Manuel
Puig,
1980, de Maldición eterna a quien lea estas páginas, novela, Ed.Seix
Barral, 1993.
(...)
-No se acerque, deje el abrigo allá. No quiero que me huela.
-La transpiración no me molesta.
-Si no mejoro, mañana me internan en un hospital.
-¿Qué le pasó? Ayer se sentía perfectamente.
-Si voy a parar a un hospital, entonces mis jíbaros van a saber por
fin si acertaron, al ocultarme lo que quiero saber.
-No entiendo ni una palabra.
-Para ellos lo importante es que yo siga sin saber nada. Y yo lo que
necesito es saber. No que me traten como a una piltrafa que no aguantaría
un golpe más.
-¿Qué le han dicho los médicos, de lo que pasó antes de llegar a este
país?
-Muy poco. Que me metieron preso por un error, yo no había estafado
a nadie. Después el avión, y un hospital dos días en este país. Nada
más.
-¿Sabe lo que sucedió mientras estaba preso?
-No.
-¿Querría saberlo?
-Me es indispensable para mejorar.
-Pero después no me denuncie.
-Lo que usted haga cae bajo mi responsabilidad, Larry. No olvide que
yo lo contraté sin permiso de nadie.
-Pues... le diré lo que sé.
-Sí.,. escucho... ¿por qué se calla?
-Pienso, como usted, que hacen mal en tratarlo como a un inválido...
mental.
-Lo oigo.
-Mataron a su familia.
-¿Cómo lo puede saber?
-¿Dónde están, si no, sus familiares?
-¿Quién se lo dijo?
-La enfermera. Ella no es muy profesional. Yo se lo pregunté.
-Larry... ella me dijo que no sabía nada.
-No quería perturbarlo. Yo tampoco. Tal vez usted prefiera no saber
nada.
-¡Dígame todo lo que le contó! ¡ Por favor!
-Recuéstese, y trate de relajarse. Según usted le es indispensable
saberlo, para su curación, y yo estoy de acuerdo. Pero tiene que calmarse.
-¡Calmarme un bledo! Pero por favor... se lo ruego, repítame todo
lo que dijo ella.
-De acuerdo. A su familia la mataron.
-¿Cómo?
-Pusieron una bomba en su casa. Ocurrió cuando usted ya estaba preso.
Pero era por cuestiones políticas, nada de estafas.
(…)
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