Eduardo
Blaustein Prohibido Vivir aquí
Una
historia de los planes de erradicación de villas de la última
dictadura C.M. de la V.
Parte 1
La
invención del fuego
La
invención del fuego. "El recuerdo terrible de Villa Basura,
deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso
vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de
los pobladores de Villa Miseria. La noticia de aquella gran operación
ganada por la crueldad, no publicada por diario alguno, corrió
no obstante como un buscapiés maligno".
Así abre la primera página de la novela más conocida
de Bernardo Verbitsky, Villa miseria también es América.
Abre con la expulsión por fuego y termina con una secuencia
ferrocarrilera en la que nuevos humildes venidos del interior argentino
se aparecen en la gran ciudad con sus petates y esperanzas, con o
sin conocimiento de lo que pueda esperarlos.
El embrión de la novela fue una serie de notas que Verbitsky
publicó en 1953 en el diario en el que trabajaba, Noticias
Gráficas. La serie, a la vez, fue producto de lo que el periodista
y escritor apenas atisbaba a ver desde lo alto del tren que lo llevaba
cada día al trabajo: un asentamiento semiescondido, laberíntico,
la Villa Maldonado. Comenzó a pasearse por la villa durante
los días francos y a interesarse por la vida de sus vecinos.
La novela salió al mercado en los años sesenta y fue,
además de un éxito editorial, algo así como la
desclandestinización del tema. Se atribuye a Verbitsky -desde
que publicó aquella primera serie de notas- la invención
misma de la expresión "villa miseria". Según
explicó alguna vez su hijo Horacio, su padre se inspiró
en un verso del poeta negro -o afroamericano, si se prefiere- Langston
Hughes: "Yo también soy América".
La cita de la novela tiene que ver con lo que encierra su primer párrafo:
una larga historia, y cíclica, que no sólo puede referir
a la época en que fue publicada sino también a lo ocurrido
a partir del golpe militar de 1976 con las villas miseria de la Capital
Federal y a lo sucedido hasta hace muy poco tiempo. Cuando la dictadura
militar tomó el poder, las estadísticas oficiales, siempre
escurridizas, indicaban que en Capital vivían más de
225 mil villeros. Echada al bulto, la cifra castrense incluía
a nueve mil habitantes de Núcleos Habitacionales Transitorios
construidos por el propio Estado y a otros siete mil que también
vivían en barrios construidos por políticas oficiales.
Hacia fines de 1980, las autoridades mostraban como uno de sus mayores
éxitos de gestión y de imagen otras estadísticas
que mostraban que la población villera se había reducido
a poco más de 25 mil personas. En el lapso transcurrido, hubo
sangre y hubo fuego. Pasaron los años y quedó demostrado
que los "éxitos" de la política erradicadora
-diseñada primero en mesas de arena y llevada a cabo entre
gases lacrimógenos, con camiones de basura y tanquetas- serían
más que relativos. Hoy la población villera porteña
ronda las 130 mil personas.
En un artículo publicado en 1985 en la revista Nueva Sociedad,
el periodista y escritor boliviano Ted Córdova-Claure aludía
a "la calcutización de las ciudades latinoamericanas"
y, en ese contexto, a un enigma particular:
"¿Cómo hacen los vendedores ambulantes que proceden
de la marginalidad para sobrevivir con los pocos centavos que recolectan?
Este es apenas uno de los misterios de la economía marginal
en las ciudades latinoamericanas, un misterio que los planificadores,
ya sean desarrollistas, keynesianos, friedmanianos o marxistas, prefieren
no enfrentar. La marginalidad es el moderno e implacable Waterloo
de capitalistas, tecnócratas, dictadores y hasta revolucionarios".
Si se reemplaza la idea particular del vendedor ambulante por una
realidad más vasta, la de las villas miserias, el interrogante,
sólo supuesto, es aún mayor. Las villas miseria capitalinas
han sabido sobrevivir a todo porque son parte inherente de una historia
económica y social dinámica, imposible de aislar y aniquilar
en laboratorio. Son también parte de la vida de la ciudad,
parte de su fuerza laboral. Aún cuando la ciudad quiera verse
blanca, bonita, pulida, moderna y eficiente y aún cuando pretenda
quitarse de encima "el problema de las villas". Ese planteo
de las villas como problema data por lo menos de medio siglo atrás.
