Eduardo 
            Blaustein Prohibido Vivir aquí 
             
          Una 
            historia de los planes de erradicaciónde villas de la última 
            dictadura C.M. de la V. 
             
            Parte 2  
         
        
          Plan 
            General de Operaciones. 
           "...Hoy, 
            como en todas las etapas decisivas de nuestra historia, las Fuerzas 
            Armadas, interpretando el más alto interés común, 
            asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión 
            nacional y posibilitar el bienestar general, incorporando al país 
            los modernos elementos de la cultura, la ciencia y la técnica, 
            que al operar una transformación substancial lo situén 
            donde le corresponde por la inteligencia y el valor humano de sus 
            habitantes y las riquezas que la providencia depositó en su 
            territorios.  
            Tal, en apretada síntesis, el objetivo de la Revolución". 
            (Mensaje de la Junta Revolucionaria al pueblo argentino. 28 de junio 
            de 1966. Derrocamiento de Arturo Illia.) 
         
         
          Tercera presentación: Teófilo (Johny) Tapia. 
         
          Hubo una lejana época en el país, hasta los primeros '70, 
          en la que medio mundo consideraba importante usar la expresión 
          "yanquis" para referirse con algún orgullo y algún 
          desdén a los Estados Unidos, a los nacidos en ese país, 
          a todo lo que saliera de ese país. Los villeros no usaban tanto 
          esa expresión sino una más modesta y más simpática, 
          salida seguramente de las películas y las series de cowboys: 
          ellos decían "los johnis", o "los johnies". 
          El amigo Teófilo Tapia, oriundo de Jujuy, no recuerda exactamente 
          dónde fue que comenzaron a llamarlo Johny, puede que haya sido 
          en el puerto, en donde trabajó la mitad de su vida, porque así 
          le decían a los marineros de otras banderas. La cuestión 
          es que a él se lo conoce como Johny Tapia y que sonríe 
          de buen grado cuando se le rescata la memoria de aquel maravilloso jugador 
          peruano que, como él, se llamaba Teófilo, y de apellido 
          Cubillas. Johny nació en Jujuy capital hace 59 años, hijo 
          natural de doña Dominga Tapia, trabajadora doméstica. 
          De chico se fue con su madre a Mendoza en un plan que no fue golondrina 
          sino más bien todo terreno. Se fueron a trabajar a la viña 
          pero también a la cosecha del durazno, de la manzana, del tomate 
          de chacra y de todo lo que diera la tierra. Trabajó en todo eso 
          y también se hizo tiempo para terminar la primaria en Mendoza. 
          Tenía 22 cuando los vientos de la emigración lo arrancaron 
          por segunda vez del lugar que pisaba. La madre se quedó con otro 
          hijo en Mendoza y él se vino a Buenos Aires con la esperanza 
          universal que en su caso resume así: "La esperanza de tener 
          más estudios, de profundizar un poco, de lograr algo". Corría 
          1963 y se subió a El Libertador, aquel tren que, como El Serranoche 
          que iba a Córdoba o el Estrella del Norte que iba a Tucumán, 
          se anunciaba por los megáfonos de Retiro, cuando en Retiro todos 
          los andenes tenían vida. Bajó en Retiro ese día 
          de 1963, nublado y con lluvia. Con el compañero que tenía 
          a sus parientes en la Villa 31, subieron al 143, más todos los 
          petates. La primera changa fue la de peón y lavacopas en un restaurante. 
          La segunda la de vendedor en carro de helados Noel, por la zona de Palermo. 
          Después se metió en el puerto, en la estiba. Conoció 
          las huelgas del '66, se afilió al SUPA, le dieron su documento 
          de estibador. Desde entonces hasta hoy se supone que Johny Tapia trabajó 
          toda su vida en el puerto, mixturando ese trabajo con otros en la construcción 
          o yéndose hasta Puerto Madryn, a obras de montaje. Pero sólo 
          debe suponerse que Johny sigue trabajando en el puerto de Buenos Aires. 
          Desde 1995, Año de Privatización, que Johny está 
          suspendido. Una empresa denunciada por vaciamiento lo dejó fuera 
          de carrera, a él y a unos cuantos más. Como la estación 
          Retiro, hoy el puerto tiene mucha menos vida que la que supo tener. 
          Asunto de temer si se considera lo resumido más atrás: 
          que en la villa de Retiro abundaban los portuarios tanto como los ferroviarios. 
          Las esperanzas actuales de Johny Tapia son tan modestas como la época: 
          que la Justicia les dé la razón a los trabajadores suspendidos, 
          poder cobrar la jubilación aunque la empresa que lo suspendió 
          no haya hecho los aportes. Mientras tanto vive en la villa de Retiro 
          y también en el barrio Illia, donde está su familia. En 
          Retiro se encarga de hacer el trabajo social que necesitan los vecinos. 
          Todos los días se realiza ahí una olla popular para 250 
          personas. El gobierno porteño aporta 130 de esas raciones. Lo 
          demás se consigue a fuerza de manguear. El comedor comunitario 
          que Johny ayuda a mantener se llama así: "Padre Mugica". 
           
         
          Los años de La Morsa. 
         
