EL PODER
EN LA CRITICA:
LECTURA DE "GANARSE LA MUERTE",
de Griselda Gámbaro
INFORME
Para conocimiento de S. E. EL SEÑOR SUBSECRETARIO DEL INTERIOR Producido
por: PUBLICACIONES ASUNTO: Novela ORIGINADO POR: SIDE TITULO: "GANARSE
LA MUERTE-AUTORA: Griselda GÁMBARO EDITADO POR: "Ediciones de la Flor"
IMPRESO EN: "Talleres Gráficos GARAMOND S.C.A." FECHA: Julio 1976
1. IMPRESIÓN GENERAL. Es una obra asocial, dado que trata de mostrar
a ésta y a través de sus personajes, como un lugar donde impera el
hiper-egoísmo e individualismo, donde no cuentan ninguno de los valores
superiores del ser humano y sí las lucubraciones y actos para lograr
la satisfacción de sus bajos instintos.
2. PÁRRAFOS SALIENTES. Estos se pueden subdividir en cuatro grandes
grupos, los que lesionan: la sociedad; la condición humana; la familia;
las instituciones armadas y el principio de autoridad.
2.1. La Sociedad
2.1.1. Divide a ésta en torturados y torturadores (Pág. 9), así como
también, y en forma sarcástica, entre gente superior e inferior (Pág.
101), también y de la misma forma entre civiles y militares (Pág.
107).
2.1.2. Manifiesta: "Sentía que procedía justamente, la justicia no
da opción, pero como los guardianes que matan a su prisioneros, no
contento, no se podía sentir contento (sic). Esta maldita condición
humana, pensó, cambiando el garrote a la otra mano" y "Así era la
balanza de la vida, ciega, resarciendo a quien no lo merecía. Algún
loco había establecido el desequilibrio natural desde el origen, y
sólo alguien más loco podría pensar en subsanarlo. Y sin embargo,
él lo había intentado. Y el fracaso era la respuesta" (Pág. 122).
2.1.3. Ataca e ironiza a los ricos: "El veterinario musitaba al oído
del tipo con dinero, que lo escuchaba seco, displicente e interesado,
como todos los que tienen plata y consideran la posibilidad de tener
más" (Pág. 148).
2.1.4. Da también un principio determinista y caótico a la vida: "También
él sufría, pero no estaban solos en el mundo. Alguien tiene que pagar
por todos, voluntaria o coercitivamente alguien siempre paga por todos"
(Pág. 150) y "No acusaba a nadie, te traje al mundo y te largo, así
era la vida" (Pág. 156).
2.2. La condición humana
Esta es mostrada en forma extremadamente negativa, pareciendo que
tratara de sostener la teoría, que el ser humano por naturaleza es
ruin, egoísta, desalmado, etcétera.
2.2.1. Esto se ve en toda la obra y por ejemplo en el siguiente párrafo:
(luego de haber atropellado a una niña) "El auto frenó en seco con
un chirrido de neumáticos. El conductor abrió la portezuela, demudado,
y corrió. Una mujer que lo acompañaba, igualmente pálida, bajó detrás
de él... El conductor enderezó las antenas de la radio, que se habían
torcido en el imprevisto encuentro con el obstáculo y giró alrededor
del coche. En la tercera vuelta, respiró: No se advertía ninguna abolladura
sobre la chapa flamante. Palmeó suavemente a la mujer... -No pasó
nada- dijo" (Pág. 144).
2.2.2. También en las siguientes actitudes: 1º) También Cledy bufaba
e increpaba por haber traído esos dos clavos a la casa (refiriéndose
a sus segundos padres) así como
también se alegró con su muerte, dado que habían dejado de molestar
con su agonía; tanto anularse en beneficio de los semejantes ¿sirve
de algo? 2°) "¡Se murió la estúpida! ¡Se murió la estúpida!- Gritaron
los niños festejando alborozados". (Pág. 191) (con referencia a la
muerte de su madre -Cledy-).
2.3. La familia
2.3.1. Enloda a la mujer y a todo lo que ella representa: "Las madres
no sirven para nada, salvo quizás para engendrar, si este trabajo
le hubiera tocado a los hombres, no sólo poner el semen, sino recibirlo,
concebir, aguantar el feto nueve meses en el vientre y parir virilmente,
el resultado hubiera tenido más precisión". (Pág. 142).