Y buena parte de las políticas oficiales, cuando para solucionar
el problema impulsaron la erradicación, fracasaron. Ya fueran
políticas medianamente democráticas y amistosas o esencialmente
brutales, como las que se expondrán en estas páginas.
Siendo que durante la dictadura militar se aplicó el trámite
sencillo de la fuerza bruta en función de todos los "fracasos
anteriores" (debidos, según el diagnóstico oficial,
a la blandura, la ineficiencia, la negligencia o los enjuages de los
políticos), es conveniente, antes de dar cuenta de la historia
desencadenada en 1976, resumir la historia anterior.
El Proceso de Reorganización Nacional no llegó a la
Argentina en plato volador. Las villas miseria tampoco. Los orígenes.
Los primeros datos acerca de la conformación de villas miserias
en la ciudad de Buenos Aires no refieren a pobladores de tez oscura
venidos del interior sino a hombres y mujeres europeos, inmigrantes
como los primeros.
En 1931 el Estado dio refugio a un contingente de polacos en unos
galpones vacíos ubicados en Puerto Nuevo. Dos años atrás
había estallado la crisis mundial y no es de extrañar
que al primer nucleamiento se lo llamara Villa Desocupación
-todo un dato social e histórico- ni que al año siguiente
se conformara otro con un nombre que sería el reverso semántico
exacto: Villa Esperanza. Como efecto de la Gran Depresión el
país iniciaba dificultosamente el proceso de sustitución
de importaciones. El incipiente desarrollo industrial de Buenos Aires
intervenía como polo de atracción de migrantes internos.
A la inversa, las geografías de las que venían esos
inmigrantes, sus economías regionales, entraban en crisis y
así sigue siendo hasta el día de hoy, setenta años
después.
El hecho de que la expansión de las primeras poblaciones villeras
en las cercanías de Retiro se acelerara a fines de los '40
tiene a la expulsión/industrialización como explicación
general y más puntualmente a la actividad ferroviaria y portuaria
que también entraría en crisis en años más
recientes. Pero todavía en 1940, cuando el gobierno proveyó
de viviendas precarias a un grupo social muy castigado, esos habitantes
pioneros de lo que sería la villa de Retiro eran de origen
italiano y el barrio se conocería durante decenios como "Barrio
Inmigrantes". Unas cuantas manzanas más al norte, con
el apoyo del gremio de La Fraternidad, comenzaron nuevos asentamientos
de familias de ferroviarios en los márgenes de las vías
del Belgrano. Ese extremo norte de la villa de Retiro sería
Villa Saldías. Más tarde llegaron nuevos pobladores,
bolivianos y habitantes del noroeste argentino, muchos de ellos zafreros,
rechazados en los ingenios azucareros cuando comenzaron a endurecer
sus reclamos sindicales.
También en los '40, en la zona capitalina que se conocía
como Bañado de Flores, lo que sería el Parque Almirante
Brown, comenzaron a instalarse viviendas precarias alrededor de un
barrio de emergencia que, como los primeros de Retiro, tuvo origen
oficial: el barrio Lacarra. En cuanto a la villa de Bajo Belgrano,
cuyos primeros habitantes, en los años '20, fueron vendedores
ambulantes, changarines y obreros no calificados que ocuparon una
manzana, con los años ocuparía unas once hectáreas.
El primer plan de eliminación. Hacia 1955, año de la
Revolución Libertadora, a las villas de Retiro, Bajo Belgrano
y Lugano había que sumar una larga serie de nuevos núcleos
villeros, algunos bautizados con nombres picarescos o maliciosos que
quedarían incorporados en ciertos lugares ambiguos de la cultura
popular: Villa Fátima, Villa Piolín, Villa Medio Caño,
Villa Tachito, Villa 9 de julio. En abril de 1956 la recién
creada Comisión Nacional de la Vivienda (CNV) elevó
al Poder Ejecutivo un censo que indicaba que en la ciudad existían
21 villas, habitadas por 33.920 personas. En toda el área metropolitana
se hablaba de 78.430 vecinos villeros. Cuantificar la población
villera significaba, por primera vez y en el mismo acto, asumir el
tema de las villas como "problema". A renglón seguido,
la solución ideada, por entonces original, era la de la erradicación.