          El inciso "e" del acta de los "Objetivos políticos 
          de la Revolución Argentina", fechado también el 28 
          de junio de 1966, era el referido al "ámbito de la política 
          de bienestar social" y decía:  
        "Crear 
          las condiciones para un creciente bienestar social de la población, 
          desarrollando la seguridad social, elevando al máximo posible 
          los niveles de la salud y facilitando su acceso a una vivienda digna". 
          En 1968, el ministerio de Bienestar Social editó un cuadernillo 
          de ochenta páginas que decía en su portada: "Plan 
          de erradicación de las villas de emergencia de la Capital Federal 
          y del Gran Buenos Aires. Primer programa. Erradicación y alojamiento 
          transitorio". En la primera línea de introducción, 
          las autoridades reiteraban la coartada ideal que habían encontrado 
          para fundamentar el proyecto: 
          "En octubre de 1967 el conglomerado urbano, denominado Gran Buenos 
          Aires, fue afectado por inundaciones pocas veces vistas, al desbordarse 
          los ríos Matanza y Reconquista, que cruzan dicha zona en busca 
          del Río de la Plata... Al advertirse que los daminificados en 
          mayor grado eran habitantes de las denominadas 'Villas de Emergencia', 
          los cuales en calidad de intrusos tienen allí instaladas sus 
          improvisadas viviendas, en terrenos baldíos privados unas veces 
          y fiscales las más, surgió este 'Plan para inundados y 
          comienzo de la erradicación de las Villas de Emergencia'". 
          El megaplan diseñado por los equipos técnicos del Onganiato 
          -más allá de las excusas y de poder discernir quiénes 
          efectivamente habían sido afectados por las inundaciones- era 
          el más forzudo intento de erradicación jamás conocido 
          hasta entonces. Su meta: dar vivienda a 70.000 villeros de la Capital 
          Federal y a otros 210 mil del conurbano. Total: 280.000 errradicaciones 
          y realojamientos. Aquí no se trataba de dar pasos intermedios, 
          ni de mejorar las condiciones de las villas, sino simple y llanamente 
          de erradicarlas mediante un despliegue formidable de recursos humanos, 
          técnicos y financieros. La alusión sobre la "ciencia 
          y la técnica" del primer mensaje de la Revolución 
          Argentina a la población no era casual: aquellos eran militares 
          amantes de los saberes y destrezas de la tecnificación, buscadores 
          a ultranza de la eficiencia, ingenieros de vastas reestructuraciones 
          estatales. La política hacia las villas no podía si no 
          ser "totalizante, coherente y definitiva". Esta vez la tarea 
          no fue tanto concebida y ejecutada por la Comisión Municipal 
          de la Vivienda -como si ocurrió en los años del Proceso- 
          sino por el ministerio de Bienestar Social (al frente del cual se desempeñaba 
          Conrado Bauer), rencabezando múltiples articulaciones. Fue el 
          mismo ministerio que años después creó el Prode 
          o "impuesto al bobo".  
          El programa tuvo su ley número, la 17.605, sancionada en diciembre 
          de 1967, que contenía dos programas complementarios. Uno, el 
          de la construcción de 8000 viviendas transitorias en 17 Núcleos 
          Habitacionales Transitorios. En esos núcleos de 13,3 metros cuadrados 
          por familia, se suponía que los villeros debían -otra 
          vez- "readaptarse", antes de ser trasladados como gente civilizada 
          a sus nuevas viviendas. Expertos sociales serían los encargados 
          de "motivar" a los villeros para dejar atrás sus pésimos 
          códigos de conducta. La idea de que los Núcleos Habitacionales 
          Transitorios (NHT) fueran levemente estrechos -los 13,3 metros cuadrados-, 
          el que fueran de una pésima calidad constructiva y el que se 
          prohibiera expresamente a sus pobladores efectuar en ellos cualquier 
          tipo de mejoras (desde poner un toldo a pintar un marco de  
          ventana, tener coche o perro), respondía a una idea sagaz: al 
          verse obligados a vivir en condiciones tan espantosas, los villeros, 
          como perros de Pavlov bien adiestrados, se verían inundados por 
          ansias de superación y, entonces sí, desearían 
          esforzarse para mejorar, cosa que a ellos nunca se les hubiera ocurrido. 
          Retomaremos este punto más adelante. Firmes en sus miras, los 
          funcionarios supusieron que veinte de cada cien familias erradicadas 
          se las arreglarían solas para dejar la villa, que a un 60% habría 
          que ayudarlas con subsidios y al otro 20% más vulnerable brindarle 
          aún más facilidades. El 80 por ciento de 76 mil involucraba 
          a 56 mil pobladores. Los funcionarios hicieron este otro cálculo: 
          si conseguían "extraer de las Villas" (tal la expresión 
          literal) y meter a ocho mil personas por año en los NHT de trece 
          metros cuadrados, entonces, mediante simple arte de rotación, 
          es decir llenando y vaciando los NHT en forma anual, en sólo 
          siete años realojarían a los 56 mil. Todos ellos -Fase 
          dos del Plan- irían a viviendas dignas definitivas y eso necesitaba 
          de una fantástica ingeniería financiera. Se asignaron 
          partidas del presupuesto nacional, se consiguieron préstamos 
          del BID, en 1972 se dispuso que un 30% de los dineros del Fondo Nacional 
          de la Vivienda se destinaran al plan de erradicación. 
          A los villeros no les entusiasmaron particularmente ni los NHT ni las 
          erradicaciones. No tenían demasiadas formas de expresarlo ya 
          que la dictadura de Onganía no tenía en sus planes reconocer 
          a la Federación de Villas como interlocutora de nada. Fue así 
          que comenzó a estrenarse para la historia el uso masivo de las 
          topadoras y las palas mecánicas, que el Proceso supo perfeccionar 
          sofisticando las formas de crear terror. La Revolución Argentina 
          fue también el precedente general de lo que ocurriría 
          años después con el uso de las palabras. Sus funcionarios 
          emplearon dos de los tres verbos básicos que resumirían 
          la política estatal hacia las villas y que la gestión 
          Cacciatore-Del Cioppo desenterró y recicló ni bien puso 
          manos a la obra: congelar, desalentar, erradicar. 
          Congelar implicaba la prohibición de que se generaran nuevos 
          asentamientos, que se construyeran nuevos hogares en las villas o que 
          se reocuparan las casas desalojadas. Esto último era difícil: 
          las casas desalojadas eran inmediatamente destruídas. Desalentar 
          significaba, entre otras tareas, presionar, urgir, romper la organización 
          interna en los barrios. Erradicar, en la versión del cuadernillo 
          de las ochenta páginas, implicaba la "eliminación 
          total de las villas".  
          Poco más abajo se aclaraba, como previendo: "No se trata 
          de una eliminación arbitraria y violenta. Las soluciones que 
          ofrece el Plan con sus diversas alternativas, lo tornan profundamente 
          racional y humano". La aclaración, página 8, aparecía 
          bajo el siguiente subtítulo: "Rigor táctico". 
           
