La Metáfora del Agua
Un viejo escrito sobre la condición del deseo humano, sobre la dignidad y la memoria se renovó a raíz de la exposición del maestro Jorge Gonzalez Perrín, “La metáfora del agua” en Sylvia Vesco, Galería de Arte. Y esto no solo por lo agradable que resulta acompañarlo y disfrutar de su arte sino también por el contexto político actual. Por cierto esas reflexiones sobre la tragedia “Antígona” que Sófocles escribió hace más de 2000 años, sobre la cultura griega, sobre el tránsito civilizador de la heroína, siguen vigentes hoy. El periplo de Antígona tiene y tendrá la potencia de un acto creador que corta y marca un límite al goce absoluto del tirano. De ese texto se desprendieron algunas lecturas sobre el profundo agujero en la trama social que produjo el holocausto de 30.000 desaparecidos a cuenta del horror y el genocidio.
Efectos martirizantes para la subjetividad de una época y que, como vemos, retornan una y otro vez porque se trata de una verdad que, largamente reprimida, surge de sus entrañas irremediablemente.
La elección de esta tragedia no es azarosa; todos conocen la anécdota de la misma, brevemente: la acción tiene lugar al día siguiente de la muerte de los dos hermanos de Antígona, Poliníces y Etéocles, y de la retirada del ejército argivo. Antes del amanecer, Antígona le hace conocer a su hermana Ismena la decisión de Creonte (el dictador que hace la ley a su capricho y paga caro por su error) de prohibir, bajo pena de muerte el entierro de Poliníces. El edicto de Creonte establece que deberá permanecer sin sepultura para que su cadáver se descomponga lentamente mientras la rapiña se alimente de él. Antígona le pide colaboración a Ismena para enterrarlo. Su hermana duda, de modo que decide realizar su propósito sola.
Para los griegos es dike (ley oral, no escrita) que al morir el alma baje al Hades y es nomos (deber humano) que esta partida se acompañe de ritos funerarios. Así Antígona, hija de Edipo, se decide, sin temor ni piedad, por la ley que perpetúa la Memoria. Porque del paso por la vida de un ser debe quedar la huella de un significante. Reclama por la ley de la historia, de las generaciones, de lo propiamente humano, o sea de la Palabra.
Antígona nos recuerda que dar sepultura no puede ser rehuido ya que es la marca específica de lo propiamente humano. L a sepultura traza la distinción entre lo Vivo y lo Muerto, revelando un orden simbólico.
En esta voluntad que no ignora la necesidad de la Palabra, se revela Antígona misma como guardadora de una filiación y reenvía al discurso lo que aparece desenlazado, en tanto el edicto de Creonte marca un fuera de discurso respecto de la dike.
Antígona, la loca (así como llaman a las madres de Plaza de Mayo) asumirá el relevo de un deseo puro y será condenada a morir por su rebeldía. Nos habla del valor de un hermano, a saber, valor de lenguaje. Porque en una tumba (en griego tafos) se escribe algo sobre ella (en griego epi). Epitafio es para los griegos precisamente eso: un significante. Su acto apunta completar la función del duelo y resitúa la dimensión humana como simbólica.
Vivimos en una época que se caracteriza por lo que podría llamarse la “Proliferación de la promesa”. Se trata de la promesa de domesticar el vacío que nos constituye como seres hablantes. Se nos promete la armonía que nos aportaran las dietas, las cremas, las flores de Bach, las técnicas orientales de relajación y concentración, los estiramientos colagenados que pretenden detener el tiempo con la ciencia al servicio reproductivo de una nueva raza, se nos promete armonía terapiando lo psíquico de los modos más insólitos y aberrantes. Una oferta multiplicada en licenciados en astros, ovnis, parareligiones, psicofármacos, vitaminas importadas, gurúes, adivinos y manosantas.
La promesa necesita de ideales inconsistentes, líquidos, que “liquidan” al hombre moderno: me refiero al ideal de los Bienes, el ideal del Consumo, del Éxito… en una palabra el ideal del Objeto. Se trata de un discurso necio a la necesidad de discurso, lo cual nos permite leer, en sus efectos, la devastación del sujeto respecto del lazo social. Me refiero a la marginalidad creciente, la pobreza, la exclusión, la impunidad, la corrupción, la desnutrición infantil, la desocupación, el martirio de la salud pública, la angustia de los jubilados, la falta de educación, el suicidio adolescente...
Si un discurso es lo que hace el lazo social, el discurso de la Promesa afecta este punto quedando el sujeto no fuera del lenguaje pero si fuera del discurso. O sea quedando a-social. El terror se instala como una gangrena en el tejido social paralizándolo.
Y todavía hoy, miles y miles de muertos vivos, de Poliníces, reclaman el acto por el cual se les reconozca su paso por la vida como seres humanos. Las madres, esas “locas” que han tramitado un duelo imposible, como dice León Rozichner, socializando sus muertos, su maternidad, piden como Antígona una justicia vertebrada en la aparición con vida, porque ellos para el orden simbólico, todavía no están muertos. Reclaman un epitafio para sus desaparecidos. No desconocen el destino de esos cuerpos, solo buscan justicia humana para que se eleven a la dignidad de sujetos.
Cada uno de nosotros está habitado por una Antígona, pero también por un Creonte.
A cada uno de nosotros le cabe la responsabilidad por el lugar que ocupan en nuestra vida. Jorge Gonzalez Perrín, tomado por su Antígona nos regala con sus metáforas del agua, en esta serie de trabajos sus reflexiones sobre las consecuencias arrasadoras de un modelo que licua la subjetividad.
Una invitación, no solo a la hedoné, que para los griegos es goce estético ligado al deseo, sino además, profundamente ética.
Silvia Laura Jabif
Extractado de “Antígona o la necesidad de discurso”. Congreso Lacanoamericano de Buenos Aires, Año 1995. En Actas de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.


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