2.3.2. Para apreciar el ataque a la familia y a la moral es suficiente
conocer el relato de la serie de trances que debe soportar el personaje
principal: A los quince años mueren sus padres, es llevada a un orfanato
donde es acosada por una lesbiana y violada por otra, luego en la
fiesta de bodas es desnudada y filmada por los camarógrafos de la
televisora que trasmitía la boda, luego es objeto -por parte de su
suegro- de un uso sexual continuado ante la complacencia de su marido
-que tenía relaciones con su propia madre- (pasado el tiempo el suegro
se lamenta: "y para colmo, concluyó, no podía penetrarla. El pujante
cañón de antaño apuntaba imperturbable hacia el suelo, insensible
a los contactos, a la lisonjas mentales, a las amenazas").
2.4. Las instituciones armadas y el principio de autoridad
Como en los anteriores casos, en éste, trata de trasuntar una visión
-de las instituciones armadas- que por vía de la descripción (...)
Por sí pareciera que no emite juicio de valor, pero sí lo hace negativamente
y por rebote cuanto trata el tema "militares y principio de autoridad"
2.4. y en la "Alusión extemporánea" 2.5.
De lo que no hay ningún lugar a dudas, es que la obra es altamente
destructiva de los valores, con la peligrosa característica de haber
sido realizada con la maestría propia de quien fuera calificada como
lo fue.
Tampoco es necesario discurrir en profundidad para darse cuenta que
este ataque a los valores, y la forma en que es realizado, coloca
a la obra en un tipo de inmoralidad con trasfondo subversivo (4.1.
y cctes.) -no encuadrable en una inmoralidad pura y simple (4.2. y
concordantes) ni en el artículo 128 del Código Penal (4.4.). Dado
que como se viera la intencionalidad de la obra -y la que le adjudican
sus editores (ver nota tapa final)- es la de producir nihilismo hacia
los valores propios del ser nacional, por la vía de la destrucción
de éstos en la sociedad, la condición humana, la familia, las instituciones
armadas y el principio de autoridad. Dado que el exponer las lacras
humanas exclusivamente, y sin proponer elementos compensadores, no
ubica a la obra en lo que podría haber sido -pero no lo fue- un trabajo
de crítica social constructiva.
6. PROPUESTA
Como ya quedara demostrado, esta es una publicación que afecta la
seguridad -por su inmoralidad subversiva (acepción 4.1.)- y por lo
tanto pasible que le sea aplicado el artículo 23 de la Constitución
Nacional prohibiendo su distribución y venta.
6.1. Pero es dable tener en cuenta ciertas circunstancias de orden
político:
6.1.1. El diario "La Nación" -del día domingo 6 de febrero (ver anexo
2)- en una encuesta titulada "Teatro y literatura" consulta a la autora
respecto de estos temas, junto con otros escritores de reconocida
fama, lo que hace suponer que Griselda Gámbaro reviste esta categoría.
Por lo cual es probable que la adopción de una medida como la propuesta,
en conjunción con otras ya adoptadas o en vías de serlo, produzca
cierto malestar en el ambiente literario.
6.1.2. Esto también se ve corroborado a la luz de las opiniones -respecto
de la autora-de Kive Staif (actual director del Teatro Municipal General
San Martín) vertidas en el diario "La Opinión" y reproducidas en la
tapa final del libro.
6.2. Otro tema es el de la editorial, la que por dos circunstancias
se encuentra pasible de
ser clausurada; porque:
6.2.1. Es reincidente en este tipo de literatura, dado que por decreto
Nº 629/77 se prohibió la distribución, venta y circulación del libro
"Cinco dedos", perteneciente a dicha editorial.
6.2.2. Avala lo que hace la autora, por editarlo, y por expresarlo
en la presentación de la tapa final.
T. Cnl. (R) JORGE E. MÉNDEZ. Publicaciones.
DECRETO 1101/77
Buenos Aires, 26 ABR 1977.
