Germán L. García, 1987, de Perdido, novela, Ed. Montesinos, Barcelona, 1987.


(…)
Veo el parque desde la ventana del piso décimo, veo la iglesia rusa en la calle lateral de la derecha, la fábrica antigua en la calle lateral izquierda. Por la ventana inversa, algunas veces, veo el hospital y estadio de fútbol. Ahora veo el parque miro detalles de los árboles y los caminos y bancos entre ellos. Hace media hora que miro, media hora que aquello aparece al atravesar mi propia imagen en el vidrio de la ventana. Ahora sé lo que en ese momento ignoraba, ahora se que algunas horas después estaría en una situación confusa, arrojado al oprobio, suspendido en el aire por diferentes aviones. Ahora sé de aquellos aeropuertos y estaciones, de aquellos espacios confusos donde los campos sociales se funden y donde nadie puede permanecer por mucho tiempo. Sé. también, que siempre anduve por estos espacios, que siempre carecí de un lugar preciso —arriba, abajo- para detenerme a pensar. Veo el parque, entonces, porque durante aquellos años parecía tener un lugar. No, no era verdad. Zona confusa, intermedia, donde la fábrica antigua, la iglesia rusa, el hospital y el estadio forman la configuración anónima de una identidad imposible. ¿Por qué no debería ser así?
Ahora sé que así fue. me esperaban tiempos de exilios y rituales. Pienso, como tantos Otros, que no estaba hecho para eso. Sí, algunas veces quiero volver a esa ventana, a ese parque, a esa ciudad. Y también no quiero volver, sino olvidar calles y nombres, cuerpos y palabras que pertenecen a contraseñas que fallaron. Porque fue así, fallaron.
Veo ese parque, recuerdo aquel oprobio. El rumor, la reunión, una amenaza más. El Proceso —qué lejano el recuerdo de Kafka— organizado, la huida desesperada de las víctimas, los cadáveres en el mar, en los basureros, en las playas de estacionamiento, en los parques, en las calles, en las casas. Los automóviles que circulan por la noche, los hombres de ropa oscura, los gemidos. Allí, en algún lugar de la ciudad del parque apacible, en diferentes lugares, incluso es posible que dentro de la fábrica antigua abandonada, alguien torture un cuerpo. Si. es posible.
Antes, dicen, sólo ocurría en el cine. Antes estaba lejos aquello, lejos el horror, lejos la muerte. Antes, dicen, se moría de muerte natural. Ahora, esta violencia, ahora. Golpes, huesos rotos, rostros azulados por la electricidad. Canta, dicen. Y vuelven. Transpiran, jadean. No es necesario imaginar motivo alguno. Instrumentos implacables. Veo. veo eso. que no, que no quiero mirar. Y las historias. La que fue transportada entre los cadáveres. El otro, el aserrado sobre una tabla. Y el otro y la otra. Historias. Un murmullo, cuerpos despedazados, arrojados al mar desde aviones. Cuerpos ahogados entre las tripas de otros cuerpos abiertos con bayonetas. Y uniformes. Y palabras, palabras vueltas a decir. Las mismas. Implacables monótonas. Las mismas, las mismas caras. Y empezar de nuevo.
Veo el parque, recuerdo haberlo visto desde la ventana y también el brillo de las cúpulas de la iglesia rusa. Y unos niños corren, de uniforme al volver del colegio. Y la avenida con el tráfico incesante, el tráfico de cadáveres. Devuelven uno exportan otro. Importan cadáveres. Los entierran, los encuentran. Los fotografían. Los hacen circular por los medios de información del mundo. Cadáveres, tumbas abiertas. Tumbas clandestinas. Y mujeres mayores, mujeres con pañuelos que les cubren la cabeza. Giran la plaza, muestran fotos. Hablan de sus hijos. Reclaman. Matan una de ellas, la dejan en un departamento, la encuentran. La fotografían, la lanzan al mundo por los medios de información. Inventan una historia sobre el cadáver, después otra. La historia es desplazada, existen más cadáveres, más historias. Injurian, amenazan, discuten. Uno le tira el muerto al Otro, éste se lo pasa a un tercero. El muerto circula, es una sortija. Que enlaza cuerpos. Cuerpos con uniformes, sin uniformes. Cuerpos que ocupan un territorio, otros cuerpos que huyen por diferentes territorios. Y callar después. Basta, la misma historia. No la quieren escuchar los extranjeros. Ellos también declaran, declaman y condenan. Dicen. Dicen, dicen que los pueblos no olvidan. Se declaran representantes, se proponen intérpretes del horror. Dicen, declaran. Y la prensa los larga a pasear por el mundo. El escritor dijo. Después, es hora de vivir. La violencia y la erótica.Dicen, ya ancianos. También existe la erótica. Y otras denuncian el fracaso de los viejos ideales. Lo mismo que se promueve allá, es criticado aquí. O al revés, qué más da. El escritor no jadea, habla de Otros ahora muertos. Dice, escribe, presenta su libro. Piensa. El escritor piensa, tiene su compromiso.
