Patricia
Arenas y Jorge Pinedo
Damiana vuelve a los suyos
Una
indiecita paraguaya secuestrada a fines del siglo XIX, la primera desaparecida
Las
prácticas de desaparición forzada, borramiento del nombre
e invisibilización de los cuerpos de modo alguno resultan una
innovación de la dictadura inaugurada en 1976. Las evidencias
corroboran que fueron actualizándose desde que el poder hegemónico
del capitalismo incipiente comenzó a arrasar el territorio de
los pueblos originarios.
“El
viernes 25 de septiembre de 1896, uno de los colonos de Sandoa (Paraguay
oriental), encontró en los bordes de la selva los restos de uno
de sus caballos y no lo dudó: había sido recientemente
muerto y faenado por los (indios) Guayaquíes. Ya les habíamos
dicho, en razón de un caso semejante, cuán despiadada
sería nuestra reacción; la venganza de marchar sobre su
territorio se decidió para el día siguiente a causa de
lo avanzado de la hora. El 26, acompañado por sus tres hijos,
el colono comenzó a batir inútilmente la foresta: las
huellas caprichosas de los Guayaquíes se perdían en todas
direcciones. Al amanecer del domingo 27 una leve columna de humo en
la lejanía revelaba el probable emplazamiento del campamento
indio. Bajo una lluvia persistente que amortiguaba el ruido de sus pasos,
los expedicionarios se fueron acercando a ese punto
destacado en la espesura. Fue así que pudieron llegar sin ser
descubiertos hasta una veintena de pasos de donde se hallaban los indios,
que en número de diecisiete o dieciocho se hallaban reunidos
en torno de un fuego, apenas cubiertos por unas hojas de (palmera) pindó.
Estaban tranquilamente ocupados comiendo y haciendo fiambre con los
restos del caballo. Se les veía alegres, conversando animada,
ruidosamente hasta que de pronto un silencio comenzó a caer sobre
todo el grupo; los indios se percataron de que tal vez no estaban solos
de modo que las conversaciones se interrumpieron por completo. Dos descargas
de fusil tiradas al bulto los tomó por sorpresa y como un rayo
se esparcieron mientras caía la primera víctima entre
ellos. Sin atinar a tomar sus arcos ni a oponer la mínima defensa,
los Guayaquíes se dispersaron en desorden abandonando sus armas
y utensilios. Otro indio cayó ante una segunda descarga y una
mujer quedó herida: ella rodaba sobre si misma intentando sostener
sus ensangrentadas vísceras dentro de su cuerpo; luego quería
acabar con ella a golpe de machete, a golpe de cuchillo. Esta víctima
era una mujer vieja y su cadáver abandonado sin sepultura en
medio de la selva a la que retornamos tres meses después, convertido
en esqueleto fue estudiado y medido por el doctor ten Kate. Respecto
a las otras dos víctimas, sin duda los indios se preocuparon
en buscar sus cuerpos, dado que todos nuestros esfuerzos por encontrar
tales restos resultaron infructuosos.
La pequeña Damiana, abandonada en el transcurso de esa escena
de carnicería, fue de inmediato apañada y conducida a
Sandoa donde hoy es educada por los matadores de los suyos”.
A fin de no dejar escapar la ocasión de obtener observaciones
sobre la somatología y ergología de una tribu “conocida
hasta aquella época sólo por el nombre”, el antropólogo
holandés Herman ten Kate plasmó las mensuras pertinentes
y perpetuó la imagen de la niña de aproximadamente dos
años en una placa fotográfica. Ahí mismo, en ese
momento; lo que se denomina un auténtico trabajo de campo.
También alguien anotó tres palabras pronunciadas por la
niñita: “caïbú, aputiné, apallú”;
voces para llamar a los padres.
Del desierto vacío a la selva virgen
Fue el socio científico de ten Kate, Charles de la Hitte, quien
formula el relato que encabeza estas líneas, a la sazón
presente en el mentado fundo Sandoa, situado en el paraje Potrero Itería,
a menos de tres leguas de Villa Encarnación, en los bordes del
chaco paraguayo, donde se derraman las estribaciones de la selva amazónica.
Así como buena parte de la antropología académica
actual zarpa en pos de las “clases subalternas” donde aplicar
su “observación participante” en estado puro o en
sus versiones folk (“dale la mano al indio, dale que te hará
bien”), la de hace un siglo procuraba encontrar los datos positivos
que legitimaran la superioridad del occidental, blanco y cristiano.
La avanzada científica formaba parte del contingente standard
que completaban observadores políticos y un ejército de
línea, para que el joven Estado Nación expandiera sus
fronteras. Se consolidaba de tal modo una clase terrateniente aliada
a un partido militar en la faena de desplazar a los pueblos originarios
con la idea del vacío desierto al sur y la virginal selva al
noreste como legitimación, amén de la cruz cuan estandarte.