VISTO las facultades conferidas al Poder Ejecutivo por el artículo
23 de la Constitución Nacional, durante la vigencia del estado de
sitio, y CONSIDERANDO:
Que uno de los objetivos básicos fijados por la Junta Militar en el
acta del 24 de marzo de 1976, es el de restablecer la vigencia de
los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la
dignidad del ser argentino.
Que dicho objetivo se complementa con la plena vigencia de la institución
familiar y de un orden social que sirva efectivamente a los objetivos
de la nación.
Que del análisis del libro "Ganarse la muerte", de Griselda Gámbaro,
surge una posición nihilista a la moral, a la familia, al ser humano
y a la sociedad que éste compone.
Que "Ediciones de la Flor" comparte el agravio al sistema familiar,
como medio para transmisión de valores, y es contumaz en la difusión
ideológica destinada a agraviar las instituciones.
Que actitudes como éstas constituyen una agresión directa a la sociedad
argentina concretada sobre los fundamentos culturales que la nutren,
lo que corrobora la existencia de formas cooperantes de disgregación
social, tanto o más disolventes que las violentas.
Que una de las causas que sustentaron la declaración del estado de
sitio, fue la necesidad de garantizar a la familia argentina su derecho
natural y sagrado a vivir de acuerdo con nuestras tradicionales y
arraigadas costumbres.
Que, conforme lo ha admitido reiteradamente la jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, el secuestro de una publicación
y la clausura de una editorial se encuentran dentro de las facultades
privativas del poder ejecutivo nacional, acordadas por el mencionado
artículo 23 de la Constitución Nacional.
Por ello, EL PRESIDENTE DE LA NACIÓN DECRETA:
ARTICULO "Iº.- Prohíbese la distribución, venta y circulación, en
todo el territorio nacional, del libro "Ganarse la muerte" de la autora
Griselda Gámbaro, editado por "Ediciones de la Flor" y secuéstrense
los ejemplares correspondientes.
ARTICULO 2°-.- Dispónese la clausura, por el término de treinta días,
de "Ediciones de la Flor S.R.L." con domicilio en Uruguay 252,1e"B"
de Capital Federal. ARTICULO 3-.- Lo dispuesto en el artículo anterior
no impedirá la realización de las tareas administrativas, inherentes
a "Ediciones de la Flor S.R.L.". ARTICULO 4Q.- La Policía Federal
dará inmediato cumplimiento a lo dispuesto en el presente decreto.
ARTICULO 5º.- Comuníquese, publíquese, dése a la Dirección Nacional
del Registro Oficial y archívese.
Decreto Nº 1101. Gral. Bg. Albano E. Harguindeguy, Ministro del Interior.
(Hay más firmas ilegibles.)
En Revista XUL, Ns 11, septiembre '95.
Griselda Gámbaro, de "Ganarse la muerte", Ed. De la Flor, 1976
(...)
La Sra. Perigorde, mientras atendía a los invitados, cuidando de que
la conversación no decayera, observaba con el rabillo del ojo al Sr.
Perigorde que, de pronto, parecía muy abatido. Temió un ataque de
llanto y desenfundó su sonrisa animosa, ésa que cada vez le costaba
menos con tanta práctica. Pero el Sr. Perigorde observaba al veterinario,
que había comido con envidiable apetito y que tenía la boca abierta,
momentáneamente vacía. Sin educación, el veterinario movía la lengua
y los labios por todos los recovecos pare recoger saliva, pero conservaba
intacta, o imbebida, su taza de té. La mantenía, sujeto el platillo
con las manos, sobre las rodillas, el busto erguido, y la observaba
fijamente, con expresión desconsolada.
El Sr. Perigorde concluyó por preguntarle: -¿Qué ocurre? ¿Deprimido?
El veterinario sonrió, inseguro: -No, señor Perigorde.
En este punto, las conversaciones cesaron. El militar, que no había
ido de uniforme y que se sentía desnudo, aunque el traje que vestía
era de buen corte, depositó tan marcialmente su taza sobre el platillo
que la rompió y se empapó los pantalones. Se los empapó porque, dado
su rango, le habían ofrecido una taza grande, una especie de cazuela.