Al menos en su concepción inicial aquel primer plan de erradicación
intentaba dar alguna respuesta social. Las dosis de violencia en los
planes sucesivos se fueron haciendo progresivamente ominosas con los
años, con un primer ensayo general durante el Onganiato y como
un plan de terorismo urbanístico sistemático a partir
de 1976. En un libro del arquitecto Oscar Yujnovsky que ya tiene algo
de clásico, Claves políticas del problema habitacional
argentino. 1955-1981, se destaca "la preocupación social
de los informantes de la CNV" cuando proponían por ejemplo
que los conjuntos de viviendas en los que debían ir a parar
los erradicados fueran concebidos como unidades vecinales con sus
centros comunales. Los nuevos asentamientos debían ser cercanos
a los medios de trabajo, de transporte, con su escuela primaria y
hasta con un centro de abastecimiento y artesanado. Los centros comunales,
decían esos funcionaros, "constituyen la esencia del barrio.
En él y por él, con la colaboración de la asistente
social, se deberán crear las juntas vecinales, que reemplazarán
con el tiempo a la administración oficial en el manejo y organización
de tareas comunales y presentarán al respectivo municipio sus
pedidos y sugerencias".
Aquel ambicioso plan fue posiblemente la primera demostración
de los riesgos y de los fracasos de las intervenciones estatales,
especialmente las dirigidas meramente desde arriba. Pese a cierta
sensibilidad inicial en el planteo, el proyecto no dejaba de ser un
intento de imposición vertical al que la población villera
debía subordinarse, antes que "readaptarse". Otras
buenas intenciones como la de brindar presuntas facilidades de pago
a los erradicados para que ocuparan sus nuevos hogares, dejaban afuera
a buena parte de los supuestos beneficiados.
Finalmente, a lo largo de siete años el plan elaborado para
cubrir las necesidades habitacionales de 34 mil pobladores apenas
si terminó en la construcción de 214 viviendas para
1.284 personas, a razón de seis en viviendas de 50 metros cuadrados.
Este primer hito en la historia nunca acabada de los intentos de erradicación
contendría también otro fenómeno inherente a
las villas, algo así como la cara oculta que el Estado -y a
menudo la sociedad oficial- no quiere ver. La realidad de las villas
incluye a la historia que van construyendo quienes las pueblan. Primero
es la llegada de grupos que comparten historias, identidades y culturas
afines. Luego los problemas comunes -laborales, barriales, educativos-
de todos los días y la construcción de nuevos lazos.
De a poco el surgimiento de clubes de madres, las juntas vecinales
que buscan mejorar las condiciones de vida, las entidades de recreación
y deportes. Con el tiempo, formas de organización cada vez
más abarcadoras y colectivas que comienzan a conformarse como
contrapoder frente al Estado y sus instituciones a medida que éstas
se convierten en interlocutor y, muy a menudo, en enemigo. Así,
al primer plan erradicador de 1956, correspondió la constitución,
dos años después, en 1958, de la primera Federación
de Barrios y Villas de Emergencia que articuló las comisiones
vecinales de diversas villas porteñas y en la que asomó
alguna presencia tanto de militantes del Partido Comunista (de la
Unión de Mujeres Argentinas en primer lugar) como de cuadros
de la incipiente Resistencia Peronista o, en el caso de la Villa 31
de Retiro, de los sindicatos portuarios intervenidos, estrechamente
ligados a la realidad laboral de los barrios cercanos. De manera tal
que en el fracaso del primer intento errradicador no sólo hay
un revés "de gestión" o "cuantitativo"
sino el asomo de nuevos desafíos a ser tenidos en cuenta, ligados
a la articulación entre las instituciones y los villeros como
actores sociales y a las mediaciones que deben establecerse. Lo que
comienza a perfilarse en ese primer fracaso es una historia pendular
en la que el Estado pasa de aceptar amistosamente o a regañadientes
a las organizaciones villeras como interlocutoras, a intentar cooptarlas
o a pasar por encima de ellas destruyéndolas y a menudo creando
otras nuevas, funcionales a sus necesidades. O en los casos más
extremos de las experiencias golpistas de 1966 y 1976, a pasarles
por encima con topadora y tanqueta.
