Eduardo
Blaustein Prohibido Vivir aquí
Una
historia de los planes de erradicaciónde villas de la última
dictadura C.M. de la V.
Parte 2
Plan
General de Operaciones.
"...Hoy,
como en todas las etapas decisivas de nuestra historia, las Fuerzas
Armadas, interpretando el más alto interés común,
asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión
nacional y posibilitar el bienestar general, incorporando al país
los modernos elementos de la cultura, la ciencia y la técnica,
que al operar una transformación substancial lo situén
donde le corresponde por la inteligencia y el valor humano de sus
habitantes y las riquezas que la providencia depositó en su
territorios.
Tal, en apretada síntesis, el objetivo de la Revolución".
(Mensaje de la Junta Revolucionaria al pueblo argentino. 28 de junio
de 1966. Derrocamiento de Arturo Illia.)
Tercera presentación: Teófilo (Johny) Tapia.
Hubo una lejana época en el país, hasta los primeros '70,
en la que medio mundo consideraba importante usar la expresión
"yanquis" para referirse con algún orgullo y algún
desdén a los Estados Unidos, a los nacidos en ese país,
a todo lo que saliera de ese país. Los villeros no usaban tanto
esa expresión sino una más modesta y más simpática,
salida seguramente de las películas y las series de cowboys:
ellos decían "los johnis", o "los johnies".
El amigo Teófilo Tapia, oriundo de Jujuy, no recuerda exactamente
dónde fue que comenzaron a llamarlo Johny, puede que haya sido
en el puerto, en donde trabajó la mitad de su vida, porque así
le decían a los marineros de otras banderas. La cuestión
es que a él se lo conoce como Johny Tapia y que sonríe
de buen grado cuando se le rescata la memoria de aquel maravilloso jugador
peruano que, como él, se llamaba Teófilo, y de apellido
Cubillas. Johny nació en Jujuy capital hace 59 años, hijo
natural de doña Dominga Tapia, trabajadora doméstica.
De chico se fue con su madre a Mendoza en un plan que no fue golondrina
sino más bien todo terreno. Se fueron a trabajar a la viña
pero también a la cosecha del durazno, de la manzana, del tomate
de chacra y de todo lo que diera la tierra. Trabajó en todo eso
y también se hizo tiempo para terminar la primaria en Mendoza.
Tenía 22 cuando los vientos de la emigración lo arrancaron
por segunda vez del lugar que pisaba. La madre se quedó con otro
hijo en Mendoza y él se vino a Buenos Aires con la esperanza
universal que en su caso resume así: "La esperanza de tener
más estudios, de profundizar un poco, de lograr algo". Corría
1963 y se subió a El Libertador, aquel tren que, como El Serranoche
que iba a Córdoba o el Estrella del Norte que iba a Tucumán,
se anunciaba por los megáfonos de Retiro, cuando en Retiro todos
los andenes tenían vida. Bajó en Retiro ese día
de 1963, nublado y con lluvia. Con el compañero que tenía
a sus parientes en la Villa 31, subieron al 143, más todos los
petates. La primera changa fue la de peón y lavacopas en un restaurante.
La segunda la de vendedor en carro de helados Noel, por la zona de Palermo.
Después se metió en el puerto, en la estiba. Conoció
las huelgas del '66, se afilió al SUPA, le dieron su documento
de estibador. Desde entonces hasta hoy se supone que Johny Tapia trabajó
toda su vida en el puerto, mixturando ese trabajo con otros en la construcción
o yéndose hasta Puerto Madryn, a obras de montaje. Pero sólo
debe suponerse que Johny sigue trabajando en el puerto de Buenos Aires.
Desde 1995, Año de Privatización, que Johny está
suspendido. Una empresa denunciada por vaciamiento lo dejó fuera
de carrera, a él y a unos cuantos más. Como la estación
Retiro, hoy el puerto tiene mucha menos vida que la que supo tener.
Asunto de temer si se considera lo resumido más atrás:
que en la villa de Retiro abundaban los portuarios tanto como los ferroviarios.
Las esperanzas actuales de Johny Tapia son tan modestas como la época:
que la Justicia les dé la razón a los trabajadores suspendidos,
poder cobrar la jubilación aunque la empresa que lo suspendió
no haya hecho los aportes. Mientras tanto vive en la villa de Retiro
y también en el barrio Illia, donde está su familia. En
Retiro se encarga de hacer el trabajo social que necesitan los vecinos.
Todos los días se realiza ahí una olla popular para 250
personas. El gobierno porteño aporta 130 de esas raciones. Lo
demás se consigue a fuerza de manguear. El comedor comunitario
que Johny ayuda a mantener se llama así: "Padre Mugica".
Los años de La Morsa.
El inciso "e" del acta de los "Objetivos políticos
de la Revolución Argentina", fechado también el 28
de junio de 1966, era el referido al "ámbito de la política
de bienestar social" y decía:
"Crear
las condiciones para un creciente bienestar social de la población,
desarrollando la seguridad social, elevando al máximo posible
los niveles de la salud y facilitando su acceso a una vivienda digna".