El abogado masticó y tragó. No volvió a morder su sandwich para no
distraer su expectativa. La gente inferior no interesa. Sus actitudes,
aunque produzcan ruido, carecen de importancia.
El veterinario, que de manera tan insólita había llamado la atención,
sonrió, visiblemente turbado.
La Sra. Perigorde rompió el silencio, amable: -Tome su té.
El veterinario levantó la taza, miró el contenido como si esperara
encontrar moscas. La apartó luego, lentamente. Se disculpó, no tenía
ganas.
-¿Pero por qué? -preguntó, solícita, la Sra. Perigorde. -¿No está
caliente?
Pero el veterinario dijo que el té le provocaba acidez, lo cual, evidentemente,
era una excusa. Se produjo una pausa de incomodidad general, la mentira
era obvia, pero Horacio salvó el malestar de todos, era un caballero.
-Désela a Cledy -propuso.
Les faltaba una taza, así que el rechazo, aunque incomprensible, les
venía bien.
-¡ Cledy! -llamó, y Cledy, que estaba en la cocina, apareció en el
umbral, saludando tímidamente con una inclinación de cabeza. La habían
tomado por la sirvienta, y al darse cuenta, todos trataron de enmendar
el error y borrarlo, saludando afectuosamente, salvo el militar, a
quien la disciplina se lo impedía.
-¡Cledy, tu té!
Y el veterinario le tendió la taza, con prisa y alivio desmesurados.
Horacio lo invitó con una bebida sin alcohol¿, pero el veterinario
rechazó el ofrecimiento, aunque la voz le sonaba como lija, de tan
sedienta.
-Tu té, Cledy -dijo Horacio.
Lentamente, Cledy llevó la taza a la boca. No descubrieron si había
bebido un sorbo o no, porque la apartó en seguida.
-Tomalo, Cledy. Está caliente.
-No. Está frío.
Pero la observación molestó a Horacio. Últimamente, su carácter había
empeorado. Bruscas cóleras lo devoraban por cualquier minucia: un
cabello humano en la sopa de cabellos de ángel, sus zapatos sin lustrar.
Pero no que fuera malo, no, esto lo sabía Cledy, a quien Horacio solía
hablar a veces. Se encontraban accidentalmente en la cocina, detrás
o abajo de la mesa, y Horacio la consolaba sin palabras, apretándola
fuertemente contra su pecho. Por pudor, ocultaba a sus padres estos
encuentros nocturnos donde no había nada de sospechoso o equívoco,
sólo la pena, una incomprensión mutua por la pena.
El carácter de la gente no es uniforme. Los traumas marcan sorpresivamente
los gestos y ahora Horacio se manifestaba exageradamente ultrajado
por el rechazo de Cledy. Descargaba sus impotencias.
-¡Es reciente! -dijo, feroz.
Pero Cledy mostró una firmeza inesperada. ¿Quién lo diría?, se sorprendió
la Sra. Perigorde, a quien la pasividad de Cledy reventaba un poco.
Si ella sacudiera su apatía, manifestara mayor dosis de entusiasmo
y pusiera en movimiento el mecanismo de la seducción, el Sr. Perigorde
no se vería obligado a llorar tanto sus fracasos. Después de todo,
¿qué pretendía, huérfana y expósita? Imposible mejor partido. Su marido
no era una basura, consideró la Sra. Perigorde con resentimiento,
y se alzó a medias sobré su silla, con la esperanza de un cambio iluminándole
los ojos.
-No quiero -dijo Cledy, abandonando la taza sobre la mesa.
La gente inferior prorrumpió en gritos, y la Sra. Perigorde se prometió
que para otra fiesta solo invitaría gente con título.
-¡Cledy se resiste! -gritaron-. ¡Cledy se resiste!
A Horacio no le gustó la broma. Cledy era su mujer. Se acercó a ella,
ahora tierno y convincente. Cambiaba de humor como una veleta que
gira a todos los vientos.
-Mi amor, tomalo -dijo.
Se sintió mortalmente herido, culpable. Si hubieran permanecido en
la casita blanca, solo los dos, con los niños y un trabajo estable,
no sucederían estas cosas. Escapaban a su control y sufrían los inocentes.