Esa primera línea requería de dispositivos de control
territorial, las colonias y misiones, presentadas tanto ante el confesionario
como a la prensa citadina al modo de cabezas de playa frente a una impenetrable
naturaleza salvaje que invisibilizara territorios habitados por memorias
y experiencias. Así como la conquista hacia el sur pampeano fue
basada en el exterminio, en el norte se apuntó al sometimiento
como mano de obra cautiva en estancias, obrajes e ingenios.
Del mismo modo como desierto y selva resultan entonces palabras que
zonifican una práctica denegatoria del conjunto de los pueblos
originarios, cada uno de ellos resultó presa de una destitución
que comenzaba con sus cuerpos y llegaba hasta el lenguaje. Cuando el
antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, apenas una
década después del la masacre, se pone en contacto con
la indiecita Damiana, aún conservaba la convicción de
que esos que llamaban Guayaquíes pertenecían al grupo
Tupí Oriental, tal cual habían sido descriptos en 1745
por un sacerdote. Ya se hallaba en plena vigencia la operación
sobre el nombre.
Pues los mentados Guayaquíes tienen tanta (in)existencia como
los Onas, los Tehuelches y tantos (todos los) otros; denominaciones
occidentales atribuidas por los conquistadores en reemplazo de las propias
maneras de nombrarse. Que en la situación que nos ocupa se trata
de los Aché, diez veces milenarios trashumantes de familia no
Tupí que hasta aproximadamente 1970 continuaron peregrinando
tras el ciclo de la palmera pindó (Siagruss, spp) de la que extraían
fibra y harina, bases de su alimentación. . La renovada denominación,
Guayaquí, tampoco resulta inocente en cuanto significa “ratones
de campo”. Acaso el atractivo que representó la etnía
Aché para los conquistadores de ayer y de hoy se ha sustentado
en la pigmentación blanca de su piel y la presencia de barba
en los varones, lo que los habría colocado en un mítico
“eslabón perdido” entre los indios de la zona y los
blancos. Cuándo no, idéntico espíritu que adjudica
ascendencia vikinga o extraterrestre a los logros de los pueblos originarios
(el cero, las figuras de Nazca, la astronomía, etc.), divaga
sobre ese origen respecto a los Aché. Lo cierto es que constituye
un grupo difícil de encuadrar en las genealogías convencionales.
La dictadura de Stroessner los arrancó de su selva materna, liquidando
a la mitad de la población y confinando al resto a condiciones
de proletarización forzada. En la actualidad el pueblo Aché
consta de unas trescientas familias que apenas superan las mil trescientas
personas. Esta población se reparte entre siete asentamientos
diseminados en cuatro departamentos de la región oriental paraguaya.
Aché significa “los que hablan, las personas”.
Fraülen Damiana es mujer
Apoteosis del eufemismo, la conquista se imposta en “expedición”
y el genocidio en “campaña” donde lo militar aplasta
el hecho cultural del mismo modo como a esa indiecita bebé se
le usurpa para siempre el nombre que se le había adjudicado al
nacer. Encuadrarla en el seno del santoral católico constituye
la inaugural operación de sus apropiadores, que la bautizan en
conmemoración al día de su incorporación, el día
de la matanza, San Damián, en un doble movimiento de expropiación
y asimilación. La segunda movida institucional es de arraigo:
el antropólogo ten Kate la fotografía y releva antropométricamente
a fin de situarla dentro de un código de proximidades y lejanías
respecto a ¡las niñas germánicas! de la misma época.
A lo largo de los años la ceremonia de fotografías y mediciones
se reitera: talla, proporción de la altura de la cabeza, largo
de las extremidades, tronco, punta del tercer dedo, articulación
de la rodilla, pies, manos, caderas. Sin ir más lejos, en 1907
aduce Lehmann-Nitsche: “el desarrollo de la región frontal,
sitio de la inteligencia, se ha producido pues de una manera muy halagüeña
en la indiecita. Comparando ahora el índice cefálico <<definitivo>>
de Damiana (81.3) con los índices cefálicos de dos mozos
Guayaquíes estudiados por ten Kate y que son 82,4 y 81,1 respectivamente,
resulta la gran homogeneidad del tipo Guayaquí en cuanto á
este índice que es considerado de tanta importancia”. Apólogo
tautológico, encuentra lo que busca: lo igual, lo indiferenciado,
lo homogéneo sobre lo diverso y la raza aria en el horizonte
diferencial.
Dos años después de la masacre, en 1898, Damiana es trasladada
desde Villa Encarnación a la localidad bonaerense de san Vicente
donde es preparada como mucama para la casa familiar del doctor Alejandro
Korn, fundador y a la sazón director del hospicio Melchor Romero.