Lo que empezaba a fines de los años '50 con el intento de erradicación
era apenas el comienzo de una historia muy extensa, cíclica
y accidentada que pasó de la construcción de muros perimetrales
que pretendieron "ocultar la vergüenza" a los incendios
intencionales a los que refiere la novela de Bernardo Verbitsky. Durante
los lapsos de gobiernos constitucionales, esas políticas nunca
dejaron de tener como norte la idea de la erradicación final.
A la vez, por la propia dinámica y fuerza de la realidad, muy
a menudo esas políticas se "ablandaron" hasta adoptar
vías de resolución de conflicto más o menos consensuadas
y humanas, mejoras en la infraestructura de los barrios y también
numerosas "soluciones" que de provisorias pasaron al rango
de lo eterno. Primera presentación: Juan Cymes. Su nombre es
relativamente legendario no sólo para la población villera
de Capital sino para los villeros de La Matanza, como los del barrio
Las Antenas. Como él mismo dice, esa zona villera de la provincia
no es más que la continuidad natural de otras villas de Capital,
con ejes de salida que parten, entre otras vías posibles, de
la avenida de los Corrales. A los efectos de estas páginas,
afirmar que el nombre de Juan Cymes es largamente conocido por los
dirigentes villeros porteños (y por los numerosos funcionarios
que lo sufrieron) lleva implícito el hecho de que el hombre
no tiene por qué ser conocido para la sociedad no villera.
La incomunicación entre ambos mundos hace a la esencia del
tema. El apellido, aclara él, es de origen turco. Pero él
mismo, legendario también por lo locuaz, se apresura en aludir
a su madre de origen polaco y sin embargo criollista y tanguera. Juan
Cymes nació en un conventillo, no el de la calle Olavarría,
sino en uno de Mataderos. Dice haber mamado de su madre una cierta
sensibilidad que va de lo barrial solidario a lo nacional-popular
y dice que ya a los quince, en ese mismo conventillo, era líder
de pequeñas causas. Lo irá reiterando y subrayando en
una conversación de cinco horas en un bar de San Juan y Entre
Ríos: crianza en barrio obrero, picados en los potreros, con
los vecinos de las villas cercanas, "cero discriminación".
Tanguero al límite de lo obsesivo: fundador del Círculo
de Amantes del Tango, animador de charlas y espacios radiales, Juan
Cymes bautizó a sus dos hijos Homero y Pichuco y se jacta de
retener en la memoria la cifra exacta de 1200 letras desde el primer
verso al último. Su fracaso en el programa Odol pregunta, se
excusa, fue producto del azar. De manera tal que Cymes, cuyo testimonio
aparece aquí como el primero de dirigentes villeros que consiguieron
sobrevivir al Proceso, escapa al estereotipo del villero morocho y
correntino, santiagueño o de Jujuy. Y si es el primero en ser
citado es porque Cymes ya estaba en Capital en los años de
la Libertadora y porque fue entonces o poco después que tuvo
su primer contacto con las villas como militante social. Ocurrió
el día en que un amigo del bario de Lugano, compañero
de trabajo en la fábrica Camea del entonces ignoto metalúrgico
Lorenzo Miguel, le pidió ayuda para solventar cierto problema
que se presentaba en la villa Cildáñez. Por entonces
el arroyo corría sin tubo, a cielo abierto. Eran también
las épocas de la toma del frigorífico Lisandro de la
Torre, épocas arduas, y parece ser que en la Cildáñez
había cierto oficial de policía que tenía por
costumbre sobrepasarse en el ejercicio de la autoridad. Así
que Juan Cymes acompañó a su amigo metalúrgico
hasta la villa. Ambos, junto "a todo un grupo de pendejos de
18, 19 años", convocaron a reunión de vecinos y
mediante el sencillo exhorto de "no dejarse atropellar por un
hijo de puta", sembaron la semilla de una primera comisión
vecinal y provisoria. Después se convocó a comicios.