En 1968, el ministerio de Bienestar Social editó un cuadernillo
de ochenta páginas que decía en su portada: "Plan
de erradicación de las villas de emergencia de la Capital Federal
y del Gran Buenos Aires. Primer programa. Erradicación y alojamiento
transitorio". En la primera línea de introducción,
las autoridades reiteraban la coartada ideal que habían encontrado
para fundamentar el proyecto:
"En octubre de 1967 el conglomerado urbano, denominado Gran Buenos
Aires, fue afectado por inundaciones pocas veces vistas, al desbordarse
los ríos Matanza y Reconquista, que cruzan dicha zona en busca
del Río de la Plata... Al advertirse que los daminificados en
mayor grado eran habitantes de las denominadas 'Villas de Emergencia',
los cuales en calidad de intrusos tienen allí instaladas sus
improvisadas viviendas, en terrenos baldíos privados unas veces
y fiscales las más, surgió este 'Plan para inundados y
comienzo de la erradicación de las Villas de Emergencia'".
El megaplan diseñado por los equipos técnicos del Onganiato
-más allá de las excusas y de poder discernir quiénes
efectivamente habían sido afectados por las inundaciones- era
el más forzudo intento de erradicación jamás conocido
hasta entonces. Su meta: dar vivienda a 70.000 villeros de la Capital
Federal y a otros 210 mil del conurbano. Total: 280.000 errradicaciones
y realojamientos. Aquí no se trataba de dar pasos intermedios,
ni de mejorar las condiciones de las villas, sino simple y llanamente
de erradicarlas mediante un despliegue formidable de recursos humanos,
técnicos y financieros. La alusión sobre la "ciencia
y la técnica" del primer mensaje de la Revolución
Argentina a la población no era casual: aquellos eran militares
amantes de los saberes y destrezas de la tecnificación, buscadores
a ultranza de la eficiencia, ingenieros de vastas reestructuraciones
estatales. La política hacia las villas no podía si no
ser "totalizante, coherente y definitiva". Esta vez la tarea
no fue tanto concebida y ejecutada por la Comisión Municipal
de la Vivienda -como si ocurrió en los años del Proceso-
sino por el ministerio de Bienestar Social (al frente del cual se desempeñaba
Conrado Bauer), rencabezando múltiples articulaciones. Fue el
mismo ministerio que años después creó el Prode
o "impuesto al bobo".
El programa tuvo su ley número, la 17.605, sancionada en diciembre
de 1967, que contenía dos programas complementarios. Uno, el
de la construcción de 8000 viviendas transitorias en 17 Núcleos
Habitacionales Transitorios. En esos núcleos de 13,3 metros cuadrados
por familia, se suponía que los villeros debían -otra
vez- "readaptarse", antes de ser trasladados como gente civilizada
a sus nuevas viviendas. Expertos sociales serían los encargados
de "motivar" a los villeros para dejar atrás sus pésimos
códigos de conducta. La idea de que los Núcleos Habitacionales
Transitorios (NHT) fueran levemente estrechos -los 13,3 metros cuadrados-,
el que fueran de una pésima calidad constructiva y el que se
prohibiera expresamente a sus pobladores efectuar en ellos cualquier
tipo de mejoras (desde poner un toldo a pintar un marco de
ventana, tener coche o perro), respondía a una idea sagaz: al
verse obligados a vivir en condiciones tan espantosas, los villeros,
como perros de Pavlov bien adiestrados, se verían inundados por
ansias de superación y, entonces sí, desearían
esforzarse para mejorar, cosa que a ellos nunca se les hubiera ocurrido.
Retomaremos este punto más adelante. Firmes en sus miras, los
funcionarios supusieron que veinte de cada cien familias erradicadas
se las arreglarían solas para dejar la villa, que a un 60% habría
que ayudarlas con subsidios y al otro 20% más vulnerable brindarle
aún más facilidades. El 80 por ciento de 76 mil involucraba
a 56 mil pobladores. Los funcionarios hicieron este otro cálculo:
si conseguían "extraer de las Villas" (tal la expresión
literal) y meter a ocho mil personas por año en los NHT de trece
metros cuadrados, entonces, mediante simple arte de rotación,
es decir llenando y vaciando los NHT en forma anual, en sólo
siete años realojarían a los 56 mil. Todos ellos -Fase
dos del Plan- irían a viviendas dignas definitivas y eso necesitaba
de una fantástica ingeniería financiera. Se asignaron
partidas del presupuesto nacional, se consiguieron préstamos
del BID, en 1972 se dispuso que un 30% de los dineros del Fondo Nacional
de la Vivienda se destinaran al plan de erradicación.
A los villeros no les entusiasmaron particularmente ni los NHT ni las
erradicaciones. No tenían demasiadas formas de expresarlo ya
que la dictadura de Onganía no tenía en sus planes reconocer
a la Federación de Villas como interlocutora de nada. Fue así
que comenzó a estrenarse para la historia el uso masivo de las
topadoras y las palas mecánicas, que el Proceso supo perfeccionar
sofisticando las formas de crear terror. La Revolución Argentina
fue también el precedente general de lo que ocurriría
años después con el uso de las palabras. Sus funcionarios
emplearon dos de los tres verbos básicos que resumirían
la política estatal hacia las villas y que la gestión
Cacciatore-Del Cioppo desenterró y recicló ni bien puso
manos a la obra: congelar, desalentar, erradicar.