          Un poco más adelante, en la página 14 acerca del rubro 
          "Coordinación", se decía: "La coordinación 
          con algunos organismos no dependientes de Bienestar Social, ha sido 
          prevista expresamente en la Ley, como es la participación del 
          Comando de Ingenieros del Comando en Jefe del Ejército". 
          El anexo 9 desarrollaba largamente esa participación. Entre otros 
          items, se especificaba que el Comando de Ingenieros sería el 
          encargado de "demoler las villas de emergencia evacuadas y restituir 
          los predios respectivos a quien corresponda" y que tendría 
          entre otras "misiones particulares", la de "proporcionar 
          apoyo de inteligencia y de acción psicológica a fin de 
          explotar adecuadamente, desde un primer momento, la participación 
          del Ejército en los trabajos a desarrollar". 
          Para 1968, año de edición del cuadernillo, los villeros 
          de Capital, según censo del ministerio de Bienestar Social, eran 
          102.143. Junto con los del Gran Buenos Aires, conformaban una ciudad 
          de medio millón de habitantes. Todo lo que alcanzó a hacerse 
          en los años del Onganiato en Capital Federal fue la erradicación 
          -implementada por la Comisión Municipal de la Vivienda- de seis 
          villas miseria habitadas por 848 familias. Es decir un total de 3765 
          personas y no las 52 mil o 70 mil previstas. Los dos programas complementarios 
          de viviendas transitorias a definitivas primero se desfasaron y luego 
          entraron en colapso. Cinco años después del golpe de Estado, 
          ninguna vivienda de las "definitivas" había sido construida. 
          La construcción del primer NHT recién se inició 
          en 1969. De los que llegaron a alzarse, cinco se levantaron sobre terrenos 
          inundables. Para cuando sus primeros moradores descubrieron que en esas 
          viviendas de 13,3 metros cuadrados les correspondían 3,3 metros 
          por persona, ya se había producido el Cordobazo. La Revolución 
          Argentina iniciaba su período de decadencia y los villeros ya 
          estaban en condiciones de pelear y retobarse; comenzaba el proceso de 
          radicalización política. Podría entonces decirse 
          que el magno, hipereficiente operativo erradicador diseñado por 
          aquel gobierno militar fracasó de manera lastimosa. El problema 
          es que algunos de aquellos Núcleos Habitacionales Transitorios 
          hoy siguen conteniendo gente. 
           
         
          Cambio de hábitos. 
        