Cymes merodeaba por entonces las juventudes de la intransigencia radical,
a pocos pasos de los resistentes peronistas y siguiendo como se podía
la línea Yrigoyen-FORJA-Lebensohn. Su merodeo fue más
o menos efímero: de la UCRI lo expulsaron. Al poco tiempo fundó
su primer ateneo -"El Combatiente"- y ahí nomás
alcanzó a entrevistarse y abrazarse en Punta del Este nada
menos que con Ernesto Guevara. A punto estuvo de enlistarse en los
planes del Che para crear uno, dos, miles de pequeños Vietnam.
Cuando primereaban los '60 y despuntaban ya las primeras radicalizaciones
ideológicas, Juan Cymes optó por una cierta forma de
la sensatez que consistía en no despegarse ni de las bases
ni de los territorios a los que se pretendía liberar. En los
'60 se negó a tener hijos con su primera compañera.
Sólo porque no entendía a los que pretendían
hacer una Revolución con hijos a cuestas, dados los dolores
de cabeza domésticos que suele aparejar la venida de los hijos.
La ausencia de hijos, las idas y vueltas de su vida militante, apuraron
la separación de su mujer. A su segunda esposa la conoció
mucho después viviendo en la villa 15 o Ciudad Oculta, una
denominación que él detesta, por discriminadora. "¿Oculta
de qué? Quién se oculta?". Cuando los tuvo, Homero
y Pichuco se criaron en las villas. De Frondizi a Onganía.
Junto a la implementación de planes de construcción
de barrios financiados por el Banco Hipotecario Nacional, el período
de gobierno de Frondizi-Guido fue artífice de uno de esos proyectos
de construcción provisoria que en su momento hizo escuela:
el de viviendas provisorias prefabricadas en metal. Por su forma abovedada,
sus ondulaciones y su precariedad, también por sus dimensiones
minúsculas, esas casas fueron bautizadas como los "medios
caños". Como en la administración anterior y las
siguientes, a ese gobierno no le faltó su plan erradicador,
el PEVE o Plan de Erradicación de Villas de Emergencia que
dependía del ministerio de Obras Públicas de la Nación.
Ese plan nunca se llevó a cabo. Al mismo tiempo, durante ese
período, el gobierno municipal reconoció a la Federación
de Villas de Emergencia como interlocutor legítimo y los villeros
no sólo pudieron hacer conocer sus reclamos a través
de la Federación sino también en el Concejo Deliberante,
especialmente a través de los partidos socialista, demócrata-cristiano
y comunista. Al punto que se iniciaron una serie de mejoras parciales
en distintos barrios, especialmente en materia de provisión
de agua, luz y conexiones cloacales. Esos planes puntuales no daban
abasto para el crecimiento de la población villera, que hacia
1963 ya era de 42.462 personas en 33 nucleamientos (la cifra no incorpora
los cinco mil habitantes del albergue Warnes, demolido casi treinta
años después). La cuestión villera comenzaba
a formar parte de las prioridades declaradas por cada admnistración
municipal. Una de las consecuencias fue la consolidación del
rol de la Comisión Municipal de la Vivienda, a la que progresivamente
y dependiendo de la época, se le irían asignando buena
parte de las tareas relacionadas con la cuestión de las villas,
incluyendo las peores.
Algunos rasgos de pendularidad entre la opción erradicadora
y las políticas sociales consensuadas siguieron vigentes durante
el mandato de Arturo Illia. La Federación de Villas apoyó
inicialmente al gobierno y pudo consolidarse gracias a la existencia
de un marco político tolerante, mucho menos represivo que el
de los años anteriores. También fue permeable y flexible
a la hora de establecer alianzas con algunos partidos políticos
y con la Confederación General del Trabajo. Pese a ese clima
de diálogo, la relación de la Federación con
el municipio fue más conflictiva. En agosto de 1963 la Federación
entregó al presidente Illia un pliego de reivindicaciones.