Congelar implicaba la prohibición de que se generaran nuevos
asentamientos, que se construyeran nuevos hogares en las villas o que
se reocuparan las casas desalojadas. Esto último era difícil:
las casas desalojadas eran inmediatamente destruídas. Desalentar
significaba, entre otras tareas, presionar, urgir, romper la organización
interna en los barrios. Erradicar, en la versión del cuadernillo
de las ochenta páginas, implicaba la "eliminación
total de las villas".
Poco más abajo se aclaraba, como previendo: "No se trata
de una eliminación arbitraria y violenta. Las soluciones que
ofrece el Plan con sus diversas alternativas, lo tornan profundamente
racional y humano". La aclaración, página 8, aparecía
bajo el siguiente subtítulo: "Rigor táctico".
Un poco más adelante, en la página 14 acerca del rubro
"Coordinación", se decía: "La coordinación
con algunos organismos no dependientes de Bienestar Social, ha sido
prevista expresamente en la Ley, como es la participación del
Comando de Ingenieros del Comando en Jefe del Ejército".
El anexo 9 desarrollaba largamente esa participación. Entre otros
items, se especificaba que el Comando de Ingenieros sería el
encargado de "demoler las villas de emergencia evacuadas y restituir
los predios respectivos a quien corresponda" y que tendría
entre otras "misiones particulares", la de "proporcionar
apoyo de inteligencia y de acción psicológica a fin de
explotar adecuadamente, desde un primer momento, la participación
del Ejército en los trabajos a desarrollar".
Para 1968, año de edición del cuadernillo, los villeros
de Capital, según censo del ministerio de Bienestar Social, eran
102.143. Junto con los del Gran Buenos Aires, conformaban una ciudad
de medio millón de habitantes. Todo lo que alcanzó a hacerse
en los años del Onganiato en Capital Federal fue la erradicación
-implementada por la Comisión Municipal de la Vivienda- de seis
villas miseria habitadas por 848 familias. Es decir un total de 3765
personas y no las 52 mil o 70 mil previstas. Los dos programas complementarios
de viviendas transitorias a definitivas primero se desfasaron y luego
entraron en colapso. Cinco años después del golpe de Estado,
ninguna vivienda de las "definitivas" había sido construida.
La construcción del primer NHT recién se inició
en 1969. De los que llegaron a alzarse, cinco se levantaron sobre terrenos
inundables. Para cuando sus primeros moradores descubrieron que en esas
viviendas de 13,3 metros cuadrados les correspondían 3,3 metros
por persona, ya se había producido el Cordobazo. La Revolución
Argentina iniciaba su período de decadencia y los villeros ya
estaban en condiciones de pelear y retobarse; comenzaba el proceso de
radicalización política. Podría entonces decirse
que el magno, hipereficiente operativo erradicador diseñado por
aquel gobierno militar fracasó de manera lastimosa. El problema
es que algunos de aquellos Núcleos Habitacionales Transitorios
hoy siguen conteniendo gente.
Cambio de hábitos.
Como
para agravar los efectos del fracaso de las erradicación, las
políticas de topadora y NHT terminaron convirtiéndose
en un boomerang para las autoridades. Aunque la antigua Federación
de Villas había entrado en crisis, reemplazada en alguna medida
por nuevas juntas de delegados, la resistencia contra las erradicaciones
terminó fomentando un polo de resistencia popular justo para
cuando el régimen comenzaba a dar muestras de agotamiento.
Estimuló ademas el acercamiento entre los pobladores de las
villas y dos de los focos más combativos de la época:
la CGT de los Argentinos y el Movimiento de Curas para el Tercer Mundo.
El cambio de época, que incluía esas nuevas formas de
resistencia, afectaría profundamente a las propias políticas
oficiales en materia de vivienda.
El punto de inflexión quizá pueda simbolizarse en un
modesto volante aparecido en 1969, el "Boletín de Villas
Nº 1. Qué es la erradicación":
"El gobierno militar nos engaña diciendo que en estas
villas viviremos durante un año para luego ser trasladados
a departamentos más cómodos. Pero la realidad nos muestra
que los compañeros villeros que fueron trasladados a estas
villas transitorias todavía no vieron los cimientos de sus
confortables departamentos y sólo ven cómo se les vienen
abajo las paredes de las casillas a donde los llevaron".
Aquel documento contenía una larga descripción de los
NHT, desde sus características básicas -2,4 por 2,4
por 2,10 de alto; paredes de cuatro centímetros de grosor-,
a su lejanía de los lugares de trabajo, la ausencia de escuelas,
más todas las prohibiciones respecto a los modos de vivir.
Quienes redactaron aquel boletín fueron bastante más
allá: "(las autoridades) Destruyen la organización
de las villas... reemplazan a nuestras comisiones por otras nombradas
desde arriba... El verdadero objetivo es alejarnos de a poco de las
ciudades y de los lugares de trabajo, con el objeto de desgastarnos
y obligarnos a volver a nuestros pagos (nos pagan hasta el viaje para
que nos vayamos a morir de hambre a los lugares de donde nos vinimos
por falta de trabajo). Esto es parte de su plan de desorganizar a
la clase obrera y romper todos sus órganos representativos".