           Como 
            para agravar los efectos del fracaso de las erradicación, las 
            políticas de topadora y NHT terminaron convirtiéndose 
            en un boomerang para las autoridades. Aunque la antigua Federación 
            de Villas había entrado en crisis, reemplazada en alguna medida 
            por nuevas juntas de delegados, la resistencia contra las erradicaciones 
            terminó fomentando un polo de resistencia popular justo para 
            cuando el régimen comenzaba a dar muestras de agotamiento. 
            Estimuló ademas el acercamiento entre los pobladores de las 
            villas y dos de los focos más combativos de la época: 
            la CGT de los Argentinos y el Movimiento de Curas para el Tercer Mundo. 
            El cambio de época, que incluía esas nuevas formas de 
            resistencia, afectaría profundamente a las propias políticas 
            oficiales en materia de vivienda. 
            El punto de inflexión quizá pueda simbolizarse en un 
            modesto volante aparecido en 1969, el "Boletín de Villas 
            Nº 1. Qué es la erradicación": 
            "El gobierno militar nos engaña diciendo que en estas 
            villas viviremos durante un año para luego ser trasladados 
            a departamentos más cómodos. Pero la realidad nos muestra 
            que los compañeros villeros que fueron trasladados a estas 
            villas transitorias todavía no vieron los cimientos de sus 
            confortables departamentos y sólo ven cómo se les vienen 
            abajo las paredes de las casillas a donde los llevaron". 
            Aquel documento contenía una larga descripción de los 
            NHT, desde sus características básicas -2,4 por 2,4 
            por 2,10 de alto; paredes de cuatro centímetros de grosor-, 
            a su lejanía de los lugares de trabajo, la ausencia de escuelas, 
            más todas las prohibiciones respecto a los modos de vivir. 
            Quienes redactaron aquel boletín fueron bastante más 
            allá: "(las autoridades) Destruyen la organización 
            de las villas... reemplazan a nuestras comisiones por otras nombradas 
            desde arriba... El verdadero objetivo es alejarnos de a poco de las 
            ciudades y de los lugares de trabajo, con el objeto de desgastarnos 
            y obligarnos a volver a nuestros pagos (nos pagan hasta el viaje para 
            que nos vayamos a morir de hambre a los lugares de donde nos vinimos 
            por falta de trabajo). Esto es parte de su plan de desorganizar a 
            la clase obrera y romper todos sus órganos representativos". 
            Más adelante, cuando haya que referirse a la última 
            dictadura militar, se verá hasta qué punto estas observaciones 
            sobre los objetivos estratégicos de la erradicación 
            tenían sentido. Finalmente, el volante hacía el tradicional 
            llamado a la lucha, en letras mayúsculas: 
            "Luchemos contra los campos de concentración. Luchemos 
            contra el estado actual de las villas de emergencia. Luchemos por 
            la transformación de nuestras villas en verdaderos barrios 
            obreros". 
            La resistencia comenzaba a cobrar fuerza, las pintadas en los barrios 
            aludían no a la sigla técnicamente neutral "NHT" 
            sino a las "villas cuartel". Un 9 de noviembre de 1969, 
            en Santa Fe, se realizó el primer Encuentro Nacional de dirigentes 
            villeros de todo el país, auspiciado por los curas villeros 
            de Capital y por diversas iglesias. Al poco tiempo, la Iglesia reconoció 
            al Equipo Sacerdotal y Obrero en Villas de la Capital, estrechamente 
            ligado con el movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. El movimiento 
            ya venía mostrándose en espacios radicalizados. En marzo 
            de 1969, la revista Cristianismo y Revolución publicaba una 
            carta de los curas villeros dirigida al presidente Onganía. 
            En uno de sus párrafos, el documento radiografiaba historias 
            de vida: "Esto pasa hoy en nuestra Patria. CEFERINO GOMEZ, casado, 
            5 hijos, trabaja con toda su familia en una estancia de Corrientes; 
            sueldo total que recibe la familia: $5000 mensuales; beneficios sociales, 
            ninguno. Cuando debe llevar a algún familiar al médico 
            del pueblo vecino, se le descuenta su jornal. ELEUTERIO SOSA, casado, 
            7 hijos, (2 fallecidos por desnutrición), hachero en La Gallareta 
            (Pcia. de Santa Fe), jornal: $300 (los días que hay trabajo) 
            pagados en bonos de mercaderías a retirar en el almacén 
            del mismo patrón. EVARISTO CARRIZO, tucumano, casado, padre 
            de cuatro hijos, obrero del surco, después de meses de desocupación 
            por cierre de ingenios y falta de fuentes de trabajo, sufre con desesperación 
            el hambre y la frustración...". El texto continuaba con 
            historias semejantes hasta rematar así: "Estos hombres 
            pertenecen a nuestras villas. Y casos similares se repiten por millares". 
            Por supuesto, el documento impugnaba la política erradicatoria 
            "porque pretende combatir efectos sin atacar las causas". 
            Menos de dos años después, ya en los vértigos 
            previos al '73, Cristianismo y Revolución daba cuenta en sus 
            páginas finales de comunicados de organizaciones armadas. Desde 
            expropiaciones de camiones que cargaban y su reparto en barriadas 
            pobres a la detonación de "cajas-volanteras" en el 
            ministerio de Bienestar Social "en represalia por el violento 
            desalojo policial de los compañeros de la villa Martín 
            Güemes", de Retiro. 
            En aquella época no existía la figura del desaparecido, 
            pero los hubo. Uno de ellos fue Néstor Martins, relacionado 
            según rememora Cymes con el movimiento villero. Es más 
            o menos por entonces que los medios comienzan a usar la expresión 
            "espiral de violencia", que abarca de manera algo difusa 
            un panorama extenso de torturas, asesinatos, agitación social, 
            represión política, desalojos compulsivos en las villas, 
            y más adelante accionar guerrillero. 
            Lo que estaba cambiando también, aceleradamente, eran los modos 
            de pensar la sociedad, incluyendo los viejos moldes acerca de quiénes 
            eran los villeros. Cambiaba en amplios sectores de las clases medias 
            la tradicional actitud discriminatoria -los villeros como borrachos, 
            como haraganes, como vividores, como delincuentes- o los comentarios 
            burlones acerca de la proporción de hijos y antenas de TV que 
            tenían las villas.  
            Hay pequeños símbolos de ese cambio y ese acercamiento 
            entre las clases medias y los sectores populares. Así como 
            en los '60 Bernardo Verbitsky había publicado su Villa miseria 
            también es América, en 1971 el Centro Editor de América 
            Latina publicó un librito del antropólogo Hugo Ratier, 
            Villas y villeros. Con el estilo propio de la época, lleno 
            de ironías más o menos violentas y de alusiones a la 
            cultura nacional, Ratier ponía en duda el imaginario entero, 
            la concepción establecida acerca de la condición villera, 
            y la contaba de otra manera, poniendo en duda incluso las estadísticas 
            oficiales. Citando un trabajo de la Dirección General de Asistencia 
            a las Villas de Emergencia de la provincia de Buenos Aires, Ratier 