Fue la primera vez que un jefe de Estado recibió de manos de
los villeros una síntesis de los atropellos acumulados y seguramente
la primera en que a ese nivel quedó transparentado un salto
cualitativo en las demandas de ese sector de la población ante
el Estado. En aquel documento la Federación pedía:
"1)
Que nadie sea desalojado de las villas sin antes ofrecerle una vivienda
decorosa; "2) que se respete la inviolabilidad del domicilio;
"3) que la Municipalidad, Vialidad y el gobierno faciliten elementos
para mejoras, para lo cual todos los vecinos pondremos mano de obra
completamente gratuita; "4) que se derogue en forma inmediata
el decreto 4805/63 y se suspenda la expulsión de nuestros hermanos
paraguayos,chilenos y bolivianos...".
El documento contenía un par de reivindicaciones centrales
más: que para la adjudicación de viviendas en nuevos
barrios se creara una comisión lo suficientemente participativa
como para evitar favoritismos "y dar prioridad a las familias
más necesitadas" y que el gobierno cediera a la Federación
un local en el que poder funcionar. El gobierno aceptó las
demandas y en noviembre de 1964, en base a un proyecto de un diputado
de la UCRP, se aprobó la ley 16.601 de construcción
de viviendas "con la finalidad de erradicar definitivamente las
actuales villas de emergencia en todo el país".
El plan nuevamente contemplaba programas de financiamiento accesibles,
con préstamos de entre quince y treinta años. Un año
después, y a nivel municipal, se sancionó un Plan Piloto,
una de cuyas disposiciones principales era la de estimular la creación
de "centros de Comunidad" en cada una de las villas. Los
centros -creados desde el aparato estatal, subordinados a las decisiones
de la CMV- debían ser ámbitos de organización
y desarrollo de condiciones que posibilitaran la erradicación.
Estaban pensados para ganar el apoyo de los propios villeros mediante
un funcionamiento a tres niveles: social, médico y educacional.
Así como a fines de los '50 sobrevolaba la peculiar idea de
la "readaptación", en este caso el objetivo era el
de engendrar entre los habitantes un "cambio de mentalidad",
una superación del "quedantismo estático"
responsable de que los villeros vivieran en villas. Al cabo del tiempo,
se implementó una serie de mejoras en las condiciones de vida
en numerosos barrios, no sólo en materia de infraestructura
sino también de construcción de locales comunitarios,
dispensarios, escuelas, trazado de calles, alumbrado, etc.
Existió también un Plan Piloto para la Erradicación
de las Villas de Emergencia 5, 6 y 18 del Parque Almirante Brown,
que incluía obras de drenaje, de recuperación de terrenos
y el entubamiento del Cildáñez. Para cuando se produjo
el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía, ese plan sólo
había llegado a cumplirse de manera parcial. En un marco de
crisis política -el peronismo, proscripto en las elecciones
presidenciales, triunfó en los comicios que se realizaron en
el '65- las relaciones entre la Federación de Villas y las
autoridades volvieron a agriarse, en el habitual marco de amenazas
de desalojos, de incendios intencionales, pero también, de
la articulación endurecida entre representantes villeros y
sectores del peronismo.