Más adelante, cuando haya que referirse a la última
dictadura militar, se verá hasta qué punto estas observaciones
sobre los objetivos estratégicos de la erradicación
tenían sentido. Finalmente, el volante hacía el tradicional
llamado a la lucha, en letras mayúsculas:
"Luchemos contra los campos de concentración. Luchemos
contra el estado actual de las villas de emergencia. Luchemos por
la transformación de nuestras villas en verdaderos barrios
obreros".
La resistencia comenzaba a cobrar fuerza, las pintadas en los barrios
aludían no a la sigla técnicamente neutral "NHT"
sino a las "villas cuartel". Un 9 de noviembre de 1969,
en Santa Fe, se realizó el primer Encuentro Nacional de dirigentes
villeros de todo el país, auspiciado por los curas villeros
de Capital y por diversas iglesias. Al poco tiempo, la Iglesia reconoció
al Equipo Sacerdotal y Obrero en Villas de la Capital, estrechamente
ligado con el movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. El movimiento
ya venía mostrándose en espacios radicalizados. En marzo
de 1969, la revista Cristianismo y Revolución publicaba una
carta de los curas villeros dirigida al presidente Onganía.
En uno de sus párrafos, el documento radiografiaba historias
de vida: "Esto pasa hoy en nuestra Patria. CEFERINO GOMEZ, casado,
5 hijos, trabaja con toda su familia en una estancia de Corrientes;
sueldo total que recibe la familia: $5000 mensuales; beneficios sociales,
ninguno. Cuando debe llevar a algún familiar al médico
del pueblo vecino, se le descuenta su jornal. ELEUTERIO SOSA, casado,
7 hijos, (2 fallecidos por desnutrición), hachero en La Gallareta
(Pcia. de Santa Fe), jornal: $300 (los días que hay trabajo)
pagados en bonos de mercaderías a retirar en el almacén
del mismo patrón. EVARISTO CARRIZO, tucumano, casado, padre
de cuatro hijos, obrero del surco, después de meses de desocupación
por cierre de ingenios y falta de fuentes de trabajo, sufre con desesperación
el hambre y la frustración...". El texto continuaba con
historias semejantes hasta rematar así: "Estos hombres
pertenecen a nuestras villas. Y casos similares se repiten por millares".
Por supuesto, el documento impugnaba la política erradicatoria
"porque pretende combatir efectos sin atacar las causas".
Menos de dos años después, ya en los vértigos
previos al '73, Cristianismo y Revolución daba cuenta en sus
páginas finales de comunicados de organizaciones armadas. Desde
expropiaciones de camiones que cargaban y su reparto en barriadas
pobres a la detonación de "cajas-volanteras" en el
ministerio de Bienestar Social "en represalia por el violento
desalojo policial de los compañeros de la villa Martín
Güemes", de Retiro.
En aquella época no existía la figura del desaparecido,
pero los hubo. Uno de ellos fue Néstor Martins, relacionado
según rememora Cymes con el movimiento villero. Es más
o menos por entonces que los medios comienzan a usar la expresión
"espiral de violencia", que abarca de manera algo difusa
un panorama extenso de torturas, asesinatos, agitación social,
represión política, desalojos compulsivos en las villas,
y más adelante accionar guerrillero.
Lo que estaba cambiando también, aceleradamente, eran los modos
de pensar la sociedad, incluyendo los viejos moldes acerca de quiénes
eran los villeros. Cambiaba en amplios sectores de las clases medias
la tradicional actitud discriminatoria -los villeros como borrachos,
como haraganes, como vividores, como delincuentes- o los comentarios
burlones acerca de la proporción de hijos y antenas de TV que
tenían las villas.
Hay pequeños símbolos de ese cambio y ese acercamiento
entre las clases medias y los sectores populares. Así como
en los '60 Bernardo Verbitsky había publicado su Villa miseria
también es América, en 1971 el Centro Editor de América
Latina publicó un librito del antropólogo Hugo Ratier,
Villas y villeros. Con el estilo propio de la época, lleno
de ironías más o menos violentas y de alusiones a la
cultura nacional, Ratier ponía en duda el imaginario entero,
la concepción establecida acerca de la condición villera,
y la contaba de otra manera, poniendo en duda incluso las estadísticas
oficiales. Citando un trabajo de la Dirección General de Asistencia
a las Villas de Emergencia de la provincia de Buenos Aires, Ratier
decía que sólo en Capital y en 1966 los villeros eran
200 mil. Después enumeraba a vuelo de pájaro las diferentes
culturas y economías de la que provenían los villeros:
los colonos, pobladores y parceleros correntinos y su mala vida en
algodonales ajenos o propios, pero de dos a diez hectáreas;
los riojanos "subalimentados" que alguna vez habían
sido mineros o dueños de algunas cabezas de ganado; los zafreros
de Tucumán y Salta; los minifundistas de Humahuaca. Un párrafo
de su libro se refería específicamente al papelón
hecho por las autoridades con la construcción de los Núcleos
Habitacionales Transitorios y al consecuente repliegue oficial. Merece
citarse, por previsor.