Y luego, alegoría. Sí, sí. como antes. Como en la Edad Media. Alegoría sobre aquéllo, sobre los cadáveres y los cuerpos uniformados, sobre las caras azuladas por la electricidad. Ya ancianos, la cultura de los pueblos. Tienen ese derecho, hablan de lo que sea. No importa, la cultura. Eso: la cultura son esos cuerpos ancianos y parlantes que dicen. Que dicen que no hay nada que decir. Que dicen oscuramente que las cosas son claras. Que quieren que los otros, los otros, callen para que se escuche ese mensaje. De paz. No, de guerra para la paz, también al revés. Es lo mismo. Un oficio, un oficio fatigué desde la revolución francesa. El escritor disputa al cura. Dirigir conciencia, proponer ya no sé qué. Veo el parque.
Pero con el tiempo. Con el tiempo. Sí. porque una vez que pasó la espantada hay que seguir con los que quedan. Un frente, un frente amplio por la... cultura. ¿Qué otra cosa pueden decir? Por la cultura... de los pueblos, de las élite, en fin. la de todos. Que de todos es la cultura. Sí, señor. La cultura es de todos. La educación debe ser gratuita... y obligatoria. Y ahí están los otros de la vanguardia. Ponen sus reparos, sus reparitos. Pío, pío, pío. Citan a los franceses y Pío. pío. pío. Así se hace, ahora con esta sombra, al reparo de esta sombrita. se puede seguir. La cultura, decíamos, que es del pueblo. No importa quién la hace, son agentes... sociales. Sí, sí. señores, se van de boca. Pocos la hacen, pero para disfrute de todos. Pío, pío, pío: todos la hacen para disfrute de pocos.
¿Es que alguien disfruta de estos versitos? Sí. sí señores. Eso también es cultura. El deporte. Es verdad, es verdad. La dominante lo usa, pero, pío, pía. Vuelan los pajaritos, las palomitas de la paz que para eso estuvo pegaso, un caba-llo con alas. La fuerza popular del caballo y el frágil vuelo de la inteligencia. Y declaran. Declaran nuevas tácticas, nuevas estrategias. Y nombran lo que sea, desde el Fondo Monetario Internacional hasta Don Segundo Sombra. La de arriba engendra la de abajo. Dos. tres vietnamitas. Si uno al gobierno, el otro al poder. Gritan en la plaza, son dispersados por la . Se reúnen de nuevo. Y gritan. Y los dispersan. Y gritan. Son, son las nuestras. Y gritan. El grito es una moneda de canto, nadie conoce su valor y por eso gritan. Tasan, cotizan el grito. ¿Cuántos gritan? Es, sin duda, un movimiento popular.
Un movimiento, la historia es de la danza. Baila, salta, grita, ¿No te gusta? Hábitos, hábitos de élite. Traición de clase, pío. pío, dicen los pajaritos parlantes. Frente amplio que incluya desde la juventud hasta los curas, desde las monjas hasta las putas, desde los peones hasta los patrones. Bien amplio, amplísimo. Por la democracia, claro. La coyuntura, gritan, la
coyuntura y ia vanguardia dice que no, que pío pío. Bien, ellos sean los que chivos expían. Para eso están. Veo, veo... ¿Qué
—¿Dónde irás ahora?— preguntó esta mujer. ¿Dónde iremos ahora? Es una pregunta antigua, de la época de la ventana frente al parque. Porque las fronteras, los mares, los aeropuertos, eso es aire. Se cruza por el aire. Se anda en el aire, como la paloma pegaso, por caballo que nacido fuera uno.
—Llegado el momento —dijo el sacerdote— volveremos. Al tercer día, al tercer año, a la tercera edad y de nuevo al tercer mundo. Volveremos trinando, trinitarios. Volveremos de a tres para terminar con la pareja clásica. Volveremos en terceto para cantar victoria. Y cuando hayamos vuelto, claro estará que estamos de vuelta. Porque —agregó— nadie conoce los recursos de los pueblos y los cursos de la historia, mucho menos las aulas del porvenir y el tormento que templa a los conventos....

 

 

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