De los antropólogos escandinavos que la encontraron, pasando
de su reconstitución como objeto etnográfico de la mano
de Lehmann-Nitsche, hasta su inclusión final en la familia Korn,
la indiecita queda a merced de una comunidad alemana, al punto que en
la adolescencia habla esa lengua con absoluta soltura. Cualidad que
la destaca y es asimilada a una potente inteligencia “natural”,
ya que se suma a esporádicos actos de rebeldía y pronta
respuesta a los arbitrios de sus captores.
A tal punto resultaba habitual tal situación a comienzos del
siglo pasado que Lehmann-Nitsche anota respecto a la niña que
“no hay nada en especial que mencionar hasta que la entrada á
la pubertad cambió la situación. La libido sexual se manifestó
de una manera tan alarmante que toda educación y todo amonestamiento
por parte de la familia resultó ineficaz”. El relato etnográfico
procura distanciarse, sin lograrlo, de la moral victoriana amenazada
por la irrupción de una mujer que quiere ejercer su condición.
Damiana se escabullía con las primeras sombras nocturnas para
volver a aparecer hasta tres días más tarde; hacía
ingresar al enamorado a sus aposentos y lucía su cuerpo en ebullición.
Incluso, cuando los Korn le colocaron un mastín en la puerta,
simplemente lo envenenó. Horror en la familia tradicional, confesión
de parte, relevo de prueba: “Consideraba los actos sexuales como
la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus
deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo”.
De la cocina a la vitrina
Al no lograr encuadrarla dentro de las conductas morales admitidas,
Damiana resultó velozmente patologizada: don Alejandro la internó
en el hospital Melchor Romero a resguardo del cuerpo de enfermería.
Luego, al parecer desbordado, la delincuenció, trasladándola
“a una casa de corrección de Buenos Aires”. Dos meses
y medio después la joven Aché muere “de una tisis
galopante”, de la que, cosa notable, ni Lehmann-Nitsche ni el
mismísimo Alejandro Korn se habían percatado. Dato curioso,
en especial porque en la descripción que acompañaba a
la indiecita desde la selva paraguaya al conurbano bonaerense como una
etiqueta colgada de la maleta, ten Kate había escrito en 1897:
“Esta niña porta un aire enfermo y triste. El aspecto general,
las manchas simétricas sobre los incisivos superiores, junto
al vientre prominente indicarían una diatosis escrufulosa”.
Había sido descripta como reservada, esquiva y desconfiada, al
mismo tiempo que desmesurada, alegre, encendida. Ninguna contradicción:
sólo que no había parámetros culturales a fin de
descifrar sus vivencias y padecimientos. ¿Cuánto conocía
Damiana de su origen? Tanto como que no lo ignoraba. En la fotografía
que la muestra adulta Damiana procura defender su obligada desnudez
mediante el ejercicio de un necesario pudor: pliega apenas la rodilla
derecha, junta las piernas. Aparta su mirada ante la imposibilidad de
alejar el ojo que la manipula como un cuerpo opaco, colocado contra
la pared de un patio al modo de un texto científico que habla
por si mismo, vaciado de cualquier subjetividad, en la lupa del patólogo
poco más que una vivisección.
Arrancada de su tierra, familia y tribu; Damiana es trasladada a una
cultura que no le guarda afecto ni respeto; destinada a la servidumbre,
desnudada, humillada, cercenada su libido, medida, castigada, corregida,
clasificada, fotografiada, muerta. Todo ello en el marco de un plan
“civilizatorio”, de la mano de las tan bienintencionadas
como positivistas y cristianas familias argentinas. No conformes con
semejante destino, la cabeza de la indiecita es cercenada (en forma
desprolija señala Lehmann-Nitsche: “en mi ausencia el corte
del serrucho llegó demasiado bajo”) y enviada a la capital
alemana. Allí la recibe el célebre antropólogo
físico Hans Virchow quien la somete a estudios de musculatura
facial, antropometría, disección cerebral, etc. Y la presenta
ante el plenario de la Sociedad Antropológica de Berlín,
dentro de la cual es objeto de sucesivas publicaciones. En ese foro
privilegiado para la curiosidad de sabios iniciáticos capaces
de descifrar el lenguaje de los cráneos, le fue extraído
su cerebro y analizado, buscando indicios de una subespecie humana.
Así fotografiada, esa cabeza sin cuerpo, esa calota faltante,
muestra el trofeo de una búsqueda científica sin destino
para el estudio de los pueblos indígenas de la América
del Sur. La pesquisa supersticiosa de una explicación de la diversidad
cultural a través de los análisis antropométricos
colocaron debajo de la lupa y el calibre los cuerpos de los pueblos
originarios, sobre todo de aquellos vistos como “raros”,
“exóticos” y “aislados”. El epígrafe
de la brutal foto del cráneo de Damiana pierde su nombre y lo
consigna como “cráneo de una india guayaquí de frente
y de perfil”. Otra vez.