"Descanse el país: el plan de erradicación transitoria
no continuará. Las casas pensadas para siete años durarán
cien... La ducha del minúsculo bañito está colocada
sobre el inodoro a la turca... No se permite cerrar, ni ampliar, ni
mejorar. La gente debía sentir el 'rigor' para apreciar luego
el paraíso de la vivienda definitiva, para ganar ansias de
mejorar. Ahora sí, ya que se ha decidido que vivan allí
para siempre, no tiene objeto impedir su mejoramiento".La
mirada de la prensa seria era otra. En la página editorial
de un diario tradicional se decía de los NHT:
"Los ambientes están divididos con sentido moral en relación
con el número de miembros de cada familia, la construcción
es sumamente modesta, pero de material incombustible". Aunque
atento a la necesidad de dar con las causas profundas que habían
engendrado las villas miseria, ese mismo editorial de julio de 1970
remataba con un llamado a los gobernantes para que estuvieran alertas
ante "la solapada acción de quienes desean el mantenimiento
de las villas 'miseria' con fines de agitación popular".
Uno de los grandes aciertos del Proceso a la hora de conseguir lo
que el Onganiato no pudo, fue volver a apelar a las raíces
discriminatorias profundas de la sociedad, que los vértigos
ideológicos de los '70 no consiguieron borrar en absoluto.
De manera tal que, tras los vendavales desatados por el Proceso, en
los primeros años democráticos y siempre con esa condición
cíclica que tiene la historia de las villas, fue necesario
volver a hacer nuevas sistematizaciones y aprendizajes. En 1987, en
Movimiento villero y Estado (1966-1976), Patrica Dábolos, Marcela
Jabbaz y Estela Molina volvían a repasar la vieja historia:
"Las villas denotaban una presencia muy fuerte de las contradicciones
del sistema en plena Capital, por lo que comenzó a evidenciarse
un manejo discursivo tendiente a desviar el nudo del problema villero
y desplazarlo a rasgos individuales sobre la cotidianeidad de la vida
del villero; con expresiones tales como 'el villero se automargina
y de ninguna manera trata de mimetizarse con la sociedad'". Sin
embargo, las épocas a las que nos estábamos refiriendo,
el paso de los '60 a los primeros '70, eran de cambio y los medios
-siempre deseosos de captar lo nuevo y potente- comenzaron a prestar
atención a ese curita guapo de extracción recoleta y
que daba tan bien en cámara, el padre Carlos Mugica,
que durante años, junto con otros como el jesuita José
Meisegeier, se había dedicado a trabajar por los pobres en
silencio y en un lugar tan extraño como las villas de Retiro.
Esos curas decían que no se podía desvincular el compromiso
cristiano del compromiso con los pobres, pedían pan para los
que tenían hambre y hambre y sed de justicia para los que tenían
pan. El cura Mugica encabezaba protestas y movilizaciones, reclamaba
la entrega de los restos del Che Guevara, había andado en París
en pleno mayo del '68 y en Cuba, jugaba al fútbol con los villeros
de YPF y Saldías -sus feligreses- y organizaba campañas
tales como "Navidad con luz", cosa de que SEGBA se decidiera
a echarle unos cables gruesos a las villas de Retiro, y que los villeros
pudieran colgarse. Eso fue días después de que Juan
Perón, en su retorno al país, se apareciera en la villa
para saludar a los vecinos y entrevistarse con el padre Mugica. Esa
buena relación, una vez asumido el gobierno, no prosperaría.
Eran tiempos de alegría e integración, de fervor popular
y frentes de tormenta. Con el tiempo, el padre Mugica sería
visitante asiduo en velatorios: primero fue el de los montoneros muertos
en William Morris; poco después, el de los guerrilleros fusilados
en Trelew.
Magtara,
Johny, Juan.
Aunque Magtara Feres, la del barrio Rivadavia, no vivía
en un Núcleo Habitacional Transitorio sino en una casa hecha
con créditos del Banco Hipotecario, a ella también le
llegó la prohibición imperiosa de efectuar mejoras en
su vivienda. Se consideraba altamemente peligroso reemplazar el alambre
tejido que separaba los terrenitos por una medianera, e incluso cubrirlos
con ligustrina o madreselva. El terreno en el que Magtara todavía
vive tiene 9,80 por 10 metros. Hay otros para familias más
numerosas de doce por doce y los más chicos son de ocho por
ocho. Las casitas que llegaron a construirse fueron 952. Cada casa
contaba con un riguroso inventario para que nadie se llevara nada:
desde la enorme mesa de portland que invadía el minocomedor
y no permitía la circulación (reliquia que unos pocos
conservan, sólo que en el patio y para el mate), a las cinco
cuchetas de hierro y sus flejes. En caso de pretender introducir camas
de madera, los dueños de casa debían efectuar largas
colas y no menos extensas imploraciones ante los funcionarios. Para
cuando las topadoras del plan erradicador comenzaron a entrar y salir
de los barrios, Magtara ya llevaba un camino recorrido en el suyo.