            decía que sólo en Capital y en 1966 los villeros eran 
            200 mil. Después enumeraba a vuelo de pájaro las diferentes 
            culturas y economías de la que provenían los villeros: 
            los colonos, pobladores y parceleros correntinos y su mala vida en 
            algodonales ajenos o propios, pero de dos a diez hectáreas; 
            los riojanos "subalimentados" que alguna vez habían 
            sido mineros o dueños de algunas cabezas de ganado; los zafreros 
            de Tucumán y Salta; los minifundistas de Humahuaca. Un párrafo 
            de su libro se refería específicamente al papelón 
            hecho por las autoridades con la construcción de los Núcleos 
            Habitacionales Transitorios y al consecuente repliegue oficial. Merece 
            citarse, por previsor. 
            "Descanse el país: el plan de erradicación transitoria 
            no continuará. Las casas pensadas para siete años durarán 
            cien... La ducha del minúsculo bañito está colocada 
            sobre el inodoro a la turca... No se permite cerrar, ni ampliar, ni 
            mejorar. La gente debía sentir el 'rigor' para apreciar luego 
            el paraíso de la vivienda definitiva, para ganar ansias de 
            mejorar. Ahora sí, ya que se ha decidido que vivan allí 
            para siempre, no tiene objeto impedir su mejoramiento".La 
            mirada de la prensa seria era otra. En la página editorial 
            de un diario tradicional se decía de los NHT:  
            "Los ambientes están divididos con sentido moral en relación 
            con el número de miembros de cada familia, la construcción 
            es sumamente modesta, pero de material incombustible". Aunque 
            atento a la necesidad de dar con las causas profundas que habían 
            engendrado las villas miseria, ese mismo editorial de julio de 1970 
            remataba con un llamado a los gobernantes para que estuvieran alertas 
            ante "la solapada acción de quienes desean el mantenimiento 
            de las villas 'miseria' con fines de agitación popular". 
            Uno de los grandes aciertos del Proceso a la hora de conseguir lo 
            que el Onganiato no pudo, fue volver a apelar a las raíces 
            discriminatorias profundas de la sociedad, que los vértigos 
            ideológicos de los '70 no consiguieron borrar en absoluto. 
            De manera tal que, tras los vendavales desatados por el Proceso, en 
            los primeros años democráticos y siempre con esa condición 
            cíclica que tiene la historia de las villas, fue necesario 
            volver a hacer nuevas sistematizaciones y aprendizajes. En 1987, en 
            Movimiento villero y Estado (1966-1976), Patrica Dábolos, Marcela 
            Jabbaz y Estela Molina volvían a repasar la vieja historia: 
            "Las villas denotaban una presencia muy fuerte de las contradicciones 
            del sistema en plena Capital, por lo que comenzó a evidenciarse 
            un manejo discursivo tendiente a desviar el nudo del problema villero 
            y desplazarlo a rasgos individuales sobre la cotidianeidad de la vida 
            del villero; con expresiones tales como 'el villero se automargina 
            y de ninguna manera trata de mimetizarse con la sociedad'". Sin 
            embargo, las épocas a las que nos estábamos refiriendo, 
            el paso de los '60 a los primeros '70, eran de cambio y los medios 
            -siempre deseosos de captar lo nuevo y potente- comenzaron a prestar 
            atención a ese curita guapo de extracción recoleta y 
            que daba tan bien en cámara, el padre Carlos Mugica, 
            que durante años, junto con otros como el jesuita José 
            Meisegeier, se había dedicado a trabajar por los pobres en 
            silencio y en un lugar tan extraño como las villas de Retiro. 
            Esos curas decían que no se podía desvincular el compromiso 
            cristiano del compromiso con los pobres, pedían pan para los 
            que tenían hambre y hambre y sed de justicia para los que tenían 
            pan. El cura Mugica encabezaba protestas y movilizaciones, reclamaba 
            la entrega de los restos del Che Guevara, había andado en París 
            en pleno mayo del '68 y en Cuba, jugaba al fútbol con los villeros 
            de YPF y Saldías -sus feligreses- y organizaba campañas 
            tales como "Navidad con luz", cosa de que SEGBA se decidiera 
            a echarle unos cables gruesos a las villas de Retiro, y que los villeros 
            pudieran colgarse. Eso fue días después de que Juan 
            Perón, en su retorno al país, se apareciera en la villa 
            para saludar a los vecinos y entrevistarse con el padre Mugica. Esa 
            buena relación, una vez asumido el gobierno, no prosperaría. 
            Eran tiempos de alegría e integración, de fervor popular 
            y frentes de tormenta. Con el tiempo, el padre Mugica sería 
            visitante asiduo en velatorios: primero fue el de los montoneros muertos 
            en William Morris; poco después, el de los guerrilleros fusilados 
            en Trelew. 
          Magtara, 
            Johny, Juan. 
            Aunque Magtara Feres, la del barrio Rivadavia, no vivía 
            en un Núcleo Habitacional Transitorio sino en una casa hecha 
            con créditos del Banco Hipotecario, a ella también le 
            llegó la prohibición imperiosa de efectuar mejoras en 
            su vivienda. Se consideraba altamemente peligroso reemplazar el alambre 
            tejido que separaba los terrenitos por una medianera, e incluso cubrirlos 
            con ligustrina o madreselva. El terreno en el que Magtara todavía 
            vive tiene 9,80 por 10 metros. Hay otros para familias más 
            numerosas de doce por doce y los más chicos son de ocho por 
            ocho. Las casitas que llegaron a construirse fueron 952. Cada casa 
            contaba con un riguroso inventario para que nadie se llevara nada: 
            desde la enorme mesa de portland que invadía el minocomedor 
            y no permitía la circulación (reliquia que unos pocos 
            conservan, sólo que en el patio y para el mate), a las cinco 
            cuchetas de hierro y sus flejes. En caso de pretender introducir camas 
            de madera, los dueños de casa debían efectuar largas 
            colas y no menos extensas imploraciones ante los funcionarios. Para 
            cuando las topadoras del plan erradicador comenzaron a entrar y salir 
            de los barrios, Magtara ya llevaba un camino recorrido en el suyo. 
            En su interpretación, la historia no tiene nada de complicado: 
            ella venía de sus catecismos, su marido de alfabetizar, en 
            el barrio prevalecía la cultura del fiado. "Eran tiempos 
            en que no se robaba". En su niñez de Paso de los Libres, 
            su padre, por alfabetizado, guardaba los ahorros de los vecinos en 
            su cuenta bancaria, cada vez que esos vecinos humildes conseguían 
            vender su producción de lana o de lo que fuera. Así 
            que resultaba natural que en el barrio Rivadavia -o villa, según 
            el Proceso- ella hiciera vestiditos para los chicos más pobres 
            en la iglesia o que en su casa hubiera una "cajita solidaria" 
            a la que aportaban los que podían y a la que acudían 
            los que necesitaban, o que ella misma se metiera en la primera comisión 
            vecinal. Esa comisión inauguró la primera plaza del 
            barrio, con su primer mástil. Fue en un lugar despejado, donde 
            supieron crecer los jacarandáes. 
           