La Revolución Argentina, llegada para quedarse por cuarenta
años, no encontró en la Federación de Villas
una organización lo suficientemente sólida como para
que ésta pudiera resistir la embestida militar. Pero el acercamiento
entre el incipiente movimiento villero, los partidos y diversos sectores
del peronismo fue importante en la obtención de conquistas
y para engendrar un cierto nivel de combatividad. Como dato simbólico
de lo que los villeros empezaban a representar en el imaginario social,
y contra corriente de las actitudes estigmatizadoras, en la Villa
31 de Retiro ya se había instalado, en 1961, el padre Carlos
Mugica. En los barrios Comunicaciones e YPF ya estaban presentes algunas
organizaciones asistenciales y educativas. Segunda presentación:
Magtara Feres. La señora tiene 69 años y los lleva muy
bien. Aparece coquetamente arreglada y vestida, el pelo corto, mucha
soltura, muy agradable. Aunque maneja un discurso aparentemente candoroso,
con algunas huellas en la entonación de origen correntino,
es dueña de una memoria y una lucidez prodigiosas. El apellido
Feres es de origen libanés, cuenta, y fueron su papá
y 25 parientes los que se vinieron a la Argentina, previa escala en
Curitiba, Brasil. El nombre de pila Magtara es la castellanización,
o más fielmente la deformación de Muftara, que quiere
decir "la Elegida". El padre de la Elegida y de otros ocho
hijos fue -dice ella- el típico turco de vender en carro: Beine,
beineta, jabún, jabuneta. ¿Combra, baisano? A oídos
de los Feres, criados en Paso de los Libres, llegaron los ecos de
las leyendas de Buenos Aires, tierra de oportunidades, y hasta aquí
se vinieron, en busca de las fábricas y el trabajo. Magtara
se vino ya casada con un maestro de escuela y tres hijos. El mismo
cura que ofició en el casamiento les consiguió un primer
chalecito en Claypole. El matrimonio Feres se anotó en un plan
de viviendas en Avellaneda. Se anotó y se sentó
a esperar. La vivienda nunca salía. Pasaron los meses y supieron
cómo eran las cosas en la gran ciudad -"No sabíamos
que había tanta trampa"-, descubrieron que para acceder
a viviendas oficiales u oficiosas había que coimear. El marido
maestro de Magtara había enfermado y ya no pudo trabajar en
las escuelas. Comenzó a hacer changas contables para un restaurante,
alfabetizó adultos, escribió cartas para quienes no
sabían escribir. Su pregunta -"¿Cómo que
no sabés leer?"- se hizo rutinaria.
Empezó a atender chicos de día y a sus padres de noche.
Magtara, mientras tanto, hacía una vida fiel a todos los catecismos
que le habían enseñado desde chica. Entre alfabetizaciones,
catecismos y obras de bien, los Feres fueron beneficiados en 1960
con una vivienda en el complejo cercano a Cobo y Curapaligüe,
el Barrio Rivadavia, construído por el Banco Hipotecario. No
conocían el barrio ni a sus habitantes. Los habitantes sí
se conocían entre ellos, mucho provenían de las villas
de Mataderos. Así que llegaron a la casita en calle de tierra
con aprehensiones y en el peor momento posible, de noche y con frente
de tormenta. La guardia de infantería estaba plantada al borde
del barrio, con las instrucciones de rutina: echar fieramente a los
desconocidos. Les pidieron los documentos y Magtara estrenó
su flamante condición de vecina peleadora, aunque todavía
no le dejaran estrenar la propia casa: -¿Cómo quiere
que encuentre los papeles de la casa en esta oscuridad? Entonces intervino
el azar, uno de los de la Infantería resultó ser un
viejo conocido de Corrientes que les franqueó el paso. La primera
impresión no fue del todo alegre: la casa había sido
intrusada, los vidrios estaban rotos. Entraron con farol de noche,
no había ni luz ni agua, sí una rata muerta de buen
tamaño. Se habrán mirado aquella noche los Feres y los
hijos de los Feres, pendientes de la oscuridad, la tormenta, la ausencia
de agua, la rata muerta, los vidrios rotos y los vecinos. Pasó
lo que no tenían previsto: los vecinos se acercaron para darles
una mano.
-Yo tenía miedo de no acostumbrarme. Pero los vecinos fueron
muy dulces, muy buenos. Esta pequeña historia de un barrio
construído por el Banco Hipotecario y que el Proceso militar,
a la hora de demoler y erradicar, denominó villa, transcurrió
hacia 1960. Un par de años después, Magtara Feres peleaba
con sus vecinos contra las huestes del Warnes, interesadas en ocupar
la mitad del barrio que, al borde de Cobo y Curapaligüe, todavía
estaba a medio construir. En el lapso que va de 1963 a 1966, los villeros
porteños se hicieron 70 mil.
Eduardo
Blaustein Prohibido
Vivir aquí Una
historia de los planes de erradicaciónde villas de la última
dictadura para la Comisión Municipal de la Vivienda
(CMV) GCBA - 2001.
Fotos
de tapa y retratos Cristina Fraire
Link
aArq. Jorge Mazzingui, diseño "NOMADES">>
|