Silvia
Tabachnick,
Sobre víctimas, sobrevivientes, testigos. De «Palabras guardadas»,
en Revista Estafeta 32, Nº 0, Fac. F. y Letras y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba, 1998.
(...)
Sobreviene entonces otro modo de silencio, que Lyotard ha vinculado
con el concepto de differend: "el estado inestable y el instante del
lenguaje en que algo que debe poderse expresar en proposiciones no
puede serlo todavía (.. ) Entonces, los seres humanos que creían servirse
del lenguaje como de un instrumento de comunicación aprenden por ese
sentimiento de desazón que acompaña al silencio, que son re-queridos
por el lenguaje, y no para acrecentar a beneficio suyo la cantidad
de las informaciones comunicables en los idiomas existentes, sino
para reconocer que lo que hay que expresar en proposiciones excede
lo que ellos pueden expresar actualmente y les es menester permitir
la institución de idiomas que todavía no existen" (Lyotard, 1991,pag.26).
Víctima, sobreviviente, testigo: esta secuencia articularía por "etapas"
la "trayectoria" biográfica paradigmática de un sujeto atravesado
por la experiencia del horror- lo anterior, las vísperas de la catástrofe,
será ya y para siempre una infancia (y ajena): fragmento suelto que
el testimonio, por su propio régimen, no podría asimilar.
Pero la relación entre estas tres inflexiones de la subjetividad -
víctima, sobreviviente, testigo- recusa la linealidad de una secuencia
cronológica progresiva. La conversión identitaria nunca es completa,
permanece inacabada: entrelazadas, las tres figuras conviven para
siempre, se pasan mensajes, se escuchan entre sí, se interrogan, se
interpelan.
Lógica del espectro (Derrida, 1995): la víctima habita al sobreviviente,
ni ausente ni presente, entre la vida y la muerte, le repite mudamente
su consigna, refrenda el pacto, desaparece/reaparece/desaparece...
Sujeto de/a la promesa, el sobreviviente, toma la palabra en nombre
de las víctimas y bajo juramento, presta testimonio:
"El testimonio, en cuanto testimonio prestado, en cuanto atestación,
siempre consiste en un dis-
curso. Ser testigo consiste en ver escuchar, etcétera, pero prestar
testimonio siempre es hablar, emitir y asumir, firmar un discurso.
No se puede prestar testimonio sin un discurso. " (Derrida, 1998,
p. 119)
Acto performativo, ritual de veridicción, el testimonio, disipa la
aparente homogeneidad entre las figuras de la víctima, el sobreviviente
y el testigo, definidas fenomenológicamente en el orden existencial
de la experiencia, de lo vivido.
La condición de víctima es el producto de la cosificación del sujeto,
de su conversión en objeto (clasificable, numerable, elemento pasible
de adición o sustracción); concierne a la monstruosa singularidad
de las "vivencias" del horror, de la violencia sistemáticamente ejercida
sobre cuerpos inermes mediante una tecnología de la vejación y de
la gestión perversa de las percepciones y las sensaciones (dolor,
miseria, hambre, sed, enfermedad, mutilación, frío, suciedad, despojo...)
Recusando la ética de la piedad y el discurso compasivo en que se
expresa Alain Badiou ofrece una imagen, des-sacralizada, literalmente
des-piadada de la víctima:
"En tanto que verdugo, el hombre es una abyección animal, pero es
preciso tener el coraje de decir que en tanto victima en general no
tiene un valor mayor. Todos los relatos de torturados y sobrevivientes
lo indican con fuerza: si los verdugos (...) de los campos pueden
tratar a sus victimas como animales destinados al matadero (...) es
que las víctimas han devenido animales, Se ha hecho lo necesario para
eso"
Pero agrega a continuación: "Que algunos, sin embargo, sean aún hombres
(y den testimonio de ello) es un hecho comprobado. Pero justamente,
es siempre por un esfuerzo inaudito, saludado por sus testigos (…)
a la manera de una resistencia casi incomprensible, en ellos, que
no coincide con la identidad de víctimas " (Badiou, 1995, pag.104)
Es la noción misma de "identidad"-conceptualmente inseparable de cierto
ejercicio de libertad o de la decisión de resistencia - la que parece
fallar y diluirse cuando se intenta referir la condición de privación
absoluta de la víctima (de su pasado, de su futuro, de su cuerpo,
de la propia imagen, de la palabra), cuando el nombre propio es confiscado
y permutado por la cifra de una aritmética demencial y cuando resulta
imposible también (auto) designarse, reconocerse en la imagen de un
sujeto colectivo.