         
          Johny Tapia no fue un activista visible en la villa de Retiro durante 
          los años de la Revolución Argentina, dice que acompañaba, 
          en los actos o las movilizaciones. Pese al perfil bajo, tiene un concepto 
          bien preciso de lo que significa el recuerdo del padre Carlos Mugica: 
          "El es una bandera de lucha, prácticamente dio la vida por 
          nuestros derechos y para que fuéramos respetados. Nosotros no 
          podíamos o no podemos conseguir trabajo cuando decimos que vivimos 
          en una villa. La gente de las villas sí que quiere conocer su 
          historia, conocer sus derechos y saber cómo pelear". 
         
          Las cosas se estaban poniendo distintas ya en 1970, cuando Juan Cymes, 
          el tanguero, decidió irse a vivir a la villa Las Antenas. Dice 
          que lo hizo porque siempre fue un militante o barrial o sindical o comunitario, 
          pero que siempre fue el barrio lo que le pareció más concreto 
          y más humano. "Acá me quedo", dijo que se dijo, 
          y fue a parar a un lote que le dio la gente, a la que conocía 
          largamente, como a todas las villas de La Matanza, "casa por casa, 
          lote por lote". Por un tiempo vivió de revendedor, animando 
          una curiosa cooperativa que llevaba y traía muebles, camas, sillas 
          o ropa "para la propia gente del barrio. Los compañeros 
          socializaban hasta su casa y, si lo tenían, su coche". 
          Juan Cymes recuerda que cuando comenzaron a radicalizarse los procesos 
          políticos había dos grandes horizontes posibles para un 
          militante: uno superestructural y clandestino, el otro, el territorial, 
          el de promover la transformación en el seno de los movimientos 
          de masas. "No se puede organizar algo y ni siquiera conocer el 
          territorio donde se va a trabajar", dice Juan. Su reacción 
          no era sólo hacia los clandestinos sino hacia ese fenómeno 
          harto conocido, lo que él denomina "toda la podredumbre 
          politiquera, el clientelismo, la profesionalización de la política 
          y el doble discurso que dice que busca contener cuando en realidad lo 
          que quiere es frenar". 
          En 1970 se cumpliría el primer aniversario del Cordobazo. Juan, 
          como tantos, era de los que percibían que en el país algo 
          iba a explotar. Sólo que, además del entusiasmo, dice 
          que ya entonces tuvo una sospecha inquietante: "Esto se está 
          acelerando demasiado". En Las Antenas, Cymes y sus compañeros 
          crearon una entidad que se llamó SOLBA, Solidaridad y Lucha Barrial. 
          El comenzó a ligarse con los sindicalistas más duros de 
          Córdoba, con los de SITRAC-SITRAM, con Agustín Tosco, 
          Armando Jaime, también con el abogado Silvio Frondizi, que cuatro 
          años después sería asesinado por la Triple A. Agrupaciones 
          como la de Cymes empezaban a disputar con otras como el Comando de Organización, 
          de Alberto Brito Lima. Pistas de lo que se venía, pero en el 
          territorio semiclandestino de las villas miseria. 
           
         
          Cuarta presentación: el Sobreviente C. 
         
          Alguien, en 1990, escribió un poema forjado al ya flaco calor 
          de esas épocas. Es un alguien cuyo nombre y apellido no se pueden 
          citar, por pedido expreso. Ese alguien, santiagueño, prefiere 
          presentarse como el Sobreviviente C. El Sobreviviente C, del que seguiremos 
          hablando más adelante, guarda una serie de papelitos escritos 
          a máquina en la villa en la que debió refugiarse varios 
          años después de la llegada de la dictadura.  
          Uno de los poemas que escribió empieza así:El villero 
          advertido, bien orillero es margen pueblero y palo frontero flaco de 
          imagen, hijo de labrador o de obrero es hambre lindero y postergado 
          jornalero "De la indioafrolatinoamericanidad", se llama la 
          composición, que termina de esta forma: 
         
          Así trabaja el hambre lindero de jornalero en pobres de imagen 
          hijos de postergados obreros lanzas templando en solidario fuego pueblero 
          p'al advenimiento del hombre nuevo. El 
          Sobreviviente C recuerda con fiereza qué fue, durante el Onganiato, 
          lo que lo llevó a convertirse en lo que los diarios de entonces 
          denominaban "agitadores".  
          -O reaccionabas o te apichonabas o te convertías en autómata 
          o te ponías loco. Nadie se salvaba, nadie se escapaba de los 
          efectos tiránicos. Te violaban todos los convenios laborales 
          y si te enojabas te tiraban los perros encima. 
          El Sobreviviente C, como Johny Tapia y tantísimos pobladores 
          de la 31, todavía recuerda cómo lo hacían trabajar 
          en el puerto: rodeado de alambrados y perros de policía. Lo recuerda 
          bien, y con furia. Todavía a la distancia parece asustarse y 
          odiar la locura que vio crecer en él. -Yo empecé a expresar 
          ese sometimiento con mi mujer y mis hijos. El hombre guarda imágenes 
          viejas. 
          -Venían esos estudiantes con esos discursos... Y algunos decían 
          "¡Bueno! ¡Pasame la ametralladora!". Había 
          de todo, dependía del portador de las distintas ideas. Algunos 
          predicaban la revolución pero no se dedicaban a construirla. 
           
         
          Dictablanda, primavera e invierno. 
        
           Decíamos 
            más arriba que, en su repliegue, el régimen militar, 
            ahora encabezado por el general Alejandro Lanusse y de camino al Gran 
            Acuerdo Nacional, varió en forma sustantiva la política 
            hacia las villas miseria, no sin atravesar múltiples conflictos 
            entre las propias agencias de gobierno, superposiciones de tareas, 
            celos y renuncias de funcionarios. Hubo reconocimiento de las organizaciones 
            vecinales, promesas de mejoramiento en los planes de vivienda, compromisos 
            de frenar desalojos y hubo desalojos aislados resonantes como los 
            de la villa Martín Güemes. Hubo desde el ministerio de 
            Bienestar Social, ya encabezado por Francisco Manrique, la conocida 
            combinación de asistencialismo con intentos de cooptación. 
            En las villas de Retiro y del Bajo Belgrano se realizaron mejoras. 
            Al mismo tiempo, entre 1970 y 1973 otras seis villas, en las que vivían 
            más de doce mil personas, fueron erradicadas, con la Comisión 
            Municipal de la Vivienda involucrada en la tarea. 
            Ya en la etapa final de la retirada del gobierno, la Federación 
            de Villas no sólo había resurgido sino que había 
            ganado en autonomía y sufrido una fuerte transformación 
            en su identidad, forjada tanto en sus luchas como en su relación 
            con el peronismo más duro y con los curas del Tercer Mundo. 
            La Federación ahora se oponía frontalmente a las erradicaciones 
            y proponía en cambio la transformación misma de las 
            villas en barrios obreros. El Sobreviviente C recuerda un hito del 
            año 1973, la creación del Movimiento Villero Peronista 
            (MVP), alineado con la Juventud Peronista, con la Tendencia Revolucionaria, 
            con el Movimiento de Inquilinos Peronistas. El hombre fue un activista 
            fervoroso en la villa 31, allí donde, apenas un año 
            después de su creación, algunos en el MVP tuvieron la 
            idea de declarar al barrio como "villa montonera". Apuros 
            terribles de esos años, similares a una anécdota que 
            relata Juan Cymes. La del día en que dos militantes más 
            o menos imberbes y de gestos clandestinos, lo ubicaron de manera secreta 
            para anunciarle que sus superiores tenían pensado volar las 
            antenas de radio Nacional en la villa, que por algo se llamaba "Las 
            Antenas". Le dijeron que se lo anunciaban por respeto a su trayectoria 
            y para cuidar las vidas y haciendas de los paisanos. Cymes los sacó 
            carpiendo. Fervores. En el libro ya citado de Dávolos, Jabbaz 
            y Molina hay un extenso espacio dedicado a la manera en qué 
            se vivió la primavera del '73 en el interior mismo de la Comisión 
            Municipal de la Vivienda. Técnicos, arquitectos, sociólogos, 
            empleados y asistentes sociales decididos a compartir la vida con 
            los villeros. Equipos mixtos, mesas de trabajo comunes, asambleas 
            permanentes, reivindicaciones. Enfrente tenían al lópezreguismo, 
            cómodamente apoltranado en el ministerio de Bienestar Social. 
            Años extraños: empleados de la CMV y villeros tomaban 
            tierras en forma conjunta, los otros pensaban en erradicar. Magtara 
            Feres recuerda fielmente el julepe que se pegó cuando -como 
            en los relatos de Osvaldo Soriano- en el barrio Rivadavia un grupo 
            de compañeros peronistas peló los fierros para disparar 
            contra otros compañeros peronistas. Ella, que siempre había 
            sido peronista, a partir de entonces se fue deslizando, suavecito, 
            hacia la democracia cristiana, línea Humanismo y Liberación. 
            Juan Cymes mismo debió escapar de los balazos del Comando de 
            Organización. Las villas eran un botín que todos querían 
            disputar. Entonces, y por momentos, a tiros. Muchos años después, 
            a fuerza de combis, paquetes de comida y teléfonos celulares. 
            Pasó Cámpora, vino Perón. Eran todavía 
            los años legendarios en los que la gente reía por las 
            alusiones estéticas del General, que refiriéndose a 
            las formas proporcionadas en los frisos de los templos griegos y aplicándolas 
            a la conducción política y doctrinaria, usaba la expresión 
            "en su medida y armoniosamente". "Nuestro deseo es 
            erradicar totalmente las villas de emergencia, especialmente por los 
            chicos, porque son peligrosas", decía el anciano presidente 
            al diario La Nación, en enero de 1974. Así que la muchachada 
            villera, la de la JP, o la de la JTP, conflictuada con López 
            Rega, con Perón y con el jefe comunal (un militar retirado), 
            apenas si podía imaginar consignas: "En su medida/ y armoniosamente, 
            /queremos verle /la cara al intendente". O bien, en alusión 
            al más célebre proverbio ubanístico del lópezreguismo 
            ("El silencio es salud"), la muchachada bramaba: "A 
            la lata, /al latero, /el silencio no es salud /para nuestros compañeros". 
            El 23 de enero de 1974 el servicio oficial de Prensa y Relaciones 
            Públicas emitió un extenso comunicado, el 134, reseñando 
            una entrevista en la Quinta de Olivos entre Perón -con Isabel 
            a su lado-, López Rega y un grupo de villeros de Retiro. Algunos 
            extractos. "Los habitantes del barrio expusieron sus problemas 
            y necesidades y el Jefe de Estado les manifestó la preocupación 
            del Gobierno Nacional para arbitrar soluciones definitivas" "Hemos 
            tenido algunas dificultades por las malas interpretaciones, por gente 
            que quiere interferir o entorpecer, pero tenemos que dejarnos de macanas 
            con cuestiones políticas. Nuestro deseo no es perjudicar, sino 
            solucionar" (Perón). 
            "A continuación, y en nombre de la Vicepresidente de la 
            Nación, señora María Estela Martínez de 
            Perón, el señor José López Rega hizo entrega 
            a un delegado de la villa de una orden para retirar en la Dirección 
            de Asistencia Social Integral, 6.000 juguetes para los niños 
            residentes en la Villa 31 de Retiro". 
            Entre disputas y juguetes, las cosas sucedían rápido. 
            Johny Tapia recuerda la muerte precisa de un vecino y compañero 
            de la villa 31, Alberto Chejolán. Las otras muertes posteriores, 
            las del Proceso, las tiene al mismo tiempo presentes y perdidas. Luego 
            de que Perón respaldara la política erradicadora (y 
            al mismo tiempo que se batían records históricos en 
            materia de superficie construida en todo el país), comenzó 
            la erradicación de la villa de Saldías. Chejolán 
            fue muerto el 25 de marzo de 1974, en una movilización de dos 
            mil villeros a Plaza de Mayo, frente al ministerio de Bienestar Social. 
            Pronto quedaron rodeados por el tradicional despliegue de patrulleros 
            y carros de asalto. Alberto Chejolán tenía 30 años 
            y recibió un itakazo policial en la espalda. Un ejemplar de 
            esos días de la mítica revista Así, con sólo 
            una foto, traza una representación estremecedora de la época. 
            En primer plano, y hacia el ángulo inferior derecho, tres miembros 
            de la guardia de infantería observan al enemigo. Controlan 
            el frente ya deshecho de la manifestación, con militantes que 
            intentan acordonar, contener a los que vienen detrás. Uno de 
            esos militantes sostiene la pancarta en la que la sigla MVP está 
            cruzada por la tacuara y el fusil. Al lado mismo de la pancarta, una 
            mujer joven observa el cadáver, tomándose la cabeza 
            con las manos. Más fotos, comunicados de Perón o Muerte, 
            "el presbítero Carlos Mugica durante el sepelio", 
            la imagen de otro muerto futuro: el diputado Leonardo Bettanin, un 
            epígrafe que dice "Hermanos y familiares del villero Chejolán 
            lloran sobre su féretro. Eran 14 hermanos". Ese día 
            los villeros se declararon de luto y de paro. Los volantes del MVP 
            y del Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), en donde 
            militaba Juan Cymes, hablaban de traición. Johny Tapia también 
            recuerda con precisión -y no como las otras, las futuras- una 
            segunda muerte, la del padre Carlos Mugica, baleado el 11 de mayo 
            de 1974 frente a la parroquia de San Francisco Solano. El recuerdo 
            es suscinto: "Mucha tristeza, no lo podíamos creer. Había 
            gente de todos lados". 
            El Sobreviviente C lo recuerda así: 
            -El anduvo desde los primeros '60, después vinieron los demás 
            curas tercermundistas. Yo lo quiero mucho, hablo en presente. El era 
            un tipo muy llano, no ocultaba nada. Era deslumbrante, la juventud 
            del barrio se sentía atraída por él. El escuchaba 
            y dejaba hablar. Le gustaba la charla, la polémica, movía 
            ideas. 
            -¿Fueron años felices en las villas? -La Argentina venía 
            de una tradición amistosa entre sus habitantes. Los asados, 
            todas esas cosas afianzaban la amistad natural entre los vecinos. 
            Toda esa hospitalidad, esa amistad que traíamos de las provincias... 
            Nos abríamos la heladera... Esas cosas que hoy no existen. 
            En una serie cronológica sobre la historia de la 31, parte 
            de sus tantísimos trabajos acerca de las villas, el padre José 
            Meisegeier, compañero de Mugica de toda la vida, y además 
            su sucesor, hizo esta sola anotación escueta: "Mayo 12-13. 
            Velatorio en barrio Comunicaciones, Capilla Cristo Obrero, del P. 
            Mugica y posterior entierro. Se suceden las discusiones acerca del 
            autor intelectual de su muerte".  
            Al final de ese período, un 40% de los habitantes de la 31 
            habían sido trasladados a viviendas en monoblock. "Todas 
            estas acciones -dice Oscar Oszlak en su formidable trabajo Merecer 
            la ciudad y en referencia a tomas de tierra, conflictos, erradicaciones 
            y mejoras- no detuvieron, naturalmente, la continuada expansión 
            de las villas, cuyo número y población alcanzaban en 
            vísperas del nuevo golpe de estado, cifras inquietantes". 
            El Sobreviviente C, y todos los otros, se fueron preparando para lo 
            peor. 
          Eduardo 
            Blaustein Prohibido 
            Vivir aquí Una 
            historia de los planes de erradicaciónde villas de la última 
            dictadura para la Comisión Municipal de la Vivienda 
            (CMV) GCBA - 2001. 
          Fotos 
            de tapa y retratos Cristina Fraire 
       
        
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