DDDVino lo peor. Otalagano, Ivanisevich, Sánchez Abelenda
(un cura que iba irremediablemente borracho y armado a dar su clase
de Metafísica). La pobreza teórica era avasallante,
y comencé una carrera paralela en la Sociedad Argentina de
Análisis Filosófico (SADAF) donde un grupo de profesores
echados en la Noche de los Bastones Largos de Onganía sostenían
la llama sagrada del pensamiento y la discusión de ideas. Estudiar
es resistir, seguía sintiendo. Comenzaron a desaparecer los
primeros compañeros y profesores, a ser amenazados, a prohibirse
sus libros.
DDDEl primer comunicado militar del 24
de marzo sorprendió a poca gente, pero no era previsible la
ferocidad creciente de esa dictadura que se iniciaba. Ya estábamos
en Marcelo T. de Alvear. Los primeros años sobre todo, los
secuestros y torturas, la desaparición, tenían sobre
nuestras vidas el doble efecto del terrorismo de estado: letal para
las víctimas, una amenaza y advertencia para disciplinarnos
a todos. En los diarios salían instrucciones para reconocer
a posibles terroristas y que los buenos vecinos los denunciaran. Mis
amigos y yo dábamos en el perfil: jóvenes, van con libros,
no tienen horarios fijos, usan pelo largo, se reúnen en grupos.
Una taxonomía del peligro contra el modo de vida occidental
y cristiano.
DDDNunca quemé un libro, ni lo
enterré. Pero viví muchos años con miedo porque
mi biblioteca era la de una estudiante de los ’70. Lo que era
bibliografía obligatoria un año (Marx, Gramsci, Mao,
Guevara, Fannon, Engels) era el pasaporte al infierno al año
siguiente.
DDDEn Sadaf estudiaba Filosofía
Política, cuando en la Facultad de Filosofía no existía
ni siquiera la materia. DDComencé
a conocer el sistema internacional de los derechos humanos cuando
en la Facultad de Derecho no se enseñaba cómo pedir
un Habeas Corpus. La Universidad de las Catacumbas fue un lugar de
resistencia intelectual, de formación de quienes estábamos
creciendo para tener más fuerzas. Un transpaso generacional
en una sociedad donde los jóvenes no sobrevivían. Un
espacio de testimonio y de testigos que dieran crédito de lo
que ocurría en Argentina.
DDDDe aquella década me quedaron
algunas determinaciones. Un modo de transformar el pensamiento en
acción, de asumir la vida teórica como un compromiso
práctico, de elegir el camino difícil cuando es necesario,
de reconocer la ferocidad de la época en la que me tocó
vivir como el único contexto posible para poner a prueba mis
convicciones. Estudiar para resistir. Persistir. Insistir. No caer.
No temer porque nuestro miedo engrandece a quien tememos. Apretar
filas para ser más fuertes.
DDDLuego vendría la democracia,
el descubrimiento del cinismo, el espectáculo de los heroísmos
y los pasados inventados a la luz de un presente seguro. También
las paulatinas diferencias con los propios: ya no era necesaria tanta
disciplina, ya no era tan claro el recorte de los territorios. El
terreno de disputa empezaba a ser la memoria.
DDDPolíticas de la memoria, quién
impone su sentido, quien se queda con el rédito, quién
tiene derecho a una palabra sin debate. Políticas de la memoria
también para los que olvidaron todo. Los que estaban en otra
parte o haciendo otra cosa que no era pertinente. Y políticas
de la memoria también los testigos, los que con nuestro testimonio
legitimamos una versión u otra de la historia, los que les
contamos a las generaciones que vienen qué pasó.
DDDDiana
Maffía. Doctora en filosofía.
Directora Académica del Instituto Hannah Arendt de DDDPolítica
y Cultura. DDwww.institutoarendt.com.ar