"En los campos de concentración -postula Lyotard (1991, pag. 118)-
no habría habido sujeto en la primera persona del plural ( ... ) No
sería posible ninguna oración referida a esa persona, como por ejemplo:
hacíamos esto, experimentábamos aquello, nos hacían sufrir esta humillación,
nos arreglábamos de tal manera, esperábamos que.. ".
Sin embargo todo testimonio está entramado en ese tipo de enunciados
; hay un "nosotros" retrospectivo en la rememoración. Esos enunciados
colectivos "eran" imposibles en y desde el presente (por designar
así un "estado" sustraído a toda continuidad temporal) de la víctima
como tal, en singular, pero un "nosotros" emerge, se reconstruye,
en el pretérito imperfecto -pasado/presente- en que se enuncia el
testimonio. Es por esa declinación plural, que los testimonios de
los sobrevivientes -tan distantes de la biografía, como ajenos a la
crónica criminal- pertenecen al registro de la Historia.
Hay además un "nosotros", que marca la diferencia literalmente vital
entre la condición de víctima -despojada no sólo de toda posibilidad
de identificación en primera persona, singular o plural, sino más
radicalmente, enmudecida -y la identidad del sobreviviente. En este
último caso la auto-inclusión en una identidad colectiva constituye
una condición capital precisamente de supervivencia.
Ese nosotros enunciado por los sobrevivientes, no "después" sino durante
el transcurso mismo del encierro, no es retrospectivo sino prospectivo
-urdido de esperanza, sosteniendo un porvenir -y antagónico.
Es Ernesto Laclau (1990) quien ha distinguido la amenaza como el modo
específico que asume la negatividad en la constitución de identidades
colectivas.
Refiriéndose al caso de los prisioneros políticos durante la última
dictadura en Argentina - sólo parcialmente homologable al de los secuestrados
en los centros ilegales de detención - Emilio De Ipola (1994, Pag.
12) señala que "la amenaza, proveniente de la autoridad carcelaria,
era una condición primaria para la constitución de una identidad específica
en tanto sus destinatarios desde los gestos mínimos de ocultar, mentir,
disimular o fingir, hasta las audacias del alegato, la protesta o
inclusive la contra-amenaza, eran capaces de poner en marcha, concertadamente,
acciones colectivas de resistencia a ella (y de autodescubrirse así
como los sujetos de esas acciones)”.
Pero en la perspectiva de De Ipola, si bien la amenaza constituye
la condición al mismo tiempo «primaria» y "primera" en la constitución
de la identidad colectiva, este proceso requiere para su consolidación
de la intervención de la creencia. En el caso específico que describe,
la creencia en la liberación futura de todos los detenidos habría
operado como fundamento de un "pacto originario" por el cual todos
se comprometieron a denunciar públicamente lo acontecido (el asesinato
de dos prisioneros) una vez recuperada la libertad.
En este texto - también testimonial en una de sus dimensiones - De
Ipola destaca específicamente la correlación entre amenaza y creencia
como condiciones de posibilidad para la emergencia de un sujeto colectivo
, pero hace jugar también otros dos elementos: la promesa - acto performativo
que por sí mismo "proyecta" al sujeto - y el pacto.
La creencia constituiría entonces una condición necesaria pero no
suficiente para la formación de una identidad colectiva: el "nosotros-a-futuro"
se configura performativamente en la promesa compartida en ese pacto
-incluso tácito, no necesariamente explícito que convierte a los sujetos
en co-jurados.
En este paradigma se reorganiza la tensión entre víctima, sobreviviente
y testigo: la creencia sostiene la identidad colectiva del sobreviviente
y al mismo tiempo lo exonera de una autopercepción victimizada. Pero
la promesa, en cambio, el compromiso asumido, el pacto de denuncia,
prefigura en el sobreviviente al testigo.
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