---contribuciones
Las vísperas del incendio
Quien alguna vez haya estado cerca de un incendio forestal mantendrá indelebles
en sus retinas las imágenes de la voracidad y el poder de la naturaleza desmadrada.
Guardará, también, el profundo sentimiento de impotencia y temor que embarga
a todos los que el fuego afecta, sea que intentan dominarlo o sea que tratan
de salvarse
Animales aterrados que huyen hacia lugares donde su sustento y supervivencia
serán improbables, hombres silenciosos que trabajan a sabiendas de la inutilidad
de su esfuerzo, aves desconcertadas que sin emitir sonido alguno levantan vuelo
sin rumbo ni esperanza dejando atrás sus nidos a merced de las llamas. Y el
flagrante infierno crece; devorándolo todo; dejando la tierra yerma y calcinada.
Saben, los que alguna vez han estado cerca, que hay solo dos maneras de combatir
este flagelo: Echar enormes cantidades de agua desde el aire o, estudiando las
formas del terreno y la acción del viento, dejarlo crepitar acotando su efecto
- si es posible - mediante zanjas, derribos de árboles o tareas de desmalezamiento
al pié de las amenazantes llamas hasta que lo que debe consumirse se consuma
y la furia se extinga por sí sola.
Esta segunda opción es la más peligrosa, la más difícil y conlleva en su orden
decisoria el convencimiento de la pérdida quizás permanente de muchas hectáreas
de pasadas riquezas.
Es éste, precisamente, el sistema que parece haber dispuesto el FMI a nuestro
incipiente pero seguro incendio social.
Mientras, el gobierno, como animal asustado, corre sin rumbo suplicando una
lluvia salvadora que a todas vistas, no vendrá.
El desconcierto de las cuadrillas es total. Caótica e impotente, la dirigencia
no acierta a dar la orden que - a pesar de todo - sería la más adecuada si se
piensa que el fuego recién comienza, que lo perdido está perdido y lo que hay
para perder aún es mucho y muy importante.
Cerca, están los poblados de la inteligencia y el trabajo, los asentamientos
de la ciencia y la cultura, los edificios (pobres pero sólidos) de la salud
y la educación, la riqueza nunca bien considerada del comercio, la pampa alimentadora
y la montaña bondadosa que provee minerales y materias primas y sobre todo,
la gente dispuesta a empezar de nuevo siempre y cuando sienta que se hace algo
por proteger sus hogares.
Pero no.
Mientras el agua no llega, los aviones hidrantes no levantan vuelo y el sol
brilla sin esperanza de tormenta, al pié de las llamas la cuadrilla discute
y polemiza sosteniendo políticas impracticables, tomando decisiones absurdas
y repartiendo prebendas a quienes aún no han perdido nada (o han ganado mucho),
generando una especie de zafarrancho de catástrofe en la que la consigna parece
ser "Sálvese quién pueda".
¿Y cuál será el motivo del Fondo para proponer esta lamentable estrategia
Quién sabe. Quizás la consabida ineptitud de la política exterior de EEUU. Quizás
el solapado intento de que luego del incendio, esas tierras yermas, improductivas,
calcinadas, no valdrán nada y será posible adquirirlas por monedas. Quizás el
diabólico plan varias veces rumoreado de romper nuestra integridad territorial
y repartir los despojos entre buenos amigos (y otros no tan buenos pero aún
confiables) en un intento de prevenir una imposible Yugoeslavia latinoamericana.
Si es esto lo que piensan, están locos. No saben nada de nada y no se han detenido
a leer siquiera la poco seria historia de Grosso. Sería estúpido e inaceptable.
Lo peor es que algunos de aquí adentro juguetean con la idea, empezando por
la propuesta de dolarizaciones y reacomodamientos regionales que huelen a proyectos
personales y a estafas históricas.
Lo que sí es cierto es que algunos, arteramente, echan baldes de nafta al fuego
creciente y corren gritando: "¡Un bombero allá...!" sin pensar que en algún
momento, las llamas también terminarán por hacerse cargo de ellos.
Manga de idiotas. Hatajo de soberbios e imprudentes.
¿No se dan cuenta que el Fondo, aún sin quererlo nos está dando la oportunidad
de ser independientes?
¿No se avivan que con la manía de tironear por las ventajas sectoriales y personales
están acogotando precisamente al generador complaciente de sus mal habidas riquezas
y poderes que es el pueblo argentino? (Actúan como los malignos virus que terminan
por matar al objeto de su sustento, muriendo también ellos en la epopeya).
¿Qué quieren? ¿Todo?¿No les alcanza con los miles de millones saqueados a la
esperanza y el trabajo de gente honesta y aplicada? ¿No es suficiente con el
deterioro de instituciones centenarias que forjaron la paz y la prosperidad
de una nación culta y sana
Parece que no.Y los responsables están avivando las llamas.
La estrategia es, sin duda, la que se desprende de la actitud del FMI. No queda
otra. Apurémonos antes que el infierno se expanda. Pero hagámoslo nosotros solos,
sin directivas, ajustes o carteles prebendarios.
Si hay poca agua, mojemos los techos de las sagradas construcciones de la solidaridad
y el alimento, humedezcamos nuestros trajes para evitar quemazones imprevistas
y tomemos la azada para construir la zanja que nos permitirá dominar la vorágine.
Las tierras quemadas se van a recuperar, los animales asustados volverán, las
aves construirán nuevos nidos y nosotros nos sentiremos satisfechos de pensar
que, de todas maneras, lo nuestro es nuestro.
Escuchemos al que dijo allá por 1819 (Grosso mediante):
"...si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mugeres y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, y lo demás no importa nada..."
Daniel Migone Marzo 14 de 2002