***
En estos precisos momentos el cráneo, todo aquello que resta
de esa indiecita que dieron en llamar Damiana, es identificado entre
los que abundan en los museos europeos. En los primeros meses del año
próximo su comunidad, los Aché, las personas, los de la
palabra, le brindarán sus honores funerarios con el ritual que
les plazca.
PROFETAS
EN SU TIERRA
-
por JP
Tan obvia resulta la analogía entre la macabra historia de la
indiecita Aché y las desapariciones de la última dictadura
militar que abundar en ello, siquiera referirlo, podría constituir
una desmesura del tipo de la que Borges denomina “fatalidad del
lenguaje”, cuando no insultar la inteligencia del lector.
La apropiación de los cuerpos desde la carne hasta la nombres,
la invisibilización de la alteridad, ya procuren legitimación
desde la superchería cientificista, el báculo o la complicidad
mediática, de ningún modo resultan exclusivos engendros,
meros alardes imaginativos, tan solo siniestras creaciones originales
de generales, almirantes y brigadieres setentistas. Resultan de una
práctica histórica, acendrada y aceptada hasta elevarla
al carácter institucional desde mucho antes de las postrimerías
del siglo XIX. Relevar los jalones de impunidad es una tarea aún
apenas inciada por su acceso más contemporáneo. Sin embargo,
constatar su condición instituida surge al modo de una condición
de posibilidad para comenzar a hablar de esa enetelequia que se escurre
detrás de las letras de la palabra “identidades”.
La tarea de la antropóloga de la UBA Patricia Arenas (Buenos
Aires, 1951) revisa en forma crítica las complacencias de la
ciencia que la cobija de manera que permite reformular sus propios parámetros.
Por fuera del marco regulatorio de los estados y las corporaciones,
Arenas es una rara avis de la antropología por su compromiso
de género, su denuncia de discriminación del modelo médico
hacia las parturientas, su participación en la labor forense
por la restitución de los cuerpos de los detenidos desaparecidos.
Ha sido en el marco de la investigación y la docencia en Conicet,
Flacso, las universidades de Gotemburgo, Tucumán, Santiago del
Estero donde la antropóloga encontró la historia de Damiana;
se contactó con su originario pueblo y puso en marcha los dispositivos
de restitución.
EL
LINAJE ACHÉ
-
por P.A.
Tras las sistemáticas políticas de exterminio que han
sido objeto, los pueblos originarios procuran reconstituirse y sobrevivir
mediante la organización en diversas instituciones. Una de las
más logradas es la propuesta, precisamente, por los Aché
que, haciendo honor a su nombre, hacen uso de la palabra en toda su
extensión.
La Liga Nativa por la Autonomía, Justicia y Ética (LI.N.A.J.E.)
es una organización indígena creada en junio del 2000
por unos miembros de la franja norteña (Aché Gatu) de
la etnia Aché del Paraguay Oriental. Parte de su Comisión
Directiva está integrada por los actuales líderes de la
nueva comunidad Aché de KuêTuwyVe (departamento de Canindeyú,
distrito de Villa Ygatimí, Caruperami). LINAJE ha impulsado con
su nacimiento un proyecto humanitario destinado a acompañar -
desde junio del 2000 - a 36 familias Aché en éxodo y asentadas,
en condiciones muy precarias, en la comunidad Avá-Guaraní
de Takua Poty (departamento de Canindeyú). Paralelamente, LINAJE
implementó en el nuevo asentamiento Aché de KuêTuvy
que paso a denominarse luego KuêTuwyVe, su proyecto "Eco-Avícola
Integrado", de julio del 2000 hasta la presente fecha (2003). Se
denomina del tal modo porque:
• integra diferentes tipos de acciones: capacitación,
prevención y sensibilización, rehabilitación, recuperación,
fortalecimiento, valorización...
• integra también diferentes áreas de intervención
: economía, medio ambiente, salud, educación, patrimonio
cultural, derechos humanos y derechos consuetudinarios,....
• integra esfuerzos: gubernamentales y no gubernamentales, colectivos
e individuales, nacionales e internacionales....
• integra sectores sociales variados: colectividades, familias,
géneros...
• integra sabidurías nativas y manejos tradicionales con
conocimientos y tecnología modernos
• integra varios enfoques de análisis y acción :
antropológico, sociológico, jurídico, etnohistórico,
económico, ecológico, demográfico....
• integra pueblos y comunidades indígenas : diálogo
intra e interétnico, alianzas multiétnicas.
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