Cledy se llevó la mano a la boca.
-No puedo -dijo débilmente-. Me da asco.
Horacio atendió sus razones. Y por otra parte, la familia primero.
Si de algo sirve querer, es para asumir las arbitrariedades y defectos
de los que amamos. Recogió la taza sobre la mesa y se volvió hacia
el veterinario:
-Tómelo usted -dijo brutalmente, y la Sra. Perigorde, madre al fin,
se alegró de su carácter. No había engendrado a un timorato, a un
débil de espíritu.
-¡Me tiene podrido!
-¡Bravo, Horacio! -aprobó.
El veterinario se levantó rápidamente, volteó su silla, que un comedido
puso de nuevo en su lugar.
-¡No! -se resistió en un grito-. ¡Que lo tome ella!
El militar, muy alterado por la falta de autoridad y el vacío de poder,
se sirvió un sandwich y se lo comió marcialmente, de un bocado. El
sandwich hizo ¡pum! y le cayó como una bomba en el estómago. Cayó
ahí mismo, redondo al suelo, pero sin un gemido. Tuvo tiempo de decir:
-¡ Viva la Patria! -y fue ascendido post-mortem.
Los otros lo miraron en el suelo, pero no tenían mucha práctica en
hábitos marciales y no sabían qué actitud resultaría más oportuna.
Se limitaron a seguir comiendo, con gestos casi pudorosos para que
no se interrumpiera la solemnidad de la muerte, muy educados.
Horacio afirmó que se le había antojado que el veterinario tomara
el té, y subrayó claramente
las palabras. Era su invitado, al fin y al cabo. Le debía una elemental
gentileza, lo había recibido en casa de sus padres, que era como decir
su propia casa, le pertenecía por derecho de habitación y posesión,
y no toleraría impertinencias. Pero el otro no atendía razones, se
dirigió hacia la puerta. Uno de raza inferior le hizo una zancadilla
y cayó redondo al suelo, no en una linda pose, como el militar, sino
doblado sobre las rodillas, con el culo para arriba.
El Sr. Perigorde impuso orden. Le gustaba divertirse, pero ya estaban
colmando la medida.
-¡Horacio! -gritó-. No molestés.
Los invitados ayudaron al veterinario, que se levantó, sacudiéndose
la ropa y diciendo.
-¡Qué casa sucia!
Se había llenado el traje de manchas. Había elegido el peor lugar
para caerse, porque el otro, el macial, tenía el traje impoluto.
No hay como ser civil para ser roña, pensó el Sr. Perigorde, y se
dirigió a la Sra. Perigorde:
—¡ Alcira! -dijo, y ella lo escuchó regocijada, porque pocas veces
le decía Alcira.
-¡Otra taza!
La Sra. Perigorde se encaminó a la cocina, telegrafiando una mirada
de odio hacia Cledy, no era una sirvienta, no era "ella" la sirvienta,
por supuesto, y regresó con un jarrito porque taza no había. Estaba
limpio, sólo, hacía tiempo, alguien con la boca pintada había bebido
y la huella persistía aún, reacia a los detergentes. Sirvió té de
la tetera y le tendió el jarrito, sin plato esta vez, al veterinario.
Este lo sujetó y lo hizo girar para que sus labios no tocaran la huella
ajena. La Sra. Perigorde pensó si no sería maricón, era una boca de
mujer, después de todo.
El veterinario se acercó el jarro a los labios, entre asustado y desconfiado.
Olió y se tranquilizó al instante. Lo vació de un golpe, sediento.
-Lo tomé todo -dijo, como un niño, feliz.
La Sra. Perigorde preguntó: -¿Era té?- ¡Pero si sus propias manos
lo habían preparado! ¡Qué distraída era!
El Sr. Perigorde había estado juntando furia con toda esta escena
inverosímil.
-¡Cledy! -llamó.
-Dejala, Arturo. No te ensañés.
Pero el Sr. Perigorde tenía tal cólera que los intentos de los otros
por disminuirla lo llevaban el shock.
-¿Pero es que nosotros no tomamos nuestro té? Todos lo tomamos. ¿Por
qué no ella? ¡Qué tome el té!
(...)