En su interpretación, la historia no tiene nada de complicado:
ella venía de sus catecismos, su marido de alfabetizar, en
el barrio prevalecía la cultura del fiado. "Eran tiempos
en que no se robaba". En su niñez de Paso de los Libres,
su padre, por alfabetizado, guardaba los ahorros de los vecinos en
su cuenta bancaria, cada vez que esos vecinos humildes conseguían
vender su producción de lana o de lo que fuera. Así
que resultaba natural que en el barrio Rivadavia -o villa, según
el Proceso- ella hiciera vestiditos para los chicos más pobres
en la iglesia o que en su casa hubiera una "cajita solidaria"
a la que aportaban los que podían y a la que acudían
los que necesitaban, o que ella misma se metiera en la primera comisión
vecinal. Esa comisión inauguró la primera plaza del
barrio, con su primer mástil. Fue en un lugar despejado, donde
supieron crecer los jacarandáes.
Johny Tapia no fue un activista visible en la villa de Retiro durante
los años de la Revolución Argentina, dice que acompañaba,
en los actos o las movilizaciones. Pese al perfil bajo, tiene un concepto
bien preciso de lo que significa el recuerdo del padre Carlos Mugica:
"El es una bandera de lucha, prácticamente dio la vida por
nuestros derechos y para que fuéramos respetados. Nosotros no
podíamos o no podemos conseguir trabajo cuando decimos que vivimos
en una villa. La gente de las villas sí que quiere conocer su
historia, conocer sus derechos y saber cómo pelear".
Las cosas se estaban poniendo distintas ya en 1970, cuando Juan Cymes,
el tanguero, decidió irse a vivir a la villa Las Antenas. Dice
que lo hizo porque siempre fue un militante o barrial o sindical o comunitario,
pero que siempre fue el barrio lo que le pareció más concreto
y más humano. "Acá me quedo", dijo que se dijo,
y fue a parar a un lote que le dio la gente, a la que conocía
largamente, como a todas las villas de La Matanza, "casa por casa,
lote por lote". Por un tiempo vivió de revendedor, animando
una curiosa cooperativa que llevaba y traía muebles, camas, sillas
o ropa "para la propia gente del barrio. Los compañeros
socializaban hasta su casa y, si lo tenían, su coche".
Juan Cymes recuerda que cuando comenzaron a radicalizarse los procesos
políticos había dos grandes horizontes posibles para un
militante: uno superestructural y clandestino, el otro, el territorial,
el de promover la transformación en el seno de los movimientos
de masas. "No se puede organizar algo y ni siquiera conocer el
territorio donde se va a trabajar", dice Juan. Su reacción
no era sólo hacia los clandestinos sino hacia ese fenómeno
harto conocido, lo que él denomina "toda la podredumbre
politiquera, el clientelismo, la profesionalización de la política
y el doble discurso que dice que busca contener cuando en realidad lo
que quiere es frenar".
En 1970 se cumpliría el primer aniversario del Cordobazo. Juan,
como tantos, era de los que percibían que en el país algo
iba a explotar. Sólo que, además del entusiasmo, dice
que ya entonces tuvo una sospecha inquietante: "Esto se está
acelerando demasiado". En Las Antenas, Cymes y sus compañeros
crearon una entidad que se llamó SOLBA, Solidaridad y Lucha Barrial.
El comenzó a ligarse con los sindicalistas más duros de
Córdoba, con los de SITRAC-SITRAM, con Agustín Tosco,
Armando Jaime, también con el abogado Silvio Frondizi, que cuatro
años después sería asesinado por la Triple A. Agrupaciones
como la de Cymes empezaban a disputar con otras como el Comando de Organización,
de Alberto Brito Lima. Pistas de lo que se venía, pero en el
territorio semiclandestino de las villas miseria.
Cuarta presentación: el Sobreviente C.
Alguien, en 1990, escribió un poema forjado al ya flaco calor
de esas épocas. Es un alguien cuyo nombre y apellido no se pueden
citar, por pedido expreso. Ese alguien, santiagueño, prefiere
presentarse como el Sobreviviente C. El Sobreviviente C, del que seguiremos
hablando más adelante, guarda una serie de papelitos escritos
a máquina en la villa en la que debió refugiarse varios
años después de la llegada de la dictadura.
Uno de los poemas que escribió empieza así:El villero
advertido, bien orillero es margen pueblero y palo frontero flaco de
imagen, hijo de labrador o de obrero es hambre lindero y postergado
jornalero "De la indioafrolatinoamericanidad", se llama la
composición, que termina de esta forma:
Así trabaja el hambre lindero de jornalero en pobres de imagen
hijos de postergados obreros lanzas templando en solidario fuego pueblero
p'al advenimiento del hombre nuevo. El
Sobreviviente C recuerda con fiereza qué fue, durante el Onganiato,
lo que lo llevó a convertirse en lo que los diarios de entonces
denominaban "agitadores".
-O reaccionabas o te apichonabas o te convertías en autómata
o te ponías loco. Nadie se salvaba, nadie se escapaba de los
efectos tiránicos. Te violaban todos los convenios laborales
y si te enojabas te tiraban los perros encima.
El Sobreviviente C, como Johny Tapia y tantísimos pobladores
de la 31, todavía recuerda cómo lo hacían trabajar
en el puerto: rodeado de alambrados y perros de policía. Lo recuerda
bien, y con furia. Todavía a la distancia parece asustarse y
odiar la locura que vio crecer en él. -Yo empecé a expresar
ese sometimiento con mi mujer y mis hijos. El hombre guarda imágenes
viejas.
-Venían esos estudiantes con esos discursos... Y algunos decían
"¡Bueno! ¡Pasame la ametralladora!". Había
de todo, dependía del portador de las distintas ideas. Algunos
predicaban la revolución pero no se dedicaban a construirla.
Dictablanda, primavera e invierno.
Decíamos
más arriba que, en su repliegue, el régimen militar,
ahora encabezado por el general Alejandro Lanusse y de camino al Gran
Acuerdo Nacional, varió en forma sustantiva la política
hacia las villas miseria, no sin atravesar múltiples conflictos
entre las propias agencias de gobierno, superposiciones de tareas,
celos y renuncias de funcionarios. Hubo reconocimiento de las organizaciones
vecinales, promesas de mejoramiento en los planes de vivienda, compromisos
de frenar desalojos y hubo desalojos aislados resonantes como los
de la villa Martín Güemes. Hubo desde el ministerio de
Bienestar Social, ya encabezado por Francisco Manrique, la conocida
combinación de asistencialismo con intentos de cooptación.
En las villas de Retiro y del Bajo Belgrano se realizaron mejoras.
Al mismo tiempo, entre 1970 y 1973 otras seis villas, en las que vivían
más de doce mil personas, fueron erradicadas, con la Comisión
Municipal de la Vivienda involucrada en la tarea.
Ya en la etapa final de la retirada del gobierno, la Federación
de Villas no sólo había resurgido sino que había
ganado en autonomía y sufrido una fuerte transformación
en su identidad, forjada tanto en sus luchas como en su relación
con el peronismo más duro y con los curas del Tercer Mundo.
La Federación ahora se oponía frontalmente a las erradicaciones
y proponía en cambio la transformación misma de las
villas en barrios obreros. El Sobreviviente C recuerda un hito del
año 1973, la creación del Movimiento Villero Peronista
(MVP), alineado con la Juventud Peronista, con la Tendencia Revolucionaria,
con el Movimiento de Inquilinos Peronistas. El hombre fue un activista
fervoroso en la villa 31, allí donde, apenas un año
después de su creación, algunos en el MVP tuvieron la
idea de declarar al barrio como "villa montonera". Apuros
terribles de esos años, similares a una anécdota que
relata Juan Cymes. La del día en que dos militantes más
o menos imberbes y de gestos clandestinos, lo ubicaron de manera secreta
para anunciarle que sus superiores tenían pensado volar las
antenas de radio Nacional en la villa, que por algo se llamaba "Las
Antenas". Le dijeron que se lo anunciaban por respeto a su trayectoria
y para cuidar las vidas y haciendas de los paisanos. Cymes los sacó
carpiendo. Fervores. En el libro ya citado de Dávolos, Jabbaz
y Molina hay un extenso espacio dedicado a la manera en qué
se vivió la primavera del '73 en el interior mismo de la Comisión
Municipal de la Vivienda. Técnicos, arquitectos, sociólogos,
empleados y asistentes sociales decididos a compartir la vida con
los villeros. Equipos mixtos, mesas de trabajo comunes, asambleas
permanentes, reivindicaciones. Enfrente tenían al lópezreguismo,
cómodamente apoltranado en el ministerio de Bienestar Social.
Años extraños: empleados de la CMV y villeros tomaban
tierras en forma conjunta, los otros pensaban en erradicar. Magtara
Feres recuerda fielmente el julepe que se pegó cuando -como
en los relatos de Osvaldo Soriano- en el barrio Rivadavia un grupo
de compañeros peronistas peló los fierros para disparar
contra otros compañeros peronistas. Ella, que siempre había
sido peronista, a partir de entonces se fue deslizando, suavecito,
hacia la democracia cristiana, línea Humanismo y Liberación.
Juan Cymes mismo debió escapar de los balazos del Comando de
Organización. Las villas eran un botín que todos querían
disputar. Entonces, y por momentos, a tiros. Muchos años después,
a fuerza de combis, paquetes de comida y teléfonos celulares.
Pasó Cámpora, vino Perón. Eran todavía
los años legendarios en los que la gente reía por las
alusiones estéticas del General, que refiriéndose a
las formas proporcionadas en los frisos de los templos griegos y aplicándolas
a la conducción política y doctrinaria, usaba la expresión
"en su medida y armoniosamente". "Nuestro deseo es
erradicar totalmente las villas de emergencia, especialmente por los
chicos, porque son peligrosas", decía el anciano presidente
al diario La Nación, en enero de 1974. Así que la muchachada
villera, la de la JP, o la de la JTP, conflictuada con López
Rega, con Perón y con el jefe comunal (un militar retirado),
apenas si podía imaginar consignas: "En su medida/ y armoniosamente,
/queremos verle /la cara al intendente". O bien, en alusión
al más célebre proverbio ubanístico del lópezreguismo
("El silencio es salud"), la muchachada bramaba: "A
la lata, /al latero, /el silencio no es salud /para nuestros compañeros".
El 23 de enero de 1974 el servicio oficial de Prensa y Relaciones
Públicas emitió un extenso comunicado, el 134, reseñando
una entrevista en la Quinta de Olivos entre Perón -con Isabel
a su lado-, López Rega y un grupo de villeros de Retiro. Algunos
extractos. "Los habitantes del barrio expusieron sus problemas
y necesidades y el Jefe de Estado les manifestó la preocupación
del Gobierno Nacional para arbitrar soluciones definitivas" "Hemos
tenido algunas dificultades por las malas interpretaciones, por gente
que quiere interferir o entorpecer, pero tenemos que dejarnos de macanas
con cuestiones políticas. Nuestro deseo no es perjudicar, sino
solucionar" (Perón).
"A continuación, y en nombre de la Vicepresidente de la
Nación, señora María Estela Martínez de
Perón, el señor José López Rega hizo entrega
a un delegado de la villa de una orden para retirar en la Dirección
de Asistencia Social Integral, 6.000 juguetes para los niños
residentes en la Villa 31 de Retiro".
Entre disputas y juguetes, las cosas sucedían rápido.
Johny Tapia recuerda la muerte precisa de un vecino y compañero
de la villa 31, Alberto Chejolán. Las otras muertes posteriores,
las del Proceso, las tiene al mismo tiempo presentes y perdidas. Luego
de que Perón respaldara la política erradicadora (y
al mismo tiempo que se batían records históricos en
materia de superficie construida en todo el país), comenzó
la erradicación de la villa de Saldías. Chejolán
fue muerto el 25 de marzo de 1974, en una movilización de dos
mil villeros a Plaza de Mayo, frente al ministerio de Bienestar Social.
Pronto quedaron rodeados por el tradicional despliegue de patrulleros
y carros de asalto. Alberto Chejolán tenía 30 años
y recibió un itakazo policial en la espalda. Un ejemplar de
esos días de la mítica revista Así, con sólo
una foto, traza una representación estremecedora de la época.
En primer plano, y hacia el ángulo inferior derecho, tres miembros
de la guardia de infantería observan al enemigo. Controlan
el frente ya deshecho de la manifestación, con militantes que
intentan acordonar, contener a los que vienen detrás. Uno de
esos militantes sostiene la pancarta en la que la sigla MVP está
cruzada por la tacuara y el fusil. Al lado mismo de la pancarta, una
mujer joven observa el cadáver, tomándose la cabeza
con las manos. Más fotos, comunicados de Perón o Muerte,
"el presbítero Carlos Mugica durante el sepelio",
la imagen de otro muerto futuro: el diputado Leonardo Bettanin, un
epígrafe que dice "Hermanos y familiares del villero Chejolán
lloran sobre su féretro. Eran 14 hermanos". Ese día
los villeros se declararon de luto y de paro. Los volantes del MVP
y del Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), en donde
militaba Juan Cymes, hablaban de traición. Johny Tapia también
recuerda con precisión -y no como las otras, las futuras- una
segunda muerte, la del padre Carlos Mugica, baleado el 11 de mayo
de 1974 frente a la parroquia de San Francisco Solano. El recuerdo
es suscinto: "Mucha tristeza, no lo podíamos creer. Había
gente de todos lados".
El Sobreviviente C lo recuerda así:
-El anduvo desde los primeros '60, después vinieron los demás
curas tercermundistas. Yo lo quiero mucho, hablo en presente. El era
un tipo muy llano, no ocultaba nada. Era deslumbrante, la juventud
del barrio se sentía atraída por él. El escuchaba
y dejaba hablar. Le gustaba la charla, la polémica, movía
ideas.
-¿Fueron años felices en las villas? -La Argentina venía
de una tradición amistosa entre sus habitantes. Los asados,
todas esas cosas afianzaban la amistad natural entre los vecinos.
Toda esa hospitalidad, esa amistad que traíamos de las provincias...
Nos abríamos la heladera... Esas cosas que hoy no existen.
En una serie cronológica sobre la historia de la 31, parte
de sus tantísimos trabajos acerca de las villas, el padre José
Meisegeier, compañero de Mugica de toda la vida, y además
su sucesor, hizo esta sola anotación escueta: "Mayo 12-13.
Velatorio en barrio Comunicaciones, Capilla Cristo Obrero, del P.
Mugica y posterior entierro. Se suceden las discusiones acerca del
autor intelectual de su muerte".
Al final de ese período, un 40% de los habitantes de la 31
habían sido trasladados a viviendas en monoblock. "Todas
estas acciones -dice Oscar Oszlak en su formidable trabajo Merecer
la ciudad y en referencia a tomas de tierra, conflictos, erradicaciones
y mejoras- no detuvieron, naturalmente, la continuada expansión
de las villas, cuyo número y población alcanzaban en
vísperas del nuevo golpe de estado, cifras inquietantes".
El Sobreviviente C, y todos los otros, se fueron preparando para lo
peor.
Eduardo
Blaustein Prohibido
Vivir aquí Una
historia de los planes de erradicaciónde villas de la última
dictadura para la Comisión Municipal de la Vivienda
(CMV) GCBA - 2001.
Fotos
de tapa y retratos Cristina